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« VIAJES EN COLOR SEPIA »
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( Crónicas de viaje por España hace 100 años)
mariodelafuente@chile.com


“LA MEZQUITA DE CORDOBA”.-


Un pueblo de Asia invadió Europa para propagar su fe. Allah era su grito de guerra. Avanzó victorioso hasta que por fin su ímpetu guerreo se doblegó y cayó postrado ante el ardor religioso que animaba al combate a sus contrarios. Retrocedió la ola invasora, la cruz de los cristianos venció a la media luna del musulmán.

Pero la lucha de una religión contra otra, el combate de opuestas creencias, dejó imborrables recuerdos en los campos de combate. Para glorificar a Dios comenzó la guerra y en su honor se levantaron templos y más templos con cargo al estómago de los pobres. Como un monumento de la victoria surgieron sobre las ruinas de las mezquitas maravillosas catedrales.

Sin esta guerra religiosa, guerra a muerte y sin cuartel, España no tendría hoy en 1905, y para el futuro su actual sello nacional. La joya de las ciudades árabes de occidente era la ciudad de Córdoba, predestinada a sobrepasar la magnificencia de las ciudades hermanas de oriente, a Damasco y a Bagdad. En Córdoba se desarrollaron en todo su esplendor la riqueza y fastuosidad de la dominación árabe. La ciudad tenía millones de habitantes; era el centro de la ciencia y del arte árabes, y sede principal de la vida religiosa. Desde los 3.000 minaretes de la ciudad el Muecín llamada a los creyentes a la oración. Córdoba se convirtió en una nueva Meca. Atraía al occidente a gran parte de las hormigueantes peregrinaciones que antes se encaminaban a la Meca antigua.

¿Qué ha quedado de esta gran ciudad cosmopolita?. Apenas es hoy la sombra de lo que antes fue. Pero al recorrer las calles de la ciudad, el viajero se creería en la Córdoba de hace 1.000 años. Tal vez sea el mismo empedrado irregular de piedras recogidas a la orilla del río, tal vez sean las mismas casas tras cuyas ventanas de reja se ocultaba el harém . Las callejuelas se entrecruzan con irregular e intrincado laberinto. De los patios, sobre los blancos, deslumbrantes muros, se inclina de cuando en cuando hacia la calle una hermosa palma, y tras las puertas abiertas se pueden ver los risueños patios.

En medio de la aglomeración reverberante de albas casas se yergue, como peña rodeada de espumantes olas, la Mezquita de Córdoba. Se pasa por una hermosa puerta de hierro y se entra en el Patio de los Naranjos. De las frutas redondas , amarillas , aromosas y brillantes como el oro, y de los azahares, se levanta el cielo, como muda oración, penetrante de aroma. Muy altas, tan altas que se diría quieren alcanzar la bóveda azulada, se balancean las copas de las palmeras. El agua murmura en las fuentes. Hace siglos que estas fuentes apagan la sed de peregrino, quien envuelto en el flotante burnú, cubierto todavía por el polvo del camino, había venidos desde lejos para adorar a su Dios. En las ondas de la fuente los creyentes lavaban su cuerpo antes de entrar a purificar el alma a la casa de Allah… Hoy la fuente está continuamente rodeada por las hijas de la ciudad que vienen a buscar agua en pesados cántaros de barro.

Indefinible, avasalladora, es la impresión que se tiene al entrar en la selva de columnas de la Mezquita. ¿ Acaso es aquel recinto un bosque de palmeras petrificado ?. ¿ Se ha querido representar con este sagrado bosque de piedra la idea de infinito ?. Misteriosa luz se tamiza entre las columnas, y la vista tiene la ilusión de mirar ilimitados horizontes…..Silencio sepulcral por todas partes…..Este religioso simbolismo obliga a pensar en la eternidad.

Que los cristianos vencedores no hayan saciado su odio religioso destruyendo esta maravillosa Mezquita es conducta digna de elogios y de gratitud, como digna de crítica y reproche la de sus descendientes, que no han tenido mismos respeto para este monumento incomparable de la cultura musulmana.

La Mezquita se convirtió en templo católico. En donde antes millares de voces repetían “Allah…Allah…Allah”, entonaron los fieles de la religión católica su glorificador “Hosana”. Al principio, se contentaban con erigir altares en los nichos de las puertas, pero después, derribaron cerca de 70 columnas para que, sobre esta selva de columnas, se levantara el coro con el altar mayor. Surgió una iglesia en otra iglesia. El emperador Carlos V dio de mala gana su consentimiento para esta construcción, pero cuando llegó a Córdoba y vio lo que había sucedido exclamó horrorizado..: “Para construir lo que existe en todo el mundo, habéis desfigurado una joya única en el mundo”. (Los árabes tomaron posesión de Córdoba el año 711, después de la batalla de Jerez, y Abd-ur-raham, el fundador de la dinastía de los Ojamadas, comenzó a construir la Mezquita el año 785. Las más de 1400 columnas, fueron formadas de materiales tomados de construcciones de Bizancio, Roma, Cartago, Nimes, Narbonnes, etc.. De ahí la variedad de la forma y material, como mármol, porfiro, jaspe y alabastro. En 1235 los cristianos reconquistaron Córdoba y en 1523, se comenzó con la construcción del coro.

En la penumbra, no lejos del templo católico, se encuentra completamente intacto en toda su magnificencia, el santuario de la Mezquita, el Mihrab, el nicho de oración en que se guardaba el Corán. Es una joya de la arquitectura árabe. Mientras las demás columnas de la Mezquita están unidas por dobles arcos arábigos, son aquí arcos polilobos finamente cincelados, los que ligeros se levantan en el aire para formar la hermosa cúpula. El zócalo del nicho es un encaje tallado en mármol e iluminado por magnífica combinación de colores. Entre el rojo de sangre, el rojo pardo y el azul oscuro del violeta, tiembla el brillo del oro incomparable .

Se dijera que en estos muros de mosaico y en estos arabescos de inscripciones, no se hubiera apagado nunca la luz de los millares de lámparas de plata, que antes con suave claridad alumbraban la oscuridad del lugar. Parece que la luz de esas lámparas hubiera quedado flotando mágicamente sobre el santuario. Durante seis siglos esta magnificencia permaneció escondida e invisible, porque los moros taparon con un muro el nicho del santuario antes de entregar la ciudad a los cristianos. No fue descubierto hasta 1805, por pura casualidad.

A un país de ensueño se siente transportado el que recorre las galerías de columnas de la Mezquita de Córdoba, tan poderoso, tan avasallador y deslumbrante es el lenguaje de esta maravilla de poesía tallada en la piedra.

Y al salir, al recorrer de nuevo las enmarañadas calles bañadas de sol de la tranquila ciudad, convertida en relicario de una de las más preciosas joyas de arte, se siente la impresión de despertar de un sueño divino y mágico.-

Texto agregado el 29-01-2006, y leído por 136 visitantes. (0 votos)


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