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Por qué la velocidad con que transcurre el tiempo cambia con el correr de los años es algo que carece de una explicación científica, pero cualquier mortal que haya vivido lo suficiente lo sabe sin necesidad de demostración.
Recuerdo aún que mi primer año de vida fue totalmente atemporal. Todo estaba ahí y siguió tal como lo conocí durante ese tiempo interminable que un día fatídico dio paso a mi segundo año de vida, día que recuerdo por la ceremonia del festejo que durante algunos años supe disfrutar.
Cuando cumplí diez años, el tiempo caminaba al ritmo ideal. Un año era apenas un décimo de lo que había vivido y, si bien las cosas cambiaban, lo hacían con una lentitud tal que permitía una cómoda adaptación.
A los veinte el tiempo pasaba con comodidad, pero ya comenzaba a sentir que no me alcanzaba para hacer todo lo que me proponía, problema que se agravó seriamente a los treinta, para llegar a los cuarenta y darme cuenta que corría permanentemente tras el reloj y los años pasaban cada vez más rápido.
Al cruzar el umbral del medio siglo los años se sucedían a una velocidad molesta y siempre llegué a fin de año con asuntos pendientes del ciclo que terminaba, jurándome el compromiso de concretarlos al año siguiente, pero pasé la frontera de los setenta con más deudas y los primeros síntomas de la incapacidad de mi cerebro para retener en la memoria todo lo que viví hasta entonces, problema que se agravó seriamente al pasar los primeros cien años de vida, época en la que los años me parecieron meses.
Todo se aceleró notoriamente cuando pasé los primeros quinientos años, y al cumplir mil, los cumpleaños pasaron uno tras otro casi semanalmente, sin que pudiera recordar qué hice entre fiesta y fiesta.
Con los primeros diez mil años de vida quise dejar de festejar mis cumpleaños. Aunque no estoy seguro, creo que fue por temor a que las velas de la torta provoquen un incendio, o tal vez porque no se consiguen tortas como para portar tantas velas, o porque la ceremonia se me volvió cotidiana. No obstante, ante la insistencia de mis parientes seguí con los festejos, pero al cumplir cien mil años no terminé de comer la torta que ya comenzó el siguiente cumpleaños, y con el primer millón de años empecé a negarme a parpadear porque apenas cerraba los ojos cambiaba el almanaque y gente que no conocía y decía ser mi familia envejecía a simple vista.
Pero antes que eso, gracias a Dios, morí.

Texto agregado el 27-10-2003, y leído por 1480 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
03-02-2010 La vida se pasa cada vez mas rapido al esperar los fines de semana para dispersarnos, asi no disfrutamos el dia a dia, el sabor de un mate bien dulce o leer ese libro que tantas veces postergamos por flta de tiempo o cansancio. La vida pasa, el envase cambia pero la esencia es la misma. Me gusto Mil estrellas. Besos kaamla
11-12-2007 Me gustó, el ritmo se acelera a tono con el contenido. Hacia el final tuve la ilusión de correr detrás de las palabras. eride
21-09-2006 muchisimo!, tenés el estilo que me gusta. felicitaciones! harryhaller
05-05-2006 me gustó y lo dsfruté elidaros
09-04-2006 grato. muy grato leer buenos textos como los tuyos. gracias a dios me hice tiempo para leerlo!!! mis saludos y estrellas. hugo hugoprimero
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