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EL LIBRO DE LOS ROSTROS




Siste viator, detente viajero y sabe que yo, errante como tú, conocí el momento de, por odio o desesperación, romper todo vínculo que me ataba a los míos, a mi tierra y a mi pasado.

Sabe que un día, entre quebradas infranqueables, solo, cuando me procuraba refugio contra el ábrego oscuro y ululante sentí como , al apoyarme sobre la roca, ésta cedía y ante mí, pétrea se abría una puerta.

Comprendí que ese paso sólo se hallaba en franquía para mí y sabe que, ligero de bagaje y dispuesto a no retroceder, penetré en lo que parecía una estancia abovedada y donde la oscuridad quedaba atenuada por los rayos de sol que se filtraban de lo alto.

Con estrépito, a mi espalda, tras de mí , la roca se cerró, mas no me afligí por ello pues si por mí se había abierto, razoné , por mí habría de cerrarse.

Según caminaba, la cueva, a la derecha, se ahondaba en la roca viva y a la izquierda se abría en balcones colgados sobre el abismo. Ví un manantial cantarín que además de llenar de rumores todos los rincones difundía la luz que le llegaba proyectándola sobre bóvedas y paredes Y vi al borde del precipicio, plena de fruto, una higuera milenaria.

No tardé en recorrer entera la cueva y al final de mis pesquisas llegué a una estancia provista de una silla, una mesa y sobre ella un libro de notables proporciones.

Ve y cuenta viajero que, a pesar de no ostentar caracteres impresos o escritos, de inmediato reconocí el libro de los rostros. Y allí como bestia plutónica estabulada bajo aquellas bóvedas, resignado a alimentarme de higos, me volqué sobre sus páginas inconmensurables.

Narra viajero que vi todas las caras del Cristo, desde Belén hasta el Calvario y habla de mi atónita sorpresa, pues no esperaba aquellos semblantes.

Ví la faz de todos los césares y hasta el último rictus de Atila y Artajerjes. La cara de Confucio y la del hombre que inventó el fuego.

Contemplé el rostro de mi padre, al que no conocí, y el de mis antepasados, así como la expresión atormentada de mi madre al saber de mis delitos .

Vi gestos asombrosos y sentimientos y pasiones que ignoraba que existieran. Vi en la frente de un soldado la verdadera efigie del horror.

Cuenta peregrino que no desmayé cuando enfrenté el rostro de los rostros, pues me pareció cruel e insulso, pero si sollocé a la vista de aquellos, ¡Ay tantos ! A los que había herido.

Cuenta , si quieres ,que flaqueé cuando reconocí que la faz de mis últimos días era la misma que reflejaba el manantial que apagaba mi sed.

Ve y cuenta que en algún confín, entre quebradas, se halla un libro donde están registradas tu cara y la mía, viajero.


Así habla el viento en las cárcavas y en los barrancos cuando regresa airado de agitar el brezal. Así lo oyen los errantes, los solitarios o los que huyen.

Texto agregado el 09-12-2005, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-06-2006 vi rostros que veian rostros elhombreazulon
 
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