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Desde hace mucho tiempo el padre Francisco venía sintiéndose incomodo. Llevaba tres noches soñando sus miedos envueltos en sudor, y despertaba confundido en plena madrugada para auto flagelarse con un pequeño látigo hasta el amanecer.

En la cuarta mañana, el padre se encontraba distraído llenando una pequeña fuente en el patio de la iglesia. Pensaba en ese sueño que lo atormentaba cada noche cuando escuchó abrirse la puerta principal de la iglesia. Se acercó hasta la entrada, lugar donde se celebraba la misa y se confesaban los cristianos, y allí, vio entrar a una pequeña y elegante mujer. Su piel era blanca como la nieve y sus cabellos largos y rojos. Llevaba un sombrero negro que hacía juego con su vestido lujoso y tapaba la mitad de su pálido rostro. Sus labios rojos y carnosos mostraban una pequeña sonrisa mientras caminaba.

El cura quedó paralizado observándola acercarse. Sentía un vacío enorme en la boca del estomago y su corazón parecía quererse salir de su pecho puro y santo. Un frío inexplicable le invadía los huesos con cada paso que daba esa enigmática mujer. "¿Qué es esto Dios mío?", pensaba el cura ya sudando. La mujer levantó la mirada y se clavó en los ojos del joven cura. Se quitó el sombrero revelando su esa delicada belleza.

- ¿Sabe quien soy? -. Preguntó la dama mirándolo fijamente a los ojos.

El cura asintió con la cabeza nerviosamente. Sus ojos negros y penetrantes lo asustaban.

- ¿Sabe a qué he venido? -. Volvió a preguntar.

El padre Francisco negó con la cabeza e intentó balbucear algo. Podía jurar que de sus narices su aliento salía como humo.

- Se que usted me desea Francisco. En sus sueños no vacila en poseerme, en desnudarme y sentir mi cuerpo latir junto al suyo. ¿O acaso miento?

El cura no podía creer lo que escuchaba ni lo que sentía. Era cierto todo lo que esa mujer le decía. Era ella la que se aparecía en sus sueños y se metía entre sus sábanas. Era ella quien lo miraba sumisa cada noche mientras el la desvestía lentamente. Era ella quien devoraba su boca cuando el se acercaba. Era ella... La deseaba como un animal, sin razones ni prejuicios.

Y entonces no sintió mas frío. El cura tomó a la mujer de la mano y la condujo hasta su cuarto. Allí dentro, la mujer se desvistió lentamente, con sus ojos siempre clavados en los de Francisco. Su cuerpo era perfecto. Sus cabellos rojos parecían un incendio en medio de la blancura de su espalda. Francisco la tomó de la cintura y la besó desesperadamente. Era la primera vez que besaba a una mujer. Sus manos acariciaron su espalda en la ruta hasta sus glúteos, y se aferraron a ellos como quien se aferra a la tierra para no caer al abismo. De repente ella lo empujó con una fuerza imposible. Francisco cayó al suelo de espaldas y miró a la extraña acercarse. Sus pechos se movían al ritmo de sus pasos suaves, invitándolo a tomarlos. Ella se inclinó un poco y con ambas manos desgarró la sotana, dejando a Francisco desnudo salvo por una fina túnica blanca que desgarró igualmente. Francisco la tomo por las manos y la llevó consigo al suelo frío. Sus cuerpos sensibles se rozaban el uno al otro. Él estaba completamente hipnotizado por ella, por tantas sensaciones. Chorros de fuego corrían por sus venas con cada caricia. Su respiración se agitaba más y más, mientras su cuerpo se saciaba y se movía involuntariamente respondiendo a los movimientos que ella hacía. Su mente se nublaba por pequeños instantes para luego regresar y verla ir y venir. Las heridas en su espalda latían como si fuesen treinta corazones alternos, derramándose en el suelo con sus sudores. Un grito ahogado y ronco detuvo la danza al mismo tiempo que Francisco perdía toda noción del espacio y del tiempo.

Despertó empapado en sudor tirado en el suelo. Alguien tocaba la puerta desesperadamente. Los sonidos se mezclaban con un olor a humo y hierba quemada. Francisco se puso de pie y vistió su sotana.

- Padre Francisco salga rápido que la iglesia se está quemando -. Gritaba una voz opaca al otro lado de la puerta.

Francisco salió sorprendido al patio que unía los edificios de la iglesia. Decenas de curiosos se reunían allí para contemplar como el ala principal de su iglesia ardía en llamas.

- ¿Qué ha pasado? -. Preguntó el cura a la monja que lo había despertado.

- Lo último que vimos fue a una mujer entrar antes que comenzaran las llamas -. Respondió la monja.

- ¿Y ha salido la pobre?
- No padre, no se le ha visto salir.
- ¿Alguien la conoce o sabe de su familia?
- No padre, ha sido una mujer muy rara vestida de negro. Nadie en el pueblo recuerda haberla visto antes. Llevaba un sombrero que tapaba buena parte de su rostro.

Francisco miró al cielo. Una nube oscura producida por el incendio tapaba completamente al sol.



Texto agregado el 18-01-2006, y leído por 1821 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
17-04-2009 http://escritoresypoetas.ning.com/profiles/blogs/el-sacerdote antonslenk
28-12-2006 mmmmmmmmmMe gustó muchísimo...;) NAIVIV
05-11-2006 Es excelente! Lo que siente el personaje, la apariciòn de la mujer que despuès con maestrìa casi nos haces creer que era un sueño, el posterior incendio quizàs creado por elardor delcura y la certeza que ella existiò. Felicitaciones! doctora
14-02-2006 Buena historia y la forma de contarla, en algunos párrafos es excelente, en otras ameritan un arreglo. musquy
19-01-2006 me gusta el tema, la mujer me recuerda a una de mis cuentos "la paja de un cobarde". Es predecible que es un sueño y que la posee en el sueño. Lo bueno es que después arrancas al lector delo predecible y lo llevas de nuevo a lo real. No le haría al cura preguntar si era rubia o pelirroja...mejor;¿cómo era....? dijo el cura sospechando....etc algo ai. Bueno, es un muy buen cuento, te felicito. o se porque pero los cuentos con curas y monjas siempre quedan bien , jajaja, ***** munda
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