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Carmito y los Peces Helicóptero
Que Querían Matarlo


Carmito y los peces helicóptero que querían matarlo


El odio que según Carmito le tenían estas asombrosas criaturas empezó; cuando lo descubrieron liquidando a un Bocachico fresco.

- Primero señor Juez, lo asesino con un garrotazo en la cabeza.

Luego lo apoyó con violencia sobre una tabla podrida, donde sin piedad alguna le quito las escamas con un cuchillo que movió de arriba abajo con vehemente rapidez, hasta que lo dejó totalmente pelado.

- Pero el inconsciente no se satisfizo con aquella abominable tortura señor Juez, la cual si fuese sido ejecutada sobre un ser humano; sería similar a como arrancarle las uñas.

- Pero no fue suficiente crueldad con aquello señor Juez.
- ya para rematar, no estando satisfecho con su crimen, se atrevió sobre un plato a recubrir a nuestro primo con sal!

— ¡Asesino! ¡Asesinoooo!— Grita la multitud enfurecida y a punto de linchar al pobre ebrio.

- Al rato de haber terminado —continúan los denunciantes—. El infeliz encendió una hoguera en la cima de una caja cuadrada de lata, luego puso sobre esta una parrilla metálica. Y ahí señor Juez… tostó en el acto a nuestro primo.

-¡pena de muerte!
- ¡Que lo cocinen! ¡Que lo pelen!
- ¡Siiii! merece morir.... ¡al paredón! Pa salchichón, pa la nevera.

Exclamaban los peces helicóptero durante el juicio que según Carmito le hicieron aquella vez que lo capturaron con una atarraya.
Los hechos estaban aclarados; A Carmito los peces helicóptero lo acusaban de “Homicidio Intencional Premeditado”. Que fue lo que Dictamino el juez; una mojarra que pesaba como dos libras.

— ¡Asesino! Volvieron a gritar a coro.


Esa era la razón por la que Carmito siempre estaba armado con el machete terciado a la espalda y la caña de pescar de palo. Las llevaba para defenderse del ataque aéreo de los peces helicóptero que le tenían rabia. Y la que explicaba también porque caminaba siempre con la mirada al cielo moviendo la cabeza como un radar. Estaba pendiente de que los peces helicóptero no se lo agarraran de sorpresa. Permanecía con sus oídos escaneando el aire, alerta al ruido de piñones oxidados que producía la hélice del motor que estos animales del demonio llevaban incrustado en el lomo. Siempre listo para sacar su machete a los cuatro vientos para lapidar a cualquiera de sus enemigos y de paso “cuadrar” con los despojos el desayuno o el almuerzo.

Fue un treinta y tres de noviembre por la mañana de junio (en palabras del propio Carmito) cuando encontró aquel papel sucio que habían tirado por debajo de la puerta y que de paso olía a pescado podrido. En la hedionda nota había un mensaje aterrador, una amenaza meditada con letras de periódico recortadas que decía entre otras cosas “que se cuidara porque lo iban a matar”; “¡te vamos a matar viejo!” Decía el papel. Y tenía además varias escamas pegadas. Desde entonces fue que Carmito tomo las precauciones del caso, rebusco entre los trastos viejos el machete de tiempos arcaicos (el que uso en la guerra de los mil días) y le saco filo con el borde de la pileta. Después tomo una cabuya de fique y la amarro a ambos extremos del alfanje para podérselo colgar como los samuráis de la antigüedad.

Según cuenta este andrajo de viejo a los pocos que escuchan sus locuras. En el mundo de los peces helicóptero existe un tribunal de justicia, las penas impuestas por tal van desde cocinar al pescado en una olla a presión hasta la pena por doramiento en aceite caliente y sin condimentos. Pero con Carmito la cosa era diferente, ya que él no era un pez, si-no humano (o por lo menos se acercaba bastante). Por lo tanto lo mejor era matarlo por honor: “ojo por ojo y escama por escama” le dijeron en aquel juicio inusitado que sólo pudo haber ocurrido en las alucinaciones moribundas de sus desvergonzadas borracheras; con volegancho, tapetusa, aguardiente adulterado y tabaco mezclado con hojas de mango.

El imperio de los peces helicóptero está ubicado en el cielo (cuenta Carmito por una cerveza). Entre la luna y el sol, cerquita de Saturno y el meridiano de Greenwich. Las coordenadas para ubicarlo son: sesenta noventa sesenta al este y un poquitico a la derecha, trazando una hipotenusa de trescientos cincuenta con veinticuatro-catorce grados Fahrenheit, al sur del cráter de la santísima prostituta —jajaja— se ríen sus bienhechores (Cuando son personas).
-Por allá fue que me llevaron estos peces del demonio, amarrado con cabuyas y alambre dulce y brincando dentro de una atarraya por la asfixia, ya que en el espacio no hay aire ni polvo para respirar.
-¡Casi me ahogo! menos mal que el juicio fue rápido y que me les pude zafar.
-Me les escape agitando mis brazos por entre las estrellas y la chatarra espacial de la Nasa.
-Volármeles no fue tan fácil señores, ya que los engendros son muy rápidos en el aire. Si no fuera por aquella laguna en la que me sumergí me hubieran agarrado otra vez y ya no estaría aquí con ustedes (a veces cuando no hay nadie que escuche su fanfarronada una manada de perros callejeros son su publico) contándoles tan buena historia.
-El agua fue lo que me salvo ya que los peces helicóptero se ahogan en el agua.

Meses después los peces helicóptero lo estaban aguaitando (según el viejo) por entre los árboles del Bosque del Aguíl. Bien armados eso sí. Uno de ellos a los que los demás se la tenían montada con el sobrenombre de Rambo llevaba en el cinturón una puntilla oxidada. Otro; un Bagre viejo y corrompido; traía una navaja de afeitar doble hoja Gillette. Su madre aún más rancia y casi podrida; portaba una lata filosa de atún. Los más peligrosos eran los Coroncoros, que eran como tanques brindados con punzantes espinas en las aletas, incrustadas por la cirugía casi al natural.

Cuando lo vieron pasar por entre la vegetación que conducía a su casa, se lanzaron con toda su armada. Como una plaga bíblica dirigida, una manada de langostas hambrientas. El machete destellaba en la penumbra y la sangre brincaba con el dolor. Un chillido tras otro no dejó dormir al silencio y nadie hacia nada por detener a aquel… vil asesino, matador de porcinos.

¡Fuaz-Fuaz! la macana zumbaba contra el viento. Una pelea a muerte se libraba, pilotos suicidas contra el loco se desnucaban. Desesperados Kamikaze su vida entregaron, estrellándose contra Carmito con la esperanza de causarle alguna herida, aunque poco o de nada servía; pues él que fue carnicero y un alzado cuchillero, lanzaba patadas, daba brincos y mañosamente sus cuerpos esquivaba. Corriéndose para un lado y para el otro, en zigzag interminable. Una maniobra perfeccionada por los efectos de la damajuana (la garrafa de aguardiente que por sus venas circulaba).

—¡Mueran! Malditos animales ¡mueran!. Gritaba en pleno disfrute de sus víctimas, que ya ni para un sancocho servirían. Pues sólo quedaron pedazos y tripería.

Y así termino esta batalla con esta especie curiosa, con motores injertados en el cuerpo y una vida bastante ruidosa. Un pescado que estaba a la mitad, la última esperanza de esta raza sin igual, quedo pegado con sus dientes al dedo gordo del pie, mordiéndolo aún, estaba casi moribundo, con sus entrañas chorreándole por atrás. Partido de un tajo ya no tenía cola, era un pobre animal trozado, mocho. El pobre lloriqueaba de rabia porque sabía que ya estaba muerto o lo estaría pronto.


© Edwin B. Quintero
Derechos Reservados
edwinbladimir@gmail.com

Texto agregado el 09-05-2005, y leído por 2385 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
14-06-2015 Alabo tu imaginación.Felicitaciones pantera1
04-01-2013 La historia me parece pintoresca, muy interesante, pero me da la impresión que al final cae en el ritmo y el desenlace no es tan contundente como uno se lo esperaría. Felicitaciones. PILOSFALSTAFF
03-03-2008 Texto que se mueve entre la literatura infantil y juvenil.Loas en puya de alegria.FELICITACIONES sebasequie
06-06-2007 Maravilloso, te felicito. Juancase
19-05-2007 es excelente =) con razon ganaste ese premio =) andreas_tr
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