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- Nadie inventó la mirada, como nadie inventó el mundo. La mirada crea y recrea el mundo, lo renueva, lo llena de vida todos los días. Ustedes, que miran sin ver, no pueden prohibirme que la vea, que la mire, que me pare en este rincón a observar a los invitados, los arreglos florales, los adornos y a los santos.
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- Ya se que no me invitaron, pero estamos en la Casa de Dios y aquí todos tenemos cabida.
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- No, no estoy borracho, sólo alegre por el acontecimiento y lo quise festejar con una botella de aguardiente, a la salud de ella.
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- Usted no se preocupe de nada, aquí voy a estar paradito, nomás quiero verla pasar y recrearme con su belleza. Le juro, le prometo, que después me voy.
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- Ella me conoce, señor, le juro que ella me conoce. Estudiamos juntos la preparatoria hace diez años, se sentaba a mi lado y en los exámenes de matemáticas me dejaba copiar. Yo también dejaba que me copiara en los exámenes de historia. No éramos burros, pero a ella no le atraía la historia y yo no podía con las matemáticas. Me gustaba esa complicidad, el platicar con ella en medio de la clase, el ver como se marchaba de la preparatoria con su andar felino, su mirada altiva, su cuerpo de diosa.
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- Nunca antes la había visto hasta el primer día de clases en la preparatoria. Su falda café arriba de las rodillas y la blusa blanca resaltaban su cuerpo de sirena. Llegó con su novio, compañero preparatoriano también. Mal encarado, apenas amable y fuerte, con la fuerza suficiente para liarse a golpes por su novia.
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- Ambos venían del colegio de monjas, donde estudian los hijos de las familias ricas, pero nunca los había visto. No es que yo estudiara ahí, pero en la esquina de enfrente tomaba mi autobús y a la mayoría de los estudiantes los conocía de vista. Muchas colegialas me conocían también porque, a veces, junto con otros amigos, remábamos por el río y anclábamos la vieja canoa frente al patio de recreo del colegio, para que las chavas salieran a ver como nos bañábamos desnudos, hasta que la algarabía atraía la atención de las monjas, que escandalizadas, llamaban a la policía.
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- A medio año escolar ella terminó con su novio y me hice más su amigo. Hacíamos la tarea en su casa, riendo, jugando con nuestras manos, conversando con la mirada, ante el ojo atento de su madre.
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- Muchas veces me permitió que la acompañara a su casa, para envidia de mis amigos, y la conversación callejera se prolongaba en las llamadas telefónicas nocturnas, insinuando palabras de amor que el temor a perder su amistad, a confundir las cosas, siempre me hizo decirlas veladamente.
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- En los bailes escolares mi cuerpo llamaba al suyo y entrelazados se comunicaban apenas en susurros, cada poro estaba receptivo a su aroma, a sus palabras en silencio, a sus gestos.
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- Nunca pude decirle cuanto la amaba ni nunca le di oportunidad de que me dijera cuanto me quería. Me dio miedo romper el cerco social, tuve temor al desprecio, a la burla. Ella se quedó esperando que tomara la iniciativa, mientras yo malgastaba el cariño con parejas inconsistentes, simples, de amor barato.
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- Durante el último año intercambiamos poemas, dibujos, regalos, miradas, pero nunca besos.
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- ¿Por qué no? Por culpa de mis temores, por mi cobardía. Un día en el campo, en medio de una plantación de vainilla, nos quedamos solos. Los compañeros con los que habíamos compartido el recorrido, el trabajo, los juegos, se fueron alejando uno a uno y nos dejaron solos bajo los frondosos árboles, un delicioso aroma a vainilla inundaba el ambiente y el viento entre las ramas hacía más pesado el silencio, ella me miró y sus ojos hablaron, en ellos vi una fuente de inagotable ternura y quise abrazarla, saborear el néctar de sus labios carnosos y decirle que mi corazón era suyo, pero sólo me quedé callado y en ese silencio se me fueron diez años de mi vida.
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- Los últimos tres meses de la preparatoria fueron insoportables. Ella cambió, me evitaba, era seca conmigo y su mirada se volvió fría, indiferente.
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- Después de la escuela cada uno siguió por caminos distintos y nunca más la volví a ver, a hablar con ella. Tengo el dibujo de un puente sobre un río hermoso y una bicicleta recargada en un árbol, en la dedicatoria dice: “para ti, con mucho cariño”. Ese dibujo es mi más preciado tesoro.
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- Ya se que han pasado muchos años y que quizá ella no se acuerde de mí, pero por favor, señor, permítame verla. Le juro, le prometo, que cuando el sacerdote pregunte si alguien tiene algún inconveniente en que esta boda se realice, yo callaré para siempre...

Texto agregado el 25-05-2006, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


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