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Una huella sorprendente.

Surgió casi por casualidad o, más bien, fue una pura coincidencia el que me invitaran a pasar un deportivo fin de semana para conocer el bosque donde habita el oso pardo de la cornisa cantábrica. Sabía del lugar y mis capacidades como escalador, naturista o montañero están bastante limitadas por la operación de hemorroides que me acaban de practicar y de la que todavía me estaba recuperando que, si bien no me incapacitaba para caminar, no era lo más conveniente por lo ilustrativo, sano y natural que sugería el proyecto.

Accedí, por que me aseguraron que, en todo momento, ajustarían la marcha y los itinerarios a mis posibilidades y ritmo y también, que la parte que íbamos a visitar era una zona llana y donde existían pistas y caminos transitados hasta hacía poco, por vehículos y carros de ruedas para transporte de mineral y forrajes agrícolas y, lo más importante, que nuestro viaje era para sacar algunas fotos y pasar el día en el bosque, inmersos en el paisaje, las sombras del arbolado y disfrutar de una experiencia campera y degustar el agua más pura, cristalina y fría, que mana, como regalo de los dioses, en los cientos de fuentes que tiene el bosque.

El bosque, este bosque, también es una importante maraña de intereses por su importante valor económico de la mayoría de las riquezas que contiene en exagerada abundancia para la industria, la ganadería, la caza, la ecología y el medio ambiente. Ocupa una superficie arbolada de 140.000 hectáreas y en él conviven especies protegidas como el oso pardo, el urogallo, la marta, la nutria, el quebrantahuesos, el águila imperial el halcón ratonero…, además del lobo, el zorro, el jabalí, el corzo, el rebeco y, entre mayo y octubre, rebaños de vacas rojas agrupadas, generalmente, alrededor de un toro de mayor peso y tamaño. En algunos rebaños, vacas con crías de pocos días y terneros de suficiente tamaño para ser sacrificados en el matadero. Las crías recién nacidas y los terneros, parece ser que son las víctimas más usuales de lobos y osos, aunque no hay demasiadas bajas para el número de animales y ganado que viven del bosque. Su extensión está cubierta de un frondoso arbolado, donde abundan hayas y acebos y en las laderas sombrías, el roble y el abedul; el abeto y el castaño, en las laderas soleadas. En las partes bajas y cerca del curso del río y de la carretera, hay explotaciones mineras con bocaminas por donde se extrae el carbón, con instalaciones toscas y que chocan con el paisaje, para cargaderos y almacenamiento de mineral en construcciones provisionales, antiestéticas, sin orden y concierto aparente, improvisadas, sucias y rodeadas de cables, vías, vagones, chamizos y casetas que albergan motores, aceites, comprensores y vestuarios de los mineros, de aspecto triste y maloliente, desolado y peligroso que contrasta con el paisaje imponente, majestuoso, verde y vigoroso que posee el bosque

Después de unas 6 horas de coche, con alguna parada para refrescar, llegamos al caserón de destino, ya sin luz y con una noche tranquila, calurosa y con cielo estrellado. La casa, olía a hierba seca y segada y a mueble con carcoma, sin duda, por estar deshabitada prácticamente todo el año. Situada tan entre el monte, que no se apreciaba suciedad sobre los muebles, como en la ciudad, aunque muchos estaban tapados con sábanas y telas para protegerlos de la luz, los insectos y el polvo. De forma un tanto anárquica y precipitada, nos acomodamos en sacos de dormir para pasar la noche, evitando hacer uso de las camas y ropajes con que contaba la casa. La noche, resultó un auténtico concierto de naturaleza viva, con predominio de sonidos provocados por roce y percusión que utilizan, grillos, ranas, cigarras y mosquitos y casi amaneciendo, timbales y sonidos de viento, utilizados por gallos, jilgueros, tordos, gorriones y otras especies y como alma del repertorio, ladridos y algún aullido de perros o lobos, búhos, lechuzas y de otros animales, desconocidos y de imposible catalogación por mi parte. Ni el cansancio del viaje, la debilidad de mi cuerpo como consecuencia de la operación, ni la necesidad de reponer fuerzas para el día siguiente, fueron suficientes para un pigazo de 15 minutos, como los que me suelo dar a modo de siesta después de comer. Acostados y en los sacos de dormir, pasamos la noche en vela, hablando y tratando de identificar cada sonido con su autor correspondiente, ante la imposibilidad de conciliar el sueño en un paraje tan novedoso y diferente.

Iniciábamos la excursión el viernes 5 de Agosto, con temperatura media del país rondando los 35º, que disminuyó como unos 10º al entrar en la espesura de arbolado, todo poblado de hayas. Después de caminar como dos horas, encontramos una zona más abierta, pedregosa y con manantiales y fuentes improvisadas por la propia naturaleza y algunas charcas y regueros húmedos con arbustos, líquenes y flores silvestres y abundancia de mariposas, hormigas y abejas. Es, en estas zonas pedregosas, donde también existen protuberancias rocosas, con albergues naturales a modo de cuevas y donde dicen que se refugia el oso pardo para su hibernación y también para criar y amamantar a sus crías.

El trayecto realizado hasta entonces, era cómodo, limpio y fácil para caminar en la espesura del arbolado, pero difícil y angosto en esta zona pedregosa, en parte, por no tener rutas o caminos definidos y también, por la cantidad de piedras sueltas y de diferentes tamaños que había que sortear a cada paso. Tampoco existía la posibilidad de un refugio seguro, como árboles de fácil acceso, alguna cabaña o cualquier otro elemento que permitiera una salida de emergencia ante la aparición de cualquier contratiempo. Estábamos, en teoría, en una zona osera y todos los elementos de defensa se limitaban a las piedras del camino y a la velocidad de nuestros pies, para escapar. Y yo recién operado, sin energía ni otra posibilidad. De momento, preferí no comentar mis reflexiones con los compañeros, que charlaban alegre y distendidamente sobre las sensaciones, olores y vistas que contenía aquel vergel hasta que, sin darme cuenta noté una sensación rara, como de haber pisado una masa blanda y que quedaba pegada a la bota. Paré la marcha y comprobé que se trataba de un excremento negro, desconocido para mí, pero de un animal de mayor tamaño que un perro o un lobo y menor, que el correspondiente a una vaca. Tenía idea de los que realizan los perros y las vacas y éste, desde luego, no correspondía a ninguno de los dos. Un tanto nervioso, busqué algún indicio alrededor y tratándose de una zona húmeda podían existir huellas de pisadas como, efectivamente, localicé un par, con el inconfundible aspecto de la zarpa de un oso. Me acojoné y tratando de no gritar, avisé a mis compañeros de que estábamos en una zona muy peligrosa, con evidencia de que no hacía mucho tiempo, por allí mismo había pasado un animal grande que, sin lugar a dudas, se trataba del Oso pardo.

Texto agregado el 03-01-2008, y leído por 1475 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-01-2008 Magistral!! Es que disfruto un montón!!! No puedo dejar de sonreír.Tiene riqueza de todo.Con la descripción hay que tener cuidado para no pecar de empalago y lo has bordado,excepcional.Logras crear el enganche hasta el final.¡Joder! (perdón).Adjudicado:Cuentero favorito. australi-a
 
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