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A todos los secuestrados de Colombia que han muerto en cautiverio.

Desde aquel día que partió nunca le habían mandado flores, ni en sus cumpleaños y no sé, si las espera, pero siempre se ve asomada a la ventana de su cuarto mirando a través del vidrio empañado la otra acera, el cristal refleja su rostro con algo del pasado. Realiza gestos de esperanza, sus movimientos jíbaros la mantienen con anhelos, es su mirada sempiterna, su pelo suelto juega con la suave aria de la tarde.

Mientras espera, se arregla el cabello con toques mágicos de sus manos frágiles, sus ojos recorren las líneas de su cuerpo, sus pechos aún permanecen firmes, su cuerpo guarda la frescura que el tiempo ni la soledad han podido marchitar, recuerda aquellas promesas en esa tarde lluviosa cuando su amante partió, con la ilusión entre sus sueños pasajeros en busca de un mejor mañana.
Se levanta del peinador y camina hacia la mesita de noche, toma el portarretratos con su fotografía, la sostiene levemente abrazada contra su pecho y lo deja caer sobre su lecho, ya no está triste, su tristeza partió con la espera, la aburrían las sesiones de psicología, el dolor que le queda no quiere compartirlo. Su Dios también la abandonó, sus plegarias no fueron escuchadas.
Vuelve a la ventana, ya es noche, el silencio de la calle la invita a contemplarla con más detenimiento, es la misma calle de hace tres años, la soledad la hace olvidar agravios.

Un día cualquiera recibió un ramo de flores sin dedicatoria, ni letra alguna lo acompañaba. No era su cumpleaños, tal vez, eran de algún admirador furtivo, buscó entre sus pétalos su aroma, algo que lo identificara, que lo delatara. Nada.
De pronto se habían equivocado, la asaltó la duda, hacia tiempo había recibido una rara encomienda, buscó en la parte más alta del armario, sitio donde guardó el paquete embalado en papel de aserrín elaborado a mano, lo abrió y sacó un diario con pasta rustica de cuero y papel palatina, lo revisó, abrió la pagina señalada con una cinta separadora en la pagina 36, que rezaba día 456 de cautiverio, habían subrayado estas palabras “El amor no muere nunca, simplemente se duerme, para despertar en otro lugar, en otro ambiente y con otra persona”.

¡Querida! todas las tardes vengo hasta este lugar, me distraigo con los sonidos de la naturaleza, el agua de la quebrada, las aves, el sonido metálico de los grillos por la noche me apartan de los malos pensamientos, y principalmente de la muerte. Me dejan escribir en esta libreta que he convertido en mi intimidiario, la cual, siempre llevo conmigo. Amor mío, mi tiempo es corto... - y el mío es difuso - dice, cerrando el diario. Todos los días lee algunas páginas a veces con fervor, a veces con furia.

El sonido del timbre la aturde ligeramente, deja el diario sobre el sofá y avanza hacia la puerta, abre, es el mensajero que le dice:- firme aquí doña- devuelve el esfero, recibe el paquete, lo revisa, solo una esquela con un ángel pintado con tempera y en letra cursiva su nombre Ángela suelta la cinta con el lazo y en su interior doce rosas amarillas, las saca de la caja y las coloca dentro de un jarrón con agua de boca ancha, busca el sillón para sentarse y vuelve a abrir el diario. Página 86, día 1.095 de cautiverio.
Las doce rosas que has recibido, protégelas e inmortalízalas para que cumplas nuestro último deseo y te he elegido a ti porque sé que por muchos años has esperado, como ella me esperó.

Al día siguiente hojeando la prensa leyó la trágica noticia secuestrado muere en poder de sus captores.
El destino la había escogido y ella creía en las supersticiones, era imposible huirle al presentimiento entonces tomó el diario y las flores caminó hasta el cementerio, mientras caminaba – a las cuatro cerramos señorita le dijo el celador- con absurda incertidumbre caminó entre los pasillos del panteón que a lado y lado albergaban féretros tapados con lapidas, algunas en mármol y otras en aluminios y hierro colado con floreros, al llegar al centro se encontró con una estatua del ángel de la guarda, al final del pasillo divisó la figura de una mujer, al llegar cerca a ella le extendió la mano y le entregó el diario con las doce rosas disecadas, sin mediar palabras caminó hasta los pinos que rodeaban el lugar y desapareció. Ángela giró para salir cuando sus pies tropezaron con una tumba en granito descubriendo en la lapida el crudo texto tallado que expresaba “El amor no muere nunca simplemente se duerme para despertar en otro lugar en otro ambiente y con otra persona” Arturo Alejandro Baute 6 de octubre de 1972 – 4 de febrero 2005, y Ángela del Rosario Pavajeau 5 de enero de 1978 – 4 de febrero 2005.


Texto agregado el 21-02-2006, y leído por 160 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
04-04-2006 Lo crees asi realmente?? Yo si espero encontrar el mismo amor en otro lugar, en otro momento, en otro espacio ..***** Ciiara
07-03-2006 precioso***** eslavida
21-02-2006 Me hiciste emocionar muchísimo. El dolor del cautivo y la belleza de tu texto, son impactantes. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
21-02-2006 Que duro...pero es la verdad. ***** gonzoyar
 
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