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Era el año doce del reinado del faraón Ramsés XI. Itobaal se encontraba en su oficina, ubicada en el segundo piso de la gran fábrica de tinturas “Murex”, la más grande de Tiro y de la región. Llamó al esclavo que estaba de guardia y le pidió que fuera hasta el puerto a buscar a su hijo Hiram, pues deseaba tener una reunión urgente con él.

—Hijo, siéntate, tenemos bastante de que conversar. Recién vino un enviado del Visir del Faraón a solicitarme que organicemos una expedición marítima más allá de las Columnas de Hércules, para que traslademos a uno de sus sacerdotes, dos sabios y un escriba. La cantidad de oro que pagarán es cuantioso, por lo que ya acepté la solicitud.

—Padre, ¡al fin un nuevo viaje! Navegar hasta allá nos tomará alrededor de cuarenta días, siempre que encontremos vientos favorables —contestó Hiram con entusiasmo y luego agregó—, ¿y estos importantes pasajeros hasta donde llegarán? ¿Gadir? Ud. sabe que en esas tierras hay sólo tribus bastante primitivas.

—No te apresures, aún no te he contado lo que tendrás que hacer —le contestó el padre sonriendo.

Padre e hijo continuaron conversando durante varias horas. Itobaal le explicó a Hiram que la expedición no consistiría sólo en llegar a las Columnas de Hércules, sino que debería continuar navegando hasta encontrar las Tierras Desconocidas que están al otro extremo del mar y llegar a un lugar que el sacerdote le indicaría. Los egipcios tenían antecedentes de que bastante lejos de las Columnas, existían parajes, en los que había enormes cantidades de minerales de oro, plata, fierro y estaño. Su misión era trasladar a los egipcios hasta esas tierras y una vez llegados al lugar indicado por el sacerdote, seguir las instrucciones que iban dentro de un rollo cerrado con el sello del faraón, que el enviado del Visir le había entregado.

—Hace aproximadamente unos cincuenta años una expedición nuestra trató de efectuar una navegación similar y ningún hombre regresó y nunca se supo lo que les sucedió —dijo Hiram.

—Sí, pero ellos, desde las Columnas continuaron navegando directamente hacia el poniente, esta vez tú no cometerás el mismo error, deberás navegar hacia el sur recorriendo la costa hasta unas islas que aparecen marcadas en la carta de navegación que me entregó el enviado del Visir y desde allí tomar hacia el poniente; además me entregó estos dos rollos secretos que contienen la información que han recopilado durante siglos sobre esas lejanas tierras. Bueno, mejor regresa a tu nave y nos volvemos a reunir mañana a primera hora. Prepara un borrador de tu plan de viaje para que lo discutamos.

Al día siguiente padre e hijo se reunieron nuevamente y analizaron el plan de Hiram. La expedición estaría compuesta por tres naves de comercio y dos de guerra. De acuerdo a la carta egipcia navegarían bordeando la costa africana hasta una latitud equivalente a la que tiene la sexta catarata del Nilo, allí deberían encontrar unas islas, emprendiendo desde ese punto su navegación hacia las Tierras Desconocidas. Durante la navegación se orientarían por la constelación de la Osa Mayor y su Estrella Fenicia. También acordaron llevar bastantes productos, tales como estatuillas, peines, espejos de metal, vidrios, telas y baratijas que eran muy apreciadas por los nativos que habitaban las costas que rodeaban el Mediterráneo Occidental y que seguramente también atraerían a los habitantes de las Tierras Desconocidas. Para los nobles y reyes llevarían vasos de oro y plata y telas teñidas, especialmente de color púrpura que destacaban por su belleza.

— ¿Qué dicen estos egipcios sobre la época mas conveniente para efectuar la navegación y sobre los vientos y corrientes en esos mares? —preguntó Itobaal.

—Estamos en la época apropiada para efectuar la travesía, pronto comenzará el verano y según los rollos, el viento y la corriente deberían ser constantes en dirección poniente desde esas islas. La travesía no debería tomarnos más de treinta días; nos alimentaremos de pescados y beberemos agua de lluvia. He escogido las naves mas modernas, recién salidas de nuestros astilleros y que han sido construidas con los mejores cedros de nuestros bosques.

—¡Ah!, me olvidaba, el enviado del Visir me advirtió que las instrucciones que van en el rollo, están escritas empleando nuestro alfabeto, para que no tuviésemos problemas.

—Buena idea, porque nos costó bastante leer la endemoniada escritura de los rollos y de la carta de navegación.

Siete días más tarde, Itobaal y los familiares de los marinos, despedían orgullosos las cinco naves de estilizadas líneas que, al ritmo acompasado de sus remos y al empuje de su vela cuadrangular se iban alejando del puerto. Itobaal pensaba: “Este es un momento histórico, de estas cinco naves dependen, quizás, los destinos de Egipto y Tiro”.

La expedición cruzó las Columnas, se reaprovisionó en Gadir y luego navegaron hacia el sur, hasta que encontraron las islas señaladas en la carta de navegación. A los veinte días de haber zarpado de las islas, Hiram y sus hombres recalaron en la desembocadura de un gran río. Durante toda la navegación habían sido ayudados por un constante viento del Este, además que tuvieron una mar de fondo a favor. En las riberas de la desembocadura del gran río encontraron aborígenes de piel cobriza. Andaban desnudos y eran cazadores recolectores.

Desde el gran río, continuaron avanzado hacia el Este contorneando la costa, guiados por el sacerdote egipcio. En casi todas las bahías encontraron aborígenes con los cuales intercambiaban alimentos por baratijas. Un día, por fin, el sacerdote les indicó que ese era el lugar escogido, tenía la misma latitud que la sexta catarata del Nilo y de las islas desde las que habían zarpado; habían transcurrido treinta y cinco días de su llegada al gran río. En tierra encontraron una tribu de aborígenes que habitaban en chozas y se dedicaban a la agricultura. Tenían una clase dirigente encabezada por un rey, secundado por un brujo y una corte real. No andaban desnudos. Les explicaron que estaban en la parte sur de un gran golfo.

Hiram y los cuatro egipcios se encontraban reunidos en la cubierta de la nave. El fenicio tenía en su mano el rollo con instrucciones abierto y los egipcios se miraban entre ellos con muestras de congoja.

—Las instrucciones de nuestro Faraón son bien claras y precisas, Ud. señor I*, como experto en la construcción de pirámides y grandes obras de ingeniería en piedra, deberá quedarse hasta una próxima expedición enseñándoles nuestras técnicas de construcción —dijo el sacerdote y luego continuó, dirigiéndose al otro egipcio—, y Ud. señor T*, deberá enseñarles todo lo relacionado con nuestra escritura, medición del tiempo y astronomía.

—Ya conversamos con el rey y sus consejeros, están felices con la proposición. Uds. dos serán tratados como nobles del séquito real y además nos llevaremos a dos jóvenes para que reciban educación en Egipto. Zarparemos de regreso en tres días más —dijo Hiram en voz alta.

JORVAL (28)
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Texto agregado el 05-05-2005, y leído por 1013 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
25-12-2007 hijo de puta... anciano de mierda...activa mi cuenta Ciberbaco
04-08-2006 O sea que un intercambio cultural en tiempos remotos. Me gusta la idea. Eso expilcaría tantísimas cosas. Me ha encantado cómo has hilvanado la historia. Felicitaciones. Un abrazo Ikalinen
25-02-2006 Ya me he leído la trilogía. ***** bjc
20-07-2005 Muy bonito, me encantó. ¡Al fin una expedición sin fines comerciales (inmediatos, al menos)! Saludos y estrellas. duckfeet
27-05-2005 Me gusta este nuevo ambiente cultural que nos ofreces, entre egipcios y fenicios, no lo veo fácil, y tú lo has desenvuelto muy bien. sin embargo, al final, se me queda como que le falta un poco de "sal", como si tu fueras cocinero, ¿verdad? jaja. Ruth
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