Fueron como dos sombras de lánguidos lamentos, las que observé internarse tras los álamos. Lejos, el sol amanecía entre los verdes de las copas, para perderse en esos ojos. Tuve miedo; volví a mirar con las pupilas deshojadas en lágrimas como sus siluetas habían caído bajo las garras del tiempo. Su esposo la llevaba del brazo en un lento caminar desde el portal de sus moradas. Mientras, el viento batía las incesantes ramas de los sauces, en un ir y venir de suspiros dispersos. Yo sólo atiné a despedirlos, con mi mano guardiana de ingratos temores, hasta que sus figuras se eclipsaron en un solo punto distante, y desaparecieron. Atrás habían quedado sus inconclusos sueños; el color de las rosas entonando aquellos muros; ese eterno hechizo convertido en pájaros; los ideales; las esperas...

En verano, un nuevo matrimonio volvió a comprar la misma parcela. Como dos extraños, sus cuerpos iban y venían en renovadas sombras que nada concretaban. Me alegró saber que ellos también habían logrado verme, mientras que les daba la bienvenida, desde el mismo interior del cementerio.

Ana Cecilia. ©





Hummm, sí, es verdad, estoy lúgubre jajaja...