Su prístina belleza la empujo al precipicio del amor. Cristina no encontró lo que los gurus nos prometen y pensó que mentían.

Bonita, demasiado harta de serlo, cansada y traicionada por el mundo ha encerrado un corazón palpitante en paredes transparentes que hacen inalcanzable su belleza aunque te la dejan desear. Escondida en el mar binario de la soledad, con deseos de rescate en el naufragio del Medusa. Las certezas son burbujas en las que oxigena sus latidos que mantienen la sangre en la víspera del rocío. La estabilidad acoge su senda en una sonrisa perdurable más allá del tiempo. Los deseos viven atrapados en el ámbar del desaprender a volar.

Las alas marchitas de el ángel sufren la tragedia del olvido e indefensas intentan un aleteo yermo que ya no estremece el estomago.

Los cantos de sirenas suenan en el fondo del mar e inexorablemente la abrazaran.


Levantó la cabeza, el destino la atrapaba y miro por enésima vez aquellas estelas que dejaban sus anhelos en el cielo. Después el flash la disipo de sus pensamientos. Era la foto de su boda.

El escribía estas palabras y luchaba contra la incredulidad del mundo, pero cansado de la anestesia en que estada sometido se preguntaba.

¿Por qué no tirar la toalla?

Ella tenía razón, los ángeles no existen, tampoco los deseos de llegar a Itaca. Isla de encanta es un paraíso perdido del que ya no salen aviones cada hora.

Peterpan seguía soñando, pero la dulzura le demostraba lo que hacia lustros que sabia, los zapatos no siempre pueden ser nuevos y los cristales rotos arañan los pies.

¿Quien es tan tonto como para creer en el amor?

El miro otra vez la foto y con la yema de los dedos la acaricio en el cuello, en un vano intento de que ella soltara un estremecimiento.

Una lágrima le cayó por la mejilla.

El cuaderno se manchó e hizo difuminar algunas letras, otra lagrima cayo al suelo y se seco.

Cuando se secan las lágrimas se mojan las nubes.

Ella estaba de camino a la oficina, tenia que recoger unos papeles. Hizo por enésima vez aquel gesto. Levantó la mirada, el destino la atrapaba y quiso mirar aquellas estelas que dejaban sus anhelos en el cielo. Una triste nube estaba posada entre ella y el sol. La lagrima de la nube recorrió el camino siguiendo la senda de su mirada y se fundió en el húmedo brillo de sus ojos.

Un calido estremecimiento recorrió todo su cuerpo.