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Inocencia animal

Es muy triste ver los ojos de un niño enfermo, peor aún si se trata de un familiar cercano. Esa fue la situación en que me hallaba. Estaba frente a un perro hermoso al cual había querido, amado, cuidado a lo largo de nueve años, y a mi lado estaba mi linda niñita de nueve años también, pero con la cara desgarrada por las fauces del perro. Lloraba sin parar mientras la sangre le manaba como si su alma fuera aquel líquido rojo. Traté de calmarla y noté que el perro también trataba de lamerla, como si no entendiese que fue él quien le sacó un pedazo de cara… Hice a un lado al perro, me acerqué a la niña, la cargué y la llevé hacia la casa de sus padres, que, por desgracia, no se encontraban en ese momento. Llamé a la ambulancia y siempre tras mis pasos estaba el perro, como si estuviera preocupado por algo que no podía entender. Cerré la puerta de la casa, llamé a los paramédicos, y luego, cogí una pistola y fui a matar al perro. Este me miró, se acercó a la punta de la pistola y comenzó a lamerlo. Qué inocencia, en verdad. Bajé el arma y se me vino a la memoria las palabras de la niña acerca de si los animales sentían o no. Sus padres le dijeron que no, pero ella afirmaba que sí, para luego gritarles de que el perro tenía corazón… Todos callaron antes sus palabras. Yo me mordí la lengua ante esta verdad tan frágil y me puse a meditar una respuesta para hablarla en otra oportunidad. No la encontré y me fui de la casa de mis vecinos… Y ahora estaba allí, frente a frente al perro desgraciado, y sin corazón. Volví a levantar el arma y el perro me miró a los ojos, como diciéndome, ¿qué esperas para matarme, estás loco como para no hacerlo, a un perro, como yo? Sí, pensé. Le puse el cañón en medio de los ojos y cerré los ojos. Disparé. Sin embargo, no le di. El perro ya había escapado como avisado por su instinto, o algo por el estilo… Iba a perseguirlo, pero en ese momento llegaba la ambulancia. Los hice pasar y acompañé a la niña. Tuvieron que darle un sedante para calmarla. Llegamos al hospital y la llevaron de emergencia. Estuve esperando como cinco horas, y al rato llegaron sus padres… Se les veía que estaban a punto de morirse de dolor y angustia. Les expliqué el problema y ellos se miraron a los ojos y aunque no dijeron una sola palabra, entendí que el perro iba a ser liquidado. Me sentía agotado, y les dije a mis vecinos que iba a dormir un rato, y que a la mañana siguiente los iría a visitar.

Salí a la calle y fui caminando hasta mi casa. En la ruta me pareció ver al perro de mis familiares. Me detuve, acerqué y sentí ganas de matarlo. No era el perro y continué mi camino hacia mi casa. Cuando llegué vi las luces encendidas. Entré y empecé a apagarlas una por una hasta quedarme totalmente a oscuras. Me gustó. Caminé a ciegas y busqué un lugar para dormir. Me tiré en una de las camas cuando vi casi frente a mí, puntos brillantes como ojos de perro a tres metros de mí. Salté de la cama y encendí las luces. No, no era el perro. Volví a acostarme cuando escuché dos detonaciones de una pistola… El perro, el perro ya fue… Pensé. Me paré y fui a ver por la ventana de mi casa. No había nadie. Miré la casa de mi vecino. Lo llamé por teléfono pero nadie respondió. Colgué y salí a la calle. Caminé como si soñara a través de la calle. De pronto vi a otro perro, este era muy feo, negro, famélico, y tenía los ojos brillantes… Me le acerqué y lo llevé a mi casa. Le di comida y me sentí mejor. Pude dormir con gran tranquilidad, aunque jamás volviera a ver al perro que había mordido a la niña de nueve años.

Ha pasado el tiempo y la niña ha sido una jovencita, no ha vuelto a tener un perro, pero yo, siempre tengo perros en mi casa, y todos ellos son perros callejeros. Los encuentro, o me encuentran por las noches y vamos a casa. Les doy de comer y ellos alimentan mi corazón... Quizá sea cierto que ellos tienen un corazón, pero el suyo está en todos lados. Esto de cobijar a los perros, es algo que hago aunque la gente me llame loco. Puedo ser eso para ellos, pero para mis perros no, para ellos no lo creo aunque siempre terminan alejándose sin saber por qué, de mi lado… aunque siempre vuelvo a encontrarlos en diferentes tipos de perros. Quizá sea yo igual a ellos, y ellos sean igual a mí. No lo sé, pero lo siento, aunque todos los vecinos me llamen loco, aunque me digan que no tengo corazón, y no sea verdad…



San isidro, diciembre de 2006

Texto agregado el 30-12-2006, y leído por 250 visitantes. (0 votos)


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