Me quedé mirándolo, como un náufrago que había perdido el horizonte; frente a mí, sus ojos navegaban ese mismo espejismo inexorable. Lo amaba; deseaba entrar nuevamente en esos sueños; beber el manantial de su mirada. Sin embargo, sólo pude murmurar que todo había terminado. Dos pupilas de zinc se internaron en el río de mis labios, mientras su boca temerosa volvía a rozarme. Tuve miedo; quise calmar la seda de su piel acorralando mis instintos, en una desenfrenada búsqueda de la verdad. Hasta que otra vez, nos encarcelamos en esas mismas voluntades...
Todavía lo amo; así; respirando sobre lo agitado de estos pechos; envuelto en la marea de mi vientre que no deja de extrañarlo; liberado; sonriente; frágil; expuesto; bello; inerte...

Ana Cecilia. ©