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Gamela

A la mañana siguiente completarían los exámenes médicos que habían comenzado esa misma tarde. Mientras tanto, me suministraron alojamiento para pasar la noche en Alicura. Me alegró el asunto, aunque estaba preparado para hacerlo, dormir en el auto hubiera resultado desagradable, las noches son demasiado frías en la zona.

La clásica gamela: dormitorios de cuatro por cuatro, cada uno con dos catres y una pequeña ventana al paraíso. Las cuchas estaban dispuestas en dos largas filas separadas por un amplio pasillo central. En un extremo del pasillo, la puerta de acceso al conjunto y una sala de estar; en el otro, duchas y sanitarios. La gamela se veía impecable, limpia como un hospital, ordenada como un cuartel, vigilada como una cárcel...

Me tocó la número 14, así decía la chapita que me entregó el encargado. Recorrí el largo pasillo hasta encontrarla; apenas al ingresar, coloqué mi bolso debajo de uno de los catres y me quité los zapatos para tirarme sobre él.

Estaba profundamente dormido cuando sentí que me sacudían vociferando no sé cuanta pavada. El hombre era un correntino de inconfundible acento. ¿Su enojo? esa catrera era la suya: "14 b". Sin haberme despertado del todo, me crucé a la "14 a". Sólo recuerdo bien el olor a vino que impregnó la habitación y al rato nomás, los ronquidos del compadre.

A la mañana siguiente, como a las 6, escuché sin levantarme el despelote que metían los casi ochenta hombres aprestándose para iniciar su día. Podía distinguir por sus voces a mendocinos, cordobeses, santiagueños, chilenos del sur, en fin, de cada pueblo... un paisano.

Cuando ya estaba sentado en la catrera, apareció el correntino. Mientras terminaba de vestirse a las apuradas, y casi sin mirarme refunfuñó:

- En ese estante hay yerba, por si gusta; y en el cajón de la mesita está la radio. -

Dicho esto, se puso el casco y salió sin cerrar la puerta.

Cuando la gamela estuvo casi desierta, una reconfortante ducha me hizo sentir en la gloria. Recién a las 8 debía presentarme en la salita para la muestra de sangre. Si todo andaba bien, a la mañana siguiente comenzaría mi tarea.

Una vez cumplidas las formalidades exigidas por la oficina de "reclutamiento", conseguí agua caliente y, con los elementos que llevaba en el auto, a puro mate y cigarros pasé el resto del día disfrutando del paisaje. Distendido... ¡ya tenía trabajo!

ergo

Texto agregado el 07-02-2006, y leído por 435 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
04-10-2008 ************* avefenixazul
22-01-2008 va bien auripo
20-09-2007 Ud. describe cierta incomodidad en el alojamiento que le brindaron. Mi abuelo inmigrante, me contó que en su primer trabajo en este país, en Rosario, lo alojaban a él y a sus compañeros, en un galpón y el colchón era la paja, allá por 1923. Buen relato **** PeggyMen
12-01-2007 Parece que ha habido suerte... Selkis
26-02-2006 Te sigo, me has enganchado... artriego
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