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Percepciones


A mi amor, Malú D.




Las horas pasan por su garganta y en cada minuto sus latidos se vuelven más densos. La noche, la noche llama a su ventana como la nada llama a la nada. Piensa. Los últimos rayos de sol se están llevando todo, todo el tiempo iluminado que salió de su alma. Y la noche se va filtrando entre las cortinas. Y la música suena pero en su mente un profundo y oscuro vacío se ha apoderado de sus percepciones, aislándolo. Pensamientos invisibles e inertes; sin principio ni fin, que van cayendo a un precipicio metafísico. Sí, ese del que habló, también, Vallejo.

La nada, la nada se lo lleva todo. Y él aquí, hipnotizado por el canto de mil sirenas de la Atlántida que sólo quieren destrozar su alma. ¿Pero acaso no se destroza el alma interpretando a aquellos personajes profundos, oscuros y vacíos del tipo Kafka, Bukowsky y Chandler? ¡No! No es así; lo que destroza el alma es ese abismo persuasivo que nos llama, que nos llama a la nada.

Hoy leyó a Sylvia Platt y trataba de encontrar algún rastro afectivo en él. Pero no, él está levitando por encima de toda materialidad y espiritualidad posible. La música sigue sonando y la noche aún sigue rasguñando su ventana. Sus sentidos se han acorazado contra toda emotividad efímera.

El viento se vuelve más imprudente en el crepúsculo pero no tanto como aquella misteriosa canción que ha irrumpido súbitamente en su santuario. Sí, en este preciso momento. Es una canción que está resquebrajando su coraza en forma de cúpula y nos va mostrando los riachuelos neuronales que conforman los deltas de su memoria. La canción habla de un lugar llamado Camaná.

Los acordes de la guitarra lo remontan a un tiempo perdido en la distancia. La voz es de esas voces que no pertenecen a ningún lugar más sí a los sentimientos sinceros y genuinos.

Cosa rara, en su inconsciente ha encontrado a Baudelaire sentado bajo el árbol del bien y del mal. Ha visto a William Blake pintando en el viento a su musa desnuda, a Safo. Todo esto le parece increíble; y justo ahora, cuando la noche ya lo ha envuelto entre sus brazos.

La noche avanza, es un pulpo gigantesco que atraviesa los canales que separan su consciencia e inconsciencia. Pero él se refugia en la tercera dimensión; aquella dimensión en la que ningún pulpo ni ser puede acceder. La tercera dimensión es desconocida por todos y por todo. Es la nada.

La nada destroza el alma, de acuerdo, pero la noche que llama a su ventana no es un telón que se va cerrando para abrirse a la siguiente mañana, no. La noche no puede llamar a la ventana porque el alba es el único que puede hacer eso. La noche no llama, viene sin previo aviso. Pero, ¿quién ha de ser si no es ni la noche ni el alba?

¿Recuerdan que aquella canción lo despertó de su letargo? Bueno, lo que ocurrió realmente fue que la falta de emotividad alteró su percepción espacial, pues no es una sana condición de la naturaleza, y esto hizo que percibiera el alba como si fuera la noche. PERO SÍ ERA EL ALBA, no cabe ninguna duda, porque él pasó la noche, la madrugada, en su letargo y levitando. Entonces, ¿cómo es que vio la noche?

Lo que vio, en definitiva, fue el oscuro y profundo vacío del alma, que se adueñó de sus percepciones y llegó a él proyectándose en forma de noche. El único lugar para estar a salvo de ello es en la nada. Lo sabe. De lo contrario, corre el riesgo de ser absorbido por la totalidad de su mundo psíquico.

Aquella canción lo hizo volver a la realidad; pues la realidad además de pragmática, es emotiva y sensiblemente perceptible en esencia. Los que no la sienten simplemente son seres "invisibles e inertes".

La nada es un espectro que se mimetiza con su alma para, primero, deshacerla o destrozarla, y luego rehacerla o crearla nuevamente. Es así como él ha descubierto, por medio de esta depuración, que puede despertar cada mañana sin temor de que ese hastío metafísico lo vuelva a perturbar. Necesita esa depuración, es imprescindible para él, aunque el proceso sea cataclísmico.

Ha tomado una firme decisión y ahora va rumbo al sur. Cogió la mochila y ha emprendido el camino hacia lugares desconocidos. Más de mil kilómetros lo separan de Camaná, puerto en el que vivió uno sus antepasados. Sí, aquel que vino de tierras lejanas. Quizá no encuentre nada o quizá sí; el futuro se puede conceptualizar pero no definir.

Ya está a las afueras de su ciudad; aquella ciudad de millones de seres rodeándolo y desindividualizándolo de sí mismo. La ciudad que va quedando atrás para darle paso a los paisajes desérticos de la franja costera. Lleva horas conduciendo. Los pueblecitos grises con sus gentes de sonrisas primaverales aparecen ante sus ojos.

Ha llegado al desierto de Nazca. Es de noche. ¡Oh! Que imagen tan impactante, cuántas sensaciones lo invaden. El desierto, de noche, bajo la tenue luz de una luna que parpadea cuando pasan las nubes. ¡El desierto! ¡Hermosa llanura fantasmal! El horizonte del desierto es como ese vacío profundo y oscuro que apareció en su alma. Es sorprendente. Otra vez el llamado de la nada ha vuelto pero, esta vez, lo encuentra benigno.

Se detuvo y bajó del coche. Camina...




Jon Aguirre.

Texto agregado el 19-06-2006, y leído por 72 visitantes. (0 votos)


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