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Antaño, la muerte cubría los hogares de negro. Aquel día, Luisa lloró por Andrés hasta agotar todas sus lágrimas, como sucede con un paño mojado cuando se escurre con esmero. Se habían querido o al menos habían aprendido a quererse. Andrés era muy burro y a Luisa solo la mimaba cuando le traía un kilo de doradas recién pescadas. La sonrisa de Luisa se prolongaba toda la tarde, hasta la noche, cuando él aparecía salpicando palabras de alcohólico que alcanzaban a varias manzanas. Aquel día Luisa lloró hasta que no le quedaron más lágrimas. Además, ella sabía que el pueblo esperaba que así la vieran. El entierro fue escueto. La mitad de los que suponía y la mitad de los que deseaba. Al entrar de nuevo en casa, cerró todas las ventanas meticulosamente, con la intención de preservar los últimos olores y alargarlos en el tiempo. Entonces, se dirigió al armario. Un ropero destartalado, tan viejo como ella, sostenido por tres patas y un taco de madera, caído pero lleno de camisas, pantalones y toallas. Abrió las dos puertas y se sentó al borde de la cama, recorriendo las entrañas de aquel armario que todavía olía a Andrés. Cogió una de las últimas camisas que había lavado y se acarició la cara con ella hasta empaparla de tristeza. Miró de nuevo el armario y se enfrentó a él fortalecida. Comenzó a sacar todas las prendas que tuvieran algún resto de color y las fue apilando sobre la cama para almacenarlas posteriormente en el altillo, hasta que el armario se llenó de negro, como si la noche se hubiera precipitado a caer antes de tiempo. Ese color la acompañó durante los dos años siguientes. Una mañana fui a verla. Era domingo. Hacía un día precioso. Cuando abrió la puerta me quedé unos segundos contemplando a aquella mujer, acicalada con un jersey crema y una camisa de lunares, preguntándome por un instante si realmente era mi abuela. Le lancé una dulce sonrisa y se acercó a besarme susurrándome al oído, como si no quisiera que la escucharan los vecinos, “hoy he terminado el luto, cielo”. La volví a besar y juntos de la mano nos perdimos por entre orquídeas, rosas y petunias.

Texto agregado el 15-03-2007, y leído por 192 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
15-03-2007 Me robaste una sonrisa. AnitaSol
 
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