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La siesta que la cueva se tragó al dragón
Desde que volvió Ángel de la capital, Don Vidal cambió conmigo. No quiere que venga temprano para cebarle mate, como antes. Tampoco que limpie la casa mientras Ángel duerme. Entonces me quedo una hora más en la cama, pero ¿quién quiere dormir mientras su sobrino está de vacaciones en la casa? Desde que llegó, tengo más ganas de trabajar, canto todo el día y sólo quiero mirarlo. Tiene la piel tostada, los músculos marcados y los ojos más grandes que vi en mi vida. Bueno, no es que viera muchos, la verdad es que en el colegio donde me manda tía Pascualina por las tardes, no hay varones, sólo los profesores.
Don Vidal está muy orgulloso de su sobrino, lo llevó al pueblo y le dijo a sus amigos que Ángel va muy bien en el seminario y todos le felicitaron como si eso fuese muy importante.
A nadie le conté que don Vidal me pidió que fuera su esposa. Sí, medio que me da vergüenza. Cuando cumpla diez y seis años y termine el sexto grado vamos a casarnos. Estoy en el quinto y tengo quince. Mi tía dijo que Don Vidal era un buen candidato.
Yo le quiero a Don Vidal porque es amable conmigo y me trata bien. Le pregunté por qué me quería. Dijo que porque yo era hermosa y virgen. Yo me llamo Porfiria, no María, la única virgen que conozco. Don Vidal se rió y dijo que todas son como María antes de andar con un hombre. Me habló de esas cosas, que hay mujeres buenas y malas. Que las buenas son las que se casan y que sólo tienen hijos después del “sagrado matrimonio” y que se van al cielo cuando mueren. Y las malas van al infierno. Yo lo escuchaba, pero me aburría mucho y no le creía nada, porque mi vecina que se llama Pánfila es muy buena, le da de comer a todos los niños de la calle. Nunca tuvo un sagrado matrimonio y tiene cinco hijos. Al medio día su casa parece una escuela, porque recibe a más de doce mitaí. Les da de comer. Ella es pobre también, pero es muy pedigüeña, pide a los que tienen más que ella y ayuda a los más pobres. No creo que vaya al infierno por más que no se haya casado, como dice don Vidal.
La tía Pascualina todo el día me repite “pero qué suerte que tenés chiquilina, casarte con alguien de plata y tan buena gente”. Ella nunca se casó y decía con orgullo que había quedado”pura como los lirios del campo” y que gracias a eso, no se quemaría por siempre en el infierno. A mí el calor no me gusta mucho, el fuego menos, así que cuando el almacenero me dijo ciertas cosas, en voz baja, para que no las oyera su señora- encontrarnos en la pieza del fondo para darme un beso- le dije que no, porque no quería quemarme en el infierno.
Pero Ángel me dejaba medio tolonga, sus ojos negros parecían tener algo, no sé qué, me miraba y ya me quedaba toda lánguida. Tenía manos grandes y las movía cuando hablaba. Una vez, me tocó los pechos y me quedé quieta porque me gustó. ¡Dios te salve María! Estaba tan emocionada que temblé todita.
Ahora ya no le cuento a nadie que soy descendiente de perros, porque cuando lo hacía, me llevaban a la casa Del parque, un lugar feo. No te dejan salir cuando querés y te dan remedios que te dejan medio loca. Y el uniforme es horrible. Una camisa de mangas muy largas que podías atarte detrás de la espalda. Pero pronto me avivé. Guardé el secreto; no dije ya a nadie que era un cachorro y nunca más me llevaron ahí. Tampoco conté que oigo mejor que toda la gente.
No quería ir al infierno. Y como toda la hora pensaba en Ángel y en otras cosas que me daban vergüenza, fui a la iglesia a rezar un rosario para no ser una mujer mala.
Una siesta en que hacía mucho calor, Ángel me llamó desde la pieza con un susurro; lo oí muy claro entre el sonido de las chicharras y los ronquidos de Don Vidal, que dormía en la pieza del fondo.
Le pregunté qué quería, estaba recostado en la cama; sin camisa.
-¿Vos me querías hablar?-preguntó con una sonrisa.
-¿Yo?-respondí sin entrar en la pieza, mientras sentía el cuerpo caliente.
-Sí. Vos. Me viste desnudo ayer. Te vi cuando te fuiste.
Sentí que mi cara se ponía más y más caliente.
-Entrá y cerrá la puerta.
Sabía que Don Vidal no quería que estuviera a solas con Ángel. Pero igual entré.
-¿Por qué decís que tus antepasados eran lobos?
Lo miré, noté que no se burlaba como los otros cuando me preguntaban eso. Los ojos le brillaban como los míos cuando me veo en el espejo y pienso en él.
-Porque es verdad. Oigo más que los demás, huelo cosas que otros no huelen y...
-¿Y?
-No quiero contarte más-dije porque me daba vergüenza contarle que era muy velluda.
-Ya que me contaste eso, yo te voy a contar otro secreto. Yo tengo un dragón.
-¿Qué es eso?
-¿No sabés lo que es un dragón? Es un animal muy grande que despide fuego por la boca.
-¿Y qué hace un dragón?
-Es muy especial. Vive conmigo y cuando ve una chica que le gusta, quiere visitarla.
-¿Ya te pidió muchas veces eso?- pregunté celosa.
-Pocas veces, pero ahora quiere visitarte.
-¿A mí?
-Sí.
-¿Y dónde está?
-Aquí- dijo y me mostró el short que estaba levantado, como si tuviera un brazo largo enrollado ahí.
Pensé que mentía así que le pedí que me lo mostrara.
Y lo hizo.
-Bueno, es un dragón diferente. Así como vos. Descendés de lobos pero no parecés un lobo o un cachorro.
-¿Vuela?
-Y… a veces quiere volar, pero no le dejo, sólo tira fuego cuando está contento.
Las alas que tenía detrás parecían desiguales, pero para no molestarlo, no se lo dije.
-¿Le puedo tocar?
-Sí, pero si lo tocás va a querer entrar en la cueva.
Era un juego. Yo tenía la cueva y él quería entrar ahí. Pensé que sería divertido. Y entonces le dije que sí.
Si hubiera sabido lo bueno que era jugar “El dragón que entra de siesta en la cueva” como lo llamaba Ángel, lo hubiera jugado mucho tiempo antes. Y después de esa vez, lo jugamos muchas siestas.
Las vacaciones terminaron y me sentí triste cuando Ángel se fue; él sabía que era una cachorrita y cuando jugábamos me permitía ladrar.
Cuando cumplí diez y seis años me casé con Don Vidal. Después del casamiento no quiso que le dijera don. También juega conmigo, casi como lo hacía Ángel. Al día siguiente de dormir juntos me preguntó si algún hombre me había “tocado” antes.
Yo le dije la verdad, que no. Porque un dragón no es lo mismo que un hombre y un cachorro no es lo mismo que una mujer. Y nunca le conté del juego . Porque seguro se iba a enojar.


Texto agregado el 28-01-2007, y leído por 1122 visitantes. (104 votos)


Lectores Opinan
15-04-2009 meraviglioso! gomez81
24-09-2008 Hermosa historia contada desde la ingenuidad de una adolescente-niña. Muy entretenida y dic¡vertida aunque nos deja pensando... ***** flop
10-07-2008 Como siempre, Doctora, un relato sencillo, sin grandes pretensiones y que cumple perfectamente el propósito al que está destinado: Entretener. Me gusta la literatura sencilla, sin complicaciones, con una narrativa clara. Todos estos requisitos los cumplen perfectamente tus relatos. Además en todos ellos hay un humor latente que, que te hace esbozar una sonrisa. Felicidades por enésima vez. poirot
24-01-2008 Hmmm. Interezante, las feminas si que la saben hacer... he, digo... filosofotrizte
04-09-2007 un placer leerte... ***** julex
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