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Inicio / Cuenteros Locales / Sofiama / INOCENCIA, NUESTRA AMIGA DEL BARRIO

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Cuando Inocencia tenía quince años, la embargó tal soledad que sus amigos del barrio le recomendamos cartearse con personas que buscaban amigos por correspondencia y le proporcionamos revistas para buscar direcciones.

Siguiendo nuestro consejo, empezó a escribirle a un montón de personas. A medida que fueron llegando las respuestas, empezamos a tener algo “más real” que compartir con Inocencia. Nos unimos tanto a ella, que cada vez que llegaba una de esas cartas, era la tarde de reunión; y entre todos leíamos las misivas.

De las personas que le escribieron recuerdo a un español tuberculoso que estaba en un sanatorio; a un francés que le mandó una foto que decía “sans retouches”. Cuando buscamos en el diccionario el significado, supimos que quería decir “sin retoques”. Todas las amigas de Inocencia pensamos que aquel hombre no necesitaba que lo retocaran, pero eso decía su foto.

A pesar del hombre que no necesitaba retoques, el amigo que nos deslumbró, incluyendo a los varones, fue un chileno siete años mayor que Inocencia quien escribía de una forma cautivante y estremecedora para nuestros poquitos años de experiencia.

Luego de la correspondencia del chileno, no queríamos saber nada ni del tuberculoso que estaba en el sanatorio ni del francés que no necesitaba retoques; estábamos todo el tiempo pendiente del chileno que nos pareció culto, varonil, experimentado y el esposo ideal para Inocencia. Así, el mundo de Inocencia se transformó para nosotros en el mundo envidiado, soñado, deseado, amado; y nos unimos mucho más a ella y seguimos cada uno los detalles de esa vida que nuestra amiga empezó a compartir con el chileno desconocido. Casi nunca lo llamábamos por su nombre, sino que le decíamos el chileno.

El chileno le enviaba flores a Inocencia a través de un servicio internacional de floristería, le mandaba libros que Inocencia leía y luego nos obligaba a leerlos para que estuviéramos a la altura del chileno cuando algún día lo conociéramos. Le mandó una ruana tan fina y tan hermosa que ya hubiésemos querido tener a alguien que nos obsequiara con algo tan elegante y de tan de buen gusto. Varias veces le envió cassettes grabados con su voz, la de su familia y amigos. La familia y los amigos del chileno empezaron a compartir con Inocencia y con nosotros ya que todos sabían de nuestra existencia, e Inocencia nos ponía a enviarles mensajes grabados como agradecimiento por la cantidad de detalles que él tenía con ella; y que según Inocencia, al tenerlos con ella, los tenía con nosotros. Estábamos tan embobados con esa amistad que no nos importaba hacerlo. Lo que Inocencia nos pedía en relación con ese idilio, era palabra sagrada para nosotros.

Al año de estarse escribiendo con el chileno, el papá de Inocencia - tratando de protegerla - le exigió que antes de leer todas las cartas que ella recibía, él tenía que verlas primero. Cuando Inocencia nos contó eso, nos pusimos furiosos con aquel hombre porque considerábamos que era un abuso de autoridad por parte de ese señor. Lo empezamos a odiar desde ese mismo momento y comenzamos a pensar la forma de burlar la censura de ese “abusador” a quien empezamos a llamar “el alguacil”.

Lo primero que hicimos fue hablar con el cartero de quien nunca supimos su nombre; lo llamábamos Sr. Cartero. Le contamos lo que el papá de Inocencia quería hacer, por supuesto, tuvimos que compartir con él nuestro secreto del novio de Inocencia ya que para nosotros, él era su novio.
El cartero nos miraba con los ojos desorbitados porque todos hablábamos a la vez y lo teníamos confundido. Cuando al final “aterrizó” y le pedimos que NO llevara las cartas de Inocencia a su casa porque el papá de ella las leería primero que nosotros, él no sabía qué decirnos. El padre de Inocencia tenía fama de hombre honorable, y el cartero temía meterse en problemas por culpa nuestra. Luego, ante nuestras suplicas y convencido de que se iba a adherir a una buena causa, sugirió llevarlas a una de nuestras casas. No aceptamos por dos razones: primero, y si se moría el cartero o lo cambiaban, ¿cómo íbamos a hacer con las cartas? Segundo, porque sabíamos, de antemano, que el papá de Inocencia hablaría con nuestros padres y les diría que “por si acaso llegaba una carta a nombre de su hija se la entregaran a él”.

Se nos ocurrió la idea de involucrar a la vecina de Inocencia, una señora como de unos treinta y cinco años y de quien todos decían que era una mujer de la vida alegre. No sé si era de la vida alegre o no, pero si sé que era una mujer muy culta, no sólo porque cuando estaba en su casa siempre estaba leyendo, sino porque hablaba muy diferente a todas las personas que vivían cerca de nosotros, y tenía una majestad tan encantadora que a todas las muchachas adolescente que la conocimos, nos hubiera gustado ser como ella.

Cuando le explicamos a Griselda, así se llamaba, lo que el papá de Inocencia quería hacer con las cartas, reaccionó como esperábamos que lo hiciera. Llena de ira dijo.
- ¡Viejo estúpido e ignorante, por eso es que yo lo odio!
Sabíamos que el papá de Inocencia no era ni estúpido ni ignorante, pero hicimos silencio sepulcral porque la necesitábamos de nuestro lado y nos encantó que lo odiara porque así, nunca nos traicionaría.

Griselda sugirió decirle al novio de Inocencia – ella también asumió que el chileno era su novio oficial – enviar las cartas dirigidas a Inocencia, pero con la dirección de Griselda. Le dijimos que no había problema porque ya el cartero sabía lo del abuso del “alguacil”.
Ella preguntó.
- ¿Qué alguacil?
Cuando le contamos lo del apodo, rió con complicidad. Hablamos con el cartero, le dijimos lo de nuestra aliada. Además, le sugerimos a Inocencia pedir a sus corresponsales que no enviaran más nada a su casa, sino a la de Griselda. Así, el “alguacil” no se enteraría de nada.

Todos terminamos siendo amigos del cartero porque de una forma tan generosa había comprendido nuestra situación porque no era la situación de Inocencia, era nuestra causa común. El cartero llevaba la correspondencia a casa de Griselda y cuando el papá de Inocencia no estaba, ella se las entregaba a Inocencia o a cualquiera de nosotros para que se la lleváramos.

El cartero pasó a ser una parte muy importante en nuestras vidas. El señor emitía un sonido que para nosotros se convirtió en algo vital y emocionante cuando anunciaba su llegada. Con una voz potente y pegajosa decía.
- ¡Cooooooooorreeeeeeeeeeoo!
Todos salíamos corriendo al portón de nuestras casas para ver adónde se dirigía. Cuando llegaba a la puerta de la casa de Griselda, ya sabíamos que lo más probable era que hubiera noticias del chileno. Más tarde, y sin ponernos de acuerdo, cuando el cartero llevaba correspondencia a la casa de Griselda para Inocencia, él asentía sin emitir palabras, y ya sabíamos que ése era el día más feliz para Inocencia y para nosotros.

Así pasaron muchos años, nos graduamos en el liceo y cada quien emprendió una carrera universitaria diferente y vidas diferentes. Inocencia se fue a vivir a Nueva York por casi dos años. Ella se llevó al chileno en su corazón, pero nos dejó una parte de él a nosotros. Las cartas del chileno nos mantuvieron unidos por un largo tiempo porque Inocencia se siguió escribiendo con él por espacio de siete años. Mientras Inocencia vivió en Nueva York, nos escribíamos con ella pendiente de lo que pasaba con el chileno. Nos hablábamos vía telefónica con algunas llamadas que pagábamos nosotros, y otras que robábamos a algún vecino.

Inocencia regresó a nuestro país, y cada vez que la veíamos le preguntábamos por el chileno. Él nos escribía a varios, pero las cartas que nos interesaban eran las que le enviaba a ella.

Un día, ya cuando nosotros teníamos más edad, Inocencia nos contó, muy triste, que el chileno quien ya estaba en España, y no en Chile, no le había vuelto a escribir. No podíamos creer que un caballero de tanta nobleza le fuera a hacer daño a nuestra amiga. Le preguntamos si sabía algo de la familia y nos dijo que la mamá de él le había escrito una carta, pero que no había sido muy explícita. Le preguntamos si tenía un número telefónico donde llamarla, y nos contestó que sí, pero que el teléfono era así como algo comunitario y había que avisarle con tiempo para que estuviera en el lugar. Decidimos enviarle un telegrama requiriendo su presencia a tal día y a tal hora.

El día llegó, e Inocencia habló con la mamá del chileno. Nos hubiera encantado tener esos altavoces que existen hoy día para escuchar lo que hablaban. Nos pegábamos al teléfono, pero era poco lo que podíamos oír. Ella, realmente, no dijo mucho, sin embargo, sabíamos que algo malo pasaba.

Viendo la tristeza de Inocencia, le sugerimos ir a España un fin de semana ya que estaba estudiando y no podía perder muchas clases; así saldríamos de una vez por todas de la angustia de no saber qué pasaba. Le compramos el pasaje, ya algunos de nosotros trabajamos. Le dijimos a Inocencia que hablara con su mamá y le explicara sin mucho detalle la razón de su viaje. Su papá ya no era problema porque no vivía con ellas. Embarcamos a Inocencia en un avión y esperamos hasta el lunes de la semana siguiente su regreso. ¡Ese fue el fin de semana más largo y angustioso que vivimos los amigos de Inocencia!

Cuando llegó el lunes, fuimos a buscarla al aeropuerto y la llevamos a un café. Inocencia nos contó cada detalle de lo que había pasado y nosotros no abrimos la boca mientras ella habló. Era imposible preguntar nada porque no queríamos romper el ambiente mágico y hechizante que se formaba con cada palabra que brotaba de sus labios.

Inocencia relató que cuando llegó a la casa donde él vivía, una pensión, fue recibida por una española dueña del recinto. Inocencia preguntó por él y la dama, a su vez, preguntó quién era ella. Cuando Inocencia fue a responder, la misma señora dijo.
- Ah, ¿usted es su hermana?
A Inocencia le pareció sabio decir que sí. La señora le indicó esperar al señor en la habitación de él, pero sin hacer bulla porque había personas durmiendo ya que trabajaban en la noche. Agregó que él regresaría al mediodía.

Inocencia entró a la recamara del chileno y se alegró mucho cuando vio que en la habitación había fotos de ella por todas partes. Se dijo aliviada.
- ¡La razón no es una mujer!

Contó cómo revisó cada cosa que había en la habitación del chileno buscando algo que le respondiera la causa del silencio inexplicable de ese hombre tan amado por ella, pero no consiguió nada. Relató cómo había acariciado, abrazado y olido su ropa y dijo.
- ¡Todo indicaba que era tan varonil!
En ese momento pensé que Inocencia estaba influenciada por tantos libros que leía porque ella no sabía nada de hombres.

Buscó en las gavetas de la cómoda para ver si había otra persona a quien le escribiera como a ella, pero no, no había nada más que las cartas que ella, nosotros y la familia de él enviábamos. Así pasó toda la mañana. Se sentó a esperar a que el chileno llegara porque ella estaba tan asustada que no podía ni siquiera dormir. Al mediodía, oyó la voz de la mujer que la había recibido diciéndole a alguien que llegaba.
- ¡En su recamara está su hermana!
El recién llegado dijo.
-¿Mi hermana?
Inocencia reconoció de inmediato la voz del chileno y su corazón se aceleró tanto que pensó que se asfixiaba. Se quedó sentada en la cama esperando que él entrara y cuando por fin lo hizo, él con cara de franca sorpresa dijo.
- ¡Inocencia, no puedo creer que seas tú!

Ella quiso levantarse, pero no pudo porque sus piernas temblaban tanto que pensó se iba a caer. Él se acercó a ella, la ayudó a ponerse de pie y la abrazó con un abrazo largo lleno de gran ternura, amor y protección. Él la miró y le preguntó.
- ¿Qué haces aquí?
Inocencia sólo atinó a decir.
- Vine a ver qué pasaba.
El chileno abrazaba fuertemente a Inocencia como para que no se le escapara de sus brazos; la retiraba para mirarla a los ojos, le besó la frente y los ojos y luego le dio un beso dulce en los labios como temiendo hacerle daño.

Escuchábamos extasiados a Inocencia y queríamos que nos contara cada detalle. Ella se detenía a volver a contar lo del abrazo porque según ella, en ese abrazo tan largo, él demostró que realmente la amaba.

Después, la llevó a casa de una pareja para que se quedara con ellos y la presentó como su novia. La pareja también sabía de la existencia de Inocencia y de la nuestra porque le preguntaron por nosotros.

Al día siguiente, él la buscó y la trató sólo como un caballero como él podía tratar a una dama como Inocencia. Cuando ella le preguntó la razón de su silencio, él dijo que tenía la vida muy enredada y no quería que ella sufriera. Inocencia le preguntó si estaba involucrado en cosas ilícitas y le aseguró que no. No le dio ninguna explicación, pero Inocencia sospechó que había una mujer de por medio porque cada vez que pasaban por cierta calle, él se quedaba mirando al balcón de un apartamento. Le preguntó que si amaba a otra mujer, pero lo negó.

Cuando Inocencia contaba eso, quise intervenir para saber por qué no le había preguntado no qué si amaba a otra mujer, sino qué si había otra mujer en su vida, pero no quise romper el encanto de su relato.

El día que Inocencia regresó a nuestro país, supusimos que ésa era la última vez que vería al chileno; en efecto, él nunca más volvió a escribir. A pesar de ello, Inocencia nunca se lamentó de ese viaje, ni de su relación con él, ni de nada. Ella vivió eso bien vivido y siempre fue feliz ante ese recuerdo.

Una semana después de haber regresado de España y de haber conocido personalmente al chileno, nos llamó y pidió que fuéramos a su casa porque quería hablar con nosotros.
- Traigan las cartas que tienen del chileno – agregó.
Preguntamos por qué teníamos que llevar las cartas con nosotros, y dijo.
- Ya lo sabrán.

Nosotros éramos casi todos líderes, pero bastaba que Inocencia nos pidiera algo que tuviera que ver con el chileno para transformáramos en borregos. Llegamos una noche a la casa de Inocencia, a la hora acordada. Nos invitó a acompañarla al patio de su casa. Allí había dispuesto unos cojines alrededor de unos carbones, en forma de círculo, para sentáramos.

De inmediato supimos que Inocencia iba a encender una hoguera. Nadie decía nada, nos mirábamos expectantes, alarmados, pero ya sabíamos lo que Inocencia iba a hacer. Mirándonos a los ojos, como siempre lo hacía cuando hablaba con alguien, dijo.
- Ustedes estuvieron conmigo desde que empecé a escribirme con el chileno. Vivieron y compartieron conmigo este sueño. Saben cómo lo amo; y yo se cómo lo aman ustedes, pero se acabó. Tenemos que seguir adelante y vamos a incinerar todas las cartas y los cassettes para enterrarlo a él

Queríamos preguntarle por qué teníamos que quemar todo eso, pero no nos atrevimos. Por fin, uno de nosotros se armó de valor y dijo.
- Pero Inocencia… ¿las cartas, los cassettes?
Inocencia haciendo un gran esfuerzo para hablar, respondió.
- Sí, las cartas y los cassettes porque no quiero caer en la tentación de volverlas a leer o de volverlos a escuchar.

Dicho eso, Inocencia nos volvió a mirar esperando nuestra aprobación. Todos aceptamos. Inocencia se sentó, y nosotros después de ella. Encendió la hoguera. Lo primero que sacó fue la caja donde venían las rosas que el chileno le había enviado. Ésas habían sido las primeras flores que Inocencia había recibido en su vida. Las rosas estaban tan secas como nuestras ilusiones. Inocencia empezó a quemar las rosas; y luego, cada carta y cada cassette. Cada vez que echaba una de esas cartas y cassettes tan amados, sentíamos como si todos hubiéramos sido abandonados por la misma persona. Llorábamos en silencio. Nuestras lágrimas eran de puro dolor por la pérdida de nuestro amado chileno. Una tristeza inmensurable nos embargaba. La mirábamos y sentíamos todo su sufrimiento. Más tarde, llegó nuestro turno e hicimos lo mismo.

Cuando ya todas nuestras ilusiones eran puras cenizas, Inocencia lloró como nunca la habíamos visto. Nos acercamos a ella y lloramos junto con ella. La abrazamos tan fuerte y largamente que creo que en ese abrazo, Inocencia volvió a sentir aquel abrazo que el chileno le había dado cuando se conocieron. Queríamos decirle a Inocencia que el chileno se había ido, pero que estamos nosotros para protegerla.


Texto agregado el 16-12-2007, y leído por 3369 visitantes. (107 votos)


Lectores Opinan
30-05-2018 al menos le hubiera hecho perder la Inocencia, muy buen relato, atrapante, convierte en complice tambien al lector satini
13-03-2018 Una historia de amor de lo más romántica. Involucra tanto a los personajes como al lector deseando conocer el desenlace ***** grilo
18-12-2017 "Las rosas estaban tan secas como nuestras ilusiones"....mayor dejo de inocencia imposible. Saludos Atayo
14-06-2017 Inocencia, que nombre tan bien elegido, y que cuento que se lee muy muy gustosamente!!! martilu
04-02-2017 No era limita era "mijita" fluye natural, y nos atrapa y emociona y nos da rabia y ternura, tus personajes extremadamente queribles y sufrimos y amamos con ellos, y el chileno Se las trae!!! Me encanto. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
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