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La Primera vez z





—Hay que hacerlo... —dijo él.
La tenía tan cerca, que el perfume de su cabello negro era lo único que respiraba; y ése seria un olor inolvidable; un suave olor a pureza, a plenitud de manzana en primavera, a fruta adolescente apenas florecida.
Su brazo derecho rodeaba el cuello de Lizeth García, y era ella, quien sentada a su lado, le permitía deslizar sus labios por la piel de su fino cuello. El placer que le producían tales roces era intenso, y así lo demostraba ella inclinando la cabeza hacia atrás y entrecerrando los ojos; en ese instante, percibió también que aquella mano lujuriosa, la colocada tras su espalda, empezaba a descender con sensuales masajes ondulatorios que le recordaron a sus propias caricias cuando se tocaba durante el baño espumoso.
Las caricias simultáneas de la mano y los labios, la envolvieron en un estremecimiento a flor de piel, una fugaz excitación sexual que le produjo el repentino endurecimiento de sus pezones. Aspiró profundamente y contuvo el aire por breves segundos; exhaló luego aquel aire convertido en un vapor caluroso, y con una leve expresión de placer en el rostro, bajó la mirada. Dentro de Lizeth galopaba un calor trepidante, una llamarada que se extendía por todo su cuerpo, y que gradualmente iba reuniéndose en un punto especifico; entre sus torneadas piernas; manifestándose como una ansiedad casi desesperante en su sexo.
Los latidos de la joven aceleraban.
A Dante todavía le restaba una mano libre, la izquierda, y con ella se aventuró a manosear uno de los voluminosos pechos. Estos se marcaban exageradamente tras la ajustada tela del polo; el seno fue acariciado por la palma entera, con fuerza y delicadeza a la vez, estrujando la suave carne hacia arriba y hacia abajo, de un lado hacia el otro; y el pequeño pezón fue masajeado por los dedos índice y pulgar, hasta endurecerlo y hacerlo crecer todavía más. Ella cerró los ojos y lanzó un suspiro. Los labios de su compañero fueron desplegándose tenuemente hacia la oreja, hasta capturarla y morderla suavemente. La mano derecha continuaba con su tórrido descenso tras la espalda, y los dedos, cuales serpientes sobre la tierra, rozaban ahora el espacio desnudo del dorso, la estrecha fisura de piel entre el diminuto polo y la falda rosada. Aquella zona donde algunas mujeres suelen adornar su cuerpo con provocativos tatuajes. Los dedos jugaron un instante detrás esa breve cintura, y luego, Dante buscó introducirlos bajo la ropa intima, ansiando acariciar aquellas duras y redondas nalgas. El recorrido de aquella mano por ese perfecto cuerpo, concluyó.
—Déjame —se quejó Lizeth, ignorando el fuego de su interior y retirando las manos que acariciaban sus formas. Acomodando luego su postura.
—Lizeth...
—¡Tú sólo quieres eso, no!, ¡Cómo puedes pedirme lo que me estás pidiendo! ¡¿Yo qué soy para ti?! ¿Ah?
—Todo.
—¿Qué?
—Todo. Eso eres.
Luego Dante se aproximó y cubrió con un voluptuoso beso, aquellos delgados labios pintados de rosa. Introdujo gradualmente la lengua y Lizeth, excitada todavía por el calor ya mencionado; fue presa de una repentino y poderoso erotismo. Desplegó su carnosa lengua y ambas se entrecruzaron lamiéndose, serpenteándose en una lucha húmeda y sutil; experimentando así aquella sensación tan resbalosa y singular.
La unión de los labios se rompió por acción de ella.
—No, mejor no. Vamos a mi casa. Me quiero ir a mi casa.
—Ya estamos acá, Lizeth. ¿Por qué dudas tanto? ¿Dudas de mí, acaso?
—No, tú sabes que no.
—Pero entonces no te entiendo.
—Es que yo no soy una puta, Dante. Entiende, yo no soy una puta.
—Claro que no lo eres. No vuelvas a decir eso.
—Es que me estas pidiendo algo que..., que, no sé. Algo que es bien difícil de que yo haga... Seguramente tú ya habrás hecho esto con otras...
El la rodeó con los brazos.
—Sólo contigo yo podría hacer esto, y sentirlo todo de verdad, Lizeth.
Ella bajó la mirada y se puso a llorar. Estaba muy nerviosa y era una chica sentimental.
—La verdad es que no puedo obligarte a nada. —dijo él acariciándole el rostro— Sólo quería hacer esto porque sabes bien que mañana me voy a Chile. Pero si no quieres esta bien, mejor vamos a tú casa... Me prestas tu baño, eso sí —dijo sonriendo— Vamos, yo nunca te he obligado a nada y no voy comenzar ahora.
—Es que no sé si quiero hacer esto. Tengo miedo.
—Cualquier chica en tú lugar, y a tú edad, lo tendría... —miles de imágenes de ella transcurrieron por su mente— Eres lo más bonito que he visto, Lizeth, enserio, y me hubiera gustado mucho hacer esto contigo. Me hubiera hecho bien. Al menos una última vez.
—Pero es que tú te vas a ir, y yo me voy a quedar sola y...
—Y te vas a olvidar de mí... —dijo él con una triste sonrisa.
—¡No! No digas eso. Tú sabes bien que yo te quiero mucho. Te quiero tanto que hasta te la chupe —dijo ella sollozando.
Dante se cubrió la cara con una mano y empezó a reír.
—De qué te ríes, huevon.
—Es que, ¿cómo me vas a decir eso? ¿Acaso eso tiene que ver con querer a alguien? ¿Acaso una chupada representa para ti el amor?
Ella le empujó hacia atrás, visiblemente ofendida por la mala interpretación que Dante había dado a sus palabras. El continuó riendo y muy dentro de sí, quería llorar.
—Idiota, no lo decía por eso, sino porque yo nunca haría eso con otro. Entiendes. Nunca.
Él la abrazó de nuevo. Ella trató de impedirlo pero al final cedió. Dante recostó su cabeza sobre el hombro de ella, como un niño que quería llorar. Llorar por una vez y ya nunca más. Volvía el perfume a primavera que lo acompañaría para siempre. Cerró los ojos para no olvidar.
—No importa si no quieres hacerlo. —dijo él y luego volvió a mirarla. Lizeth estaba de perfil. Él admiró su rostro y se sintió feliz de haberla conocido desde que tenía ella catorce años, en todo su esplendor— Lizeth...
—Que pasa.
—¿Te jode si me pongo a llorar?
—¿Tú? ¿Tú, llorar? Ja-ja. ¿Y por qué?
—No sé. Me han dado ganas...
—¿Tanto te importa el sexo que te vas a poner a llorar sólo porque no quiero? —dijo ella burlonamente, con lagrimas todavía en los ojos. Quería devolverle la ofensa que había sufrido antes. Así era ella.
—No es por eso... ¿Sabes? Para mí hacerlo y mirarte es como lo mismo. Mirarte nada más me pone feliz. Pero después de hoy ya no te voy a ver. Y eso me esta haciendo un hueco en el pecho.
Aquellas palabras transportaron a Lizeth a la realidad.
El viaje de Dante era en menos de un día. Probablemente nunca más se volverían a ver; se marcharía él y ella dejaría de ser el centro del universo; la chica más bonita de Lima; la más interesante del mundo; la luz de vida que llenaba un vacío diario, esencial y miserable, dolorosamente oscuro. Se marcharían además las bonitas historias que él le contaba; los domingos en los cines; los besos y caricias en la cómplice oscuridad; se marcharían. Se marcharían todos los momentos felices, y darían lugar a cartas redactadas con muchos te extraño; y las crueles fotografías serian colgadas en las paredes para acentuar la melancolía; y las distantes conversaciones telefónicas serán llenas de ansiedad por una caricia. Pero nunca más sentirse la piel. Lizeth, limpió las lagrimas que Dante derramaba con una media sonrisa, y lo beso. Decidió hacerlo, entregarse como él se lo había pedido.
Mientras los dos se encontraban ya unidos por un beso, fue ella quien dócilmente introdujo la lengua dentro de la boca de su enamorado, y allí, por un instante, sus lenguas jugaron y fueron envolviéndose como dos larvas carmesíes, intensas y vaporosas. Luego Lizeth abrazó a Dante con ambos brazos y se tendió hacia atrás, hasta quedar acostada y con él sobre sus pechos. Dante empezó a besarla con un frenesí que aumentaba por la excitación del momento, y Lizeth emprendía la tarea de quitarle la casaca con sus delgadas manos. Dante deslizó su boca por el camino aterciopelado, palpitante y cálido que era su cuello; fue besando suavemente la piel y manchándola ligeramente con su saliva. Ella cerró los ojos y ya nada le importó. Dante levantó el diminuto polo blanco, y ya sin ningún otro percance, quedaron expuestos los firmes y magníficos senos de la adolescente, los cuales poseían un diámetro suficiente para no caber en una sola mano; y cuyo color era semejante a un blanco barnizado por la miel. Tan suaves eran a la vista, que Dante no resistió la impulso de ir tentándolos, lamiéndolos, y succionándolos cual recién nacido hambriento. Se concentró en los endurecidos y rosados pezones, jugueteando con la lengua y mordiéndolos suavemente, con delicadeza e ímpetu. Ella tenía la respiración acelerada, meneaba la cabeza hacia atrás con evidente goce; sus ojos yacían entrecerrados; y eran alborotados sus largos cabellos por una de sus manos. La pequeña falda rosa fue levantada. Se hizo a un lado el diminuto calzón, dejando expuesto a toda vista, aquel sexo juvenil y majestuoso; aquella hendidura de color sonrosado y con apenas escasas vellosidades sobre el pulposo monte. Dante inclinó la cabeza y empezó a lamerlo cual fruta apenas madura. Ella era presa de una inimaginable cantidad de sensaciones enloquecedoras. Dante deslizaba la lengua prestándole especial detalle al abultado clítoris; succionándolo con los labios, frotándolo con los dedos hasta hacerla gritar de placer. Mientras la tocaba y la besaba, fue despojándola de todas prendas con notable velocidad y destreza. Lizeth hacia lo mismo pero empezaba a desnudarlo torpemente. A los pocos segundos se encontraban ya sin lastre, completamente desnudos los dos. Ella, con un exagerado rubor en el rostro, se inclinó hacia delante y se llevó a la boca la henchida cabeza del pene. Succionó toda la extensión, y empezó por lengüetear la parte más sensible, humedeciendo el orificio de la uretra con la punta de la lengua. Dante se echó hacia atrás y tomándola por las caderas, alcanzó una perfecta posición debajo de su hendidura, y empezó a lamer el húmedo sexo de Lizeth, que era suave y resbaloso, perfumado por un natural céfiro a melocotón. Ambos iban proporcionándose un placer compartido y vandálico para los sentidos. Lizeth inclinaba la cabeza hasta engullir todo el pene, lamiendo los contornos y dando lengüetazos en el pequeño orificio, succionando la piel y manchándola con su saliva, utilizando los labios para estrujar con vehemencia aquel miembro. Secretamente, le agradaba sentir el endurecimiento dentro en su boca. Así como el sabor de algunas gotas que emanaban esporádicamente de allí. Dante continuaba concentrándose en el abultado clítoris, rozándolo una y otra vez con la lengua, sorbiéndolo y aprisionándolo con los labios. Dicho órgano femenino estaba ya al borde de las sensaciones. Lizeth, muy a su pesar, apartó el pene de su boca y de un inesperado movimiento, cambio de posición para intentar sentarse sobre él. Dante levantó el dorso hasta quedar sentado, y ella, que descendía lentamente; cogió el pene con la mano izquierda y fue acomodando la punta del miembro erecto en su vagina, para dejar que el propio peso de su cuerpo concluyera la penetración. La joven envolvió sus brazos en el cuello de su amante, y descendió completamente. Sin embargo, era tan estrecha su carnosa cueva vaginal, que la penetración resultaba difícil y laboriosa; por esta razón inició ella unos violentos movimientos circulares para lograr empalarse con el pene. A pesar de los esfuerzos, éste iba penetrando remisamente, con lentitud. Estaba totalmente erecto y apenas por la mitad. Lizeth empezó a desesperarse. Entonces, con un rotundo movimiento de caderas, logró que los veintitrés centímetros de extensión le cupieran dentro. Lanzó un ligero gritito de dolor, y se quedó allí inmóvil, empalada sobre él y mordiéndose los labios, sin efectuar ninguna clase de movimiento. Medio minuto después, empezó ella la faena con una serie de movimientos desde arriba hacia abajo; era un meneo lento pero de velocidad ascendente. Y al ir aumentando la intensidad, exponía algunos gestos que por intervalos, parecían lindar con la locura. Ella empezó a gemir y a manifestar pequeños quejidos, casi ahogada y al limite de las sensaciones. Ahora los sexos ya lubricados permitían la aceleración compulsiva del acto. Violenta. Estrepitosa. Unidos frenéticamente sentían el exquisito contacto, y los fluidos que manaban sus órganos les hacían compartir un deleite maravilloso. Se besaron. Las lenguas ahora se entrelazaban vulgarmente, se toqueteaban y friccionaban con desesperación; ambos tenían la boca abierta. La escena era altamente erótica. Lizeth entonces, fue sacudida por una terrible vergüenza. Sintió por ese breve momento una vergüenza penetrante; como si varios ojos estuviesen contemplando su desnudez y el acto escandaloso de su temperamento. Se sintió una puta. Porque para algunas mujeres, el entregarse a su sexualidad y el ser una puta no tiene mucha diferencia. La vergüenza de Lizeth era fuerte, sin embargo, su propio placer se impuso hasta dominar totalmente su carácter; hasta sumergirla en el abismo desenfrenado que sus sentidos experimentaban. Los movimientos eran cada vez más frenéticos. Dante masajeó ambos pechos de una manera libidinosa y hundió la cabeza entre ellos, sintiendo su palpitar, su soñada dureza apenas florecida.
Entonces los movimientos eran ya de una velocidad violenta, irresistible, divinizada, y Lizeth descargó un torrente líquido sobre la extensión del pene que tenía adentro. Al tiempo que Dante llenaba su interior con una copiosa cantidad de semen. Lizeth sintió por dentro, como la inyección del espeso líquido iba recorriendo calidamente su matriz, proporcionándole el más exquisito de los placeres.
Una vez terminado el acto, ya cansados y con los cuerpos perlados de sudor, se abrazaron. Lizeth recostó la cabeza en el hombro de Dante, calladamente. Estaba llorando entonces.
—No puedo creer que me hayas convencido para hacer esto.
—Te amo, Lizeth. Nunca me voy a olvidar de ti. Nunca.

De entre la multitud, un sorprendido policía se abrió paso y sentenció.
—Haber, jóvenes, se me visten de una vez y me acompañan los dos a la comisaría, por favor.
Alrededor de Dante y Lizeth, se había congregado una multitud de personas. Todos se mostraban boquiabiertos después de la impactante escena que habían presenciado. En pleno día y sobre el pasto verde, en medio de un concurrido parque de la ciudad.
La muchedumbre estaba conformada por señores encorbatados, amas de casa con las bolsas del mercado, estudiantes, ancianos y niños; las personas más serias expresaban un increíble gesto de asombro, y los más jóvenes, exponían una sonrisa que lindaba con la sorpresa y la excitación. Algunas colegialas tomaban fotos con sus celulares sintiendo entre las piernas el mismo calorcillo indecoroso que Lizeth había sentido antes. Mientras que los niños, hombres maduros y ancianos, no dejaban de contemplar la hermosa figura de Lizeth, quien aún desnuda, continuaba sentada sobre su enamorado. El policía repitió las mismas palabras que había pronunciado antes. Le temblaba la voz.
Dante y lizeth, continuaban abrazados y todavía como un solo cuerpo. Entrelazadas sus extremidades, respirando el cálido aliento del otro; uno dentro del otro; con los ojos cerrados y besándose. Inmóviles. Protegidos tras un delgado y fino cristal que los separaba del mundo; lejos del bullicio de la ciudad y de la furia de los hombres, del sufrimiento que es vivir y el hambre de la muerte; lejos, en un edén donde sólo existen emociones y caricias; porque dicen que así es el amor.

Texto agregado el 08-12-2006, y leído por 312 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-12-2006 Le faltó erotismo... es demasiado explícito en ciertos puntos, por lo que le puedo llamar arte. Coincido con Tejera en la frialdad de los diálogos. Me gustó y no me gustó. Un 3... leily
08-12-2006 caliente muy caliente+++++ PUCCA_PSICODELIC
08-12-2006 definitivamente no es un Haiku Mariangelik
08-12-2006 Es texto es muy sensual aunque los dialogos, en mi opinión, enfrian el ambiente. Tejera
 
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