Todo se detenía en esos instantes que su soledad se aferraba de la nada. Sólo la piel acudía a los encuentros, enamorada de una realidad inconsistente y fatua, como en un laberinto que la acorralaba dentro del espanto. Vivía pendiente de ese sino, vano en su profundidad, para habituarse a la tortura de ser y no su amante. Y cada mañana su corazón se detenía en el amparo de esos ojos, hasta perderse ante un abismo de ilusiones. Resultó demasiado bello todo, como para poder asimilar los rituales; el amor a cambio de lo desconocido, la soledad trocada por el desamparo de mimetizarse en sus conjuros. Para cuando pudo despertar, ya era demasiado tarde. Aún sus manos perduran engarzadas en el respaldo de la cama, agonizantes de placer, mientras su cuerpo se moviliza sobre el tejido de alambre, aferrada al dolor de sus tobillos desgarrados y golpeados, en los últimos estertores de lo que fue un acto de amor sin concesiones... Sólo el corte de energía hizo que su cuerpo se mantuviera con vida, casi al borde de sus facultades y latidos cotidianos que nunca más recuperó...

Ana Cecilia.