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Hace algunos meses en esta misma columna (entonces bajo el epígrafe “Tras El Espejo”), escribí un ladrillo titulado “En los Albores del arte”. La persona que lo leyó recordará que establecía una analogía entre la necesidad y el arte, sugiriendo la posibilidad de que la humana expresión artística partiera de la insatisfacción. Inicialmente necesidades primarias (comida, reproducción) y más adelante, evolucionada conforme a las necesidades de su sociedad – romanticismo, misticismo, revolución social, etc.-.
Afortundamente para el arte, y para infortunio del ser humano, tan pronto es satisfecha una necesidad, no nos cuesta aprender otra. Y cuando creemos que la realización está cerca, solemos generarnos una insatisfacción allá donde nunca hubiéramos creído. La lacaniana tesis cobra fuerza al comprobar que los retos dejan de ser objetos de deseo cuando son alcanzables.

Sartre interpretaba que había personas que vivían, y otras que contaban (relataban). Su protagonista en La Naúsea, Antoine de Roquetin,un consumado escritor cuyo magnífico sentimiento creador era tan grande como su percepción nauseabunda por la realidad – supuesta realidad- y lo absurdo de la existencia. Es quizás la creación estética, por su acción catárquica y freudiana, un escape a la realidad misma. Es, por ejemplo, la no correspondencia amorosa la que genera los poemas románticos, el suspiro que provoca la ausencia de la persona amada, es el poema lánguido. No hablemos ya de ensayistas y filósofos.
Tiene sentido pensar en tipos poco activos sexualmente, porque no imagina uno a María Kodama sentada en una postura insinuante en el sofá, llamando lascivamente a Borges, mientras éste responde: “Ahora no cariño. Estoy estableciendo una discusión sobre la teoría monista de Zenón y rebato su razonamiento sobre porqué Aquilés nunca alcanzará a la Tortuga”.
No me imagino a Dalí pintando a una Gala semidesnuda, sin terminar por lanzar el pincel a Cuenca, y abalanzarse sobre ella para cubrir sus más primarios instintos. Dicho de otro modo, ante la cobertura de las necesidades, no existiría el arte.

Resumiendo, nadie rodeado por 12 mujeres/hombres dignas/os de portada Playboy/girl, se toma la tarde metafísica y se cuestiona desde la fenomenología más pura, si la realidad y la percepción son la misma cosa – aunque más de uno nos frotaríamos los ojos cuestionándonos la orinicidad del asunto-. Siendo honestos, uno se decide a plasmar ensayos como La Gaya Ciencia o Genealogía de la Moral, cuando se ha pasado media vida en prostíbulos, y la otra media escribiendo anónimos a la mujer de Wagner.

No debería costarnos inferir que los grandes artistas son desesperados o impotentes. O cuanto menos, reconocer que la época de mayor productividad de un artista, vaya seguramente asociada a una racha de pésimo éxito sexual. Me enorgullece, por otra parte, afirmar que nunca he pasado de publicar en internet, periódicos escolares y universitarios. Aunque el hecho de llevar tres años y medio escribiendo esta columna freak, me deja en una situación pública francamente embarazosa.

Texto agregado el 22-05-2006, y leído por 154 visitantes. (2 votos)


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