Hace nada se fue el coronel. Un tipo singular. Se llevo sus guerras polvorientas, sus amigos insignes, sus viajes en blanco y negro por cuatro continentes y su mirada. Sus diminutos ojos azules siempre me miraron con cálido asombro, con la sorpresa del abuelo que ve crecer a su nieto. Muchos dicen que yo me parecía mucho a él, tal vez será eso.

Vivió como un buen hombre aunque no se puede decir que fuese un tipo estupendo, es más se lleva muchos de mis reproches, pero curiosamente le dignifica la actitud de los que se supone tenían que llorarle. Cuando se acabo todo, no hubo gentío, no hubo desconsuelo, solo un viejo que se va. Sin viuda desconsolada, sin familia rota, sin amigos cabizbajos, con pena pero sin dolor.
¿Es justo?. Supongo que no, pues yo si le lloré. Quiero creer que todos merecemos ser llorados y mi coronel no era menos.

Nunca olvidaré la última vez que te ví. Te cogí de la mano en aquella fría y blanca cama de hospital y sin poder hablar me tocaste el alma. Ambos sabíamos que era una despedida y ambos sonreímos.

Hasta siempre abuelo.