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Nunca había sufrido insomnio pero hacía varias noches que me costaba dormir. Daba vueltas y vueltas en la cama pero los esfuerzos por conciliar el sueño, más me desvelaban.

Esa noche era doblemente horrible; porque no podía dormir y porque un fuerte viento del sudeste arreciaba en el verano de Buenos Aires. La lluvia caía implacable y torrencial. A las tres, convencido de que iba a amanecer despierto, me levanté y me vestí. No puedo explicar porqué lo hice, simplemente sentí el extraño impulso de escapar de mi cama, de mi apartamento y de mi fastidio.

Y así, con un pantalón vaquero, una remera, calzado con unos viejos mocasines y cubierto con un impermeable de plástico salí a la calle, corrí unos metros y me zambullí en mi auto. Sintonicé un programa de música tranquila, encendí un cigarrillo y arranqué. El viento del sudeste no es bueno para Buenos Aires, valga la paradoja. Empuja el agua embravecida del Río de la Plata hacia la ciudad e inunda los barrios costeros.

Pero yo siempre sentí una inexplicable atracción por el espectáculo de las olas estallando contra el farallón de la Costanera, una mezcla de fascinación y temor ante la furia de los elementos. Esa noche algo me empujó hacía el río y transitando por calles desoladas, allá me dirigí.

La Costanera norte era un páramo, no se veía siquiera un automóvil, cuanto menos persona alguna. El río estaba muy crecido y las olas, gigantescas, al chocar contra el murallón con estruendo, se descomponían en una miríada de pequeñas gotas que lavaban la avenida. Estacioné el auto en un ángulo de noventa grados contra la vereda que da al río, me repantigué en mi asiento, encendí otro cigarrillo, y agradecido a la vida, me dispuse a disfrutar del grandioso espectáculo que esa noche representaba la naturaleza exclusivamente para mí.

Una dulce melodía flotaba en el aire entrelazada con las espirales del humo de mi cigarro. El golpetear de la lluvia, la música, y el cíclico transcurrir de las olas me fueron provocando una irresistible modorra, y por momentos caía en un sopor, del que me despertaba la furia del río al estallar o el lejano retumbar del trueno. En una de esas sobresaltadas tomas de conciencia me pareció ver una figura recostada sobre el malecón.

Me erguí en el asiento y limpié con el pañuelo el vidrio empañado. Sin duda, era una mujer. Pensé que lo inteligente era no buscarme ningún tipo de complicación y volver a casa, algo me decía que un problema se acercaba. Lo más probable era que se tratase de una suicida, que juntaba valor para arrojarse a las aguas. Pero la prudencia no está en mi naturaleza, siempre puede más la curiosidad.

Bajé del auto protegiéndome como podía del viento y la lluvia y me acerqué a la mujer. Ridículamente dije: –Buenas noches señora. Giró la cabeza y me observó sin sorpresa y sin temor, sus ojos eran negros y profundos. -Buenas noches, me contestó con una sonrisa que iluminó la tenebrosidad del entorno. Tendría unos treinta años y era bellísima, el viento jugueteaba sobre su cara con rubias y empapadas guedejas de pelo. Vestía un sencillo vestido de verano corto y unas sandalias, estaba calada hasta los huesos y la prenda totalmente mojada, pegada al cuerpo, delataba la ausencia de ropa interior.

Le dije: - No quiero molestarla señora, pero creo que con esa mojadura se va a enfermar, ¿Que le parece si nos guarecemos en mi auto? Volvió a sonreír, y sin decir palabra caminó a mi lado. Ya sentados, le dije: Creo que lo aconsejable es que se saque el vestido, cúbrase con esto y le di mi impermeable. Giré la cabeza y miré hacía afuera. – ¡Que caballero! dijo ella con tono irónico mientras se quitaba la ropa. Luego dijo: -Ya está.

Miré, en el asiento de atrás estaban su vestido y mi impermeable. Ella, totalmente desnuda. Su cuerpo blanco y sinuoso con redondeces perfectas y sensuales, sus labios entreabiertos dejando ver una lengua invitadora, los muslos ligeramente separados y sus ojos clavados en los míos. Sin mediar palabra, no besamos con pasión, mis manos recorrieron cada milímetro de su piel y las de ella, con habilidad, fueron quitándome la ropa. Desnudos, nos amamos con lujuria, larga y repetidamente.

El horizonte sobre el río comenzó a teñirse de rojo, y ella rápidamente tomo su vestido aun mojado y dijo, -Tengo que irme, Daniel.
No recordaba haberle dicho mi nombre y respondí:
-¿Como sabes que me llamo Daniel?
Me miró y sin sonreír contestó: -Se todo acerca de ti, y me estuve preocupando en no dejarte dormir. Hoy me decidí a llamarte…

Confundido por el estupor, no atiné a responder, entonces ella abrió la puerta y bajó. Antes de cerrarla, dijo:

-La próxima vez que te llame, vendrás a quedarte conmigo para siempre…

No conseguía hilvanar un pensamiento coherente, lo único que se me ocurrió fue que no podía dejarla sola en ese lugar y con esa tormenta. Bajé, pero ya no estaba. Miré en todas direcciones, y nada. Arranqué el auto, recorrí la costanera de norte a sur varias veces, ni rastros. Finalmente regresé a casa, me di una ducha y traté de dormir. No lo conseguí.

A partir de entonces no pasa día en el que no la recuerde, al llegar la noche me atosigo de somníferos.

Y duermo...

Texto agregado el 28-08-2005, y leído por 2772 visitantes. (28 votos)


Lectores Opinan
11-02-2015 Un texto muy bien urdido que lo va llevando a uno a un lugar en donde se confunden los sueños y la realidad. Yo dejaría de tomar barbitúricos para enfrentar mis sueños o lo que fue realidad pura. A propósito, esa niña parece que fuera pariente de la del convertible blanco, si no es la misma que nos está buscando a ambos. Magnífico cuento.Estrellas esotéricas para ti. guidos
24-07-2009 Y bueno, yo no tuve la culpa, el viento me empujó... y qué querés que hiciera, me embravecí. Y cuando me pongo así no hay malecón que me sujete. Pero eso sí, en la otra parte soy inocente, fue todo obra de esa extraña mujer. Eso te pasa por ser fácil. Jajaja Muy bueno! marea-rioplatense
31-05-2007 Excelente relato. Muy bien narrado, mantiene la tensión hasta el final, donde la intriga deja lugar a las conjeturas. Muy bueno***** zumm
25-11-2006 extraodrinario relato, avasallante y atrapante, yo tambien tengo insomnio, quien endra de que vestidura a encontrarse conmigo en la costanera, pero sin pucho!! efelisa
25-11-2006 extraodrinario relato, avasallante y atrapante, yo tambien tengo insomnio, quien endra de que vestidura a encontrarse conmigo en la costanera, pero sin pucho!! efelisa
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