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El árbol de la Palabra


Digamos que Azulada esta mañana no está de buen humor. Su desenfado se nota en las arrugas amontonadas de su frente. El gato acurrucado en la leñera piensa en los iracundos caballos del viento. La noche pasada el temporal arreció como nunca. Los cipreses deshilachados se duelen de las coces huracanadas. Eolos los humilló hasta hacerles besar la grama. La tejas levantadas. La empalizada del huerto abatida en medio del bancal.

Blao consuela a su mentor con aquellos versos del poeta:

"¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas?"

Azulada le recrimina:

"¡Déjate de pareados y ayúdame a enderezar esta balustrada, que tus palabras ya no sirven ni para echarle de comer al perro!"

Lleva un tiempo Blao aburriendo al personal con sus columnas hueras, asuntos de nimiedad palmaria: que si la perdurable eternidad del orgasmo porcino,
los sorprendentes huevos del ornitorrinco, el carácter insondable y místico del bostezo...

Azulada está completamente desilusionado por la pobre relevancia de los artículos de Blao. Confió que sus palabras moverían montañas, alimentarían
el mundo, hermanarían a los hombres, paralizarían el huracán... pero ¡nada de nada! Aquellos sus escritos cargados de futuro no tienen presente ni
porvenir, no son llave de comunicación ni encuentro. Son panfletos oxidados, carentes de autenticidad y compromiso. Su palabra como el viento deja el campo baldío: frutas estropeadas, corazones desengañados, árboles desgarrados, el vivero por los aires, desencanto a espuertas, el parral abatido, el tejado de la cuadra descuartelado, mentes aturdidas. Por no hablar de los destrozo de la Babel socio-política en la ciudad confundida por los apagones de luz. Cuando una misma frase sirve para decir cosas antagónicas, las palabras dejan de ser fiables, rehenes son de buhoneros y vendedores de humo.

Azulada tenía su palabra a resguardo de los fríos del norte. Pensaba replantar sus brotes en abril. Confiaba en su fuerza regeneradora. La cosecha auguraba ser copiosa. Todo se ha ido al carajo. Y no le duelen las ramas desgajadas del viejo nogal, ni la tumbada chimenea de la cocina, ni las gallinas, que del susto tardarán meses en poner. A este hombre lo que le jode es que su palabra cuidada con tanto mimo, encomendada a su escritor
preferido, del que tanto esperaba, se la ha llevado también el vendaval.

Cuando esta mañana acudió a la almajara para comprobar el estado del abono de sus palabras descubrió que el temporal también se había ensañado con ellas.

Blao, buen articulador y hábil dominador de los recursos del lenguaje, se dobla a los pensamientos del gato y también a los de su mentor Azulada:

"Es limitada y vulnerable la palabra. La palabra no trasciende más allá de nuestro propio eco. Aún no se ha creado el lenguaje capaz de comunicarnos
con las estrellas, con los animales, con el más allá. Las palabras se indigestan, tienen doble rasero, se pudren como las plantas por el pulgón, se intoxican, lo mismo afean la verdad que ennoblecen la mentira. Pueden que las palabras sean hermosas, pero no huelen como el laurel ni la hierba buena. El viento se las lleva, las erosiona, las reduce a fósiles callados. Mil palabras no bastan para detener la más tenue brisa".

Terminan los dos hombres de colocar la valla del huerto. Azulada tras oír las palabras sumisas, impotentes de Blao, se encara de nuevo con su negro escritor:

"Precisamente tú, que debería ser testigo y garantía de la palabra, te rindes ahora cuando más te necesito. Confié, Blao, en que tras toda una
noche de siniestros y descalabros tu palabra me salvaría del pesimismo, me ayudaría a encontrar el sentido de un nuevo día. Me hiciste creer en el
árbol de la Palabra. Pero a tenor de lo que dices ¿debo concluir que después de este ciclón ya nunca más germinarán las flores, no habrá granos para la alondra, el agua de riego ya no correrá por el cauce destartalado?"

Blao en un alarde de ingenio trata de paliar las devastaciones del temporal. Se acerca a una rama de un árbol que se ha salvado milagrosamente de la
catástrofe. Con sumo cuidado desgaja la única yema que queda, se la entrega a Azulada y le dice:

¿Y si injertáramos esta pequeña yema, esta palabra diminuta en el tronco de nuestro esperanza? ¡Tal vez así, aún podamos salvar la primavera!

Juan Martín Serrano : Azulada

Texto agregado el 26-03-2007, y leído por 560 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
03-04-2007 Sólo puedo decir que sos un mago de las palabras. Me demoré en leer esta columna, pero por suerte hoy tuve el tiempo para disfrutarla. Excelente. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
28-03-2007 Las palabras, al igual que las emociones, los sentimientos y la vida toda, conllevan consigo una historia milenaria que conoce de cambios; surgimiento, transformaciones, rutinas o deslumbramiento, y más… En un intento incesante, y a veces arbitrario, aprehendemos las palabras y las hacemos nuestras, le damos vida y sentimientos, y no siempre la dignificamos todo cuanto merece, y hasta las dejamos expuestas a estragos de vientos huracanados... Quiero quedarme con esa frase final de Blao, esa propuesta ilusionada de nueva primavera “¿Y si injertáramos esta pequeña yema, esta palabra diminuta en el tronco de nuestro esperanza?” Todas las estrellas. Shou
27-03-2007 !Bravo a los dos! margarita-zamudio
26-03-2007 “Confió que sus palabras moverían montañas, alimentarían el mundo, hermanarían a los hombres, paralizarían el huracán... pero ¡nada de nada!” Cuánta verdad en esta frase, cuantos hombres y mujeres han creído poder cambiar el mundo a través de la palabra, cuantos han debido rendirse a la evidencia de que la intención no es suficiente. Y es que la palabra por sí sola no tiene poder: es la fe en sus ideas, en su autenticidad por parte de quien las formula, que tiene el poder de conmover a los que las reciben, y esas palabras sí pueden llegar a mover montañas. Me gusta mucho la analogía que planteas entre el cultivo y el cuidado de las plantas con aquel de las palabras, tienes mucha razón, las palabras viven y por lo tanto cambian muchas veces de sentido, crecen, a veces desaparecen, y hasta pueden malograrse y pudrirse. La frase final de Blao es simplemente una maravilla. loretopaz
26-03-2007 Me quedé pensando, en cuando las vicisitudes quiebran la palabra... no me refiero al grito, a la protesta, a la ira, sino a la esperanza, al creer, a la espera. Es allí donde el injerto de una pequeña ramita posibilita la recuperación del árbol. Y me quedé pensando también en las catástrofes, las de la naturaleza y las del alma... a veces el mismo caos oculta esas ramitas, y hay que buscarlas debajo de los escombros. Me produce admiración los seres que logran rescatarla. Un abrazo y felicitaciones por una columna siempre impecable. neus_de_juan
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