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Inicio / Cuenteros Locales / Sofiama / INOCENCIA CONTRA LOS FILISTEOS

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Recuerdo a dos muchachos de nuestro colegio quienes cursaban grados más avanzados que nosotros y tenían la terrible costumbre de pegarles a los más chicos; después corrían para que nadie los viera o para que los maestros no los descubrieran. Esos mozos parecían haberse adjudicado el derecho de castigar a los más débiles y semejaban remolinos calientes que todo el tiempo amenazaban con desbordarlo todo.


Un día, Inocencia vio cuando Pepe y Jorge agredieron físicamente a su hermana. Corrió tras ellos, pero no los pudo alcanzar. Cuando regresaba, se podía notar en su expresión que dentro de ella se desataba una tormenta. La ira se había convertido en el motor de sus movimientos; de su pequeño cuerpo parecían brotar ondas electromagnéticas. De pronto, miró a la distancia a la hermana menor de Jorge. Los ojos de Inocencia brotaban hilos de electricidad cual venas de luz ardiente; su mirada lanzaba destellos de luz como esos que preceden a las centellas. Trazó una trayectoria desde donde ella se encontraba hasta el sitio donde se desplazaba la niña. La pequeña mano de Inocencia se cerró y cuando la niña pasó frente a ella, su pequeño puño cayó sobre la humanidad de la chica y le dijo:
- Dile a tu hermano que esto va por lo de mi hermana.


Los amigos de Inocencia quedamos anonadados con su reacción. Ella nunca había usado la venganza ni la fuerza física para defenderse ni para defendernos, sino su verba que siempre fue certera y asertiva. Sin embargo, siempre supimos que su corazón se estremecía como un trueno, que en su mente se formaban tormentas de justicia letal ante el abuso de esos dos chicos, aunque como a todos, la impotencia invadía su ser, por no saber cómo detener lo que considerábamos un abuso de fuerza.


La niña que había sido golpeada gritaba como si la estuvieran matando. Pepe y Jorge al darse cuenta, regresaron para atacar a Inocencia. Los niños, por supuesto, eran más altos, mayores y más fuerte que ella, y nosotros tuvimos miedo de que entre los dos la lastimaran de gravedad. Intervenimos para defenderla, pero los dos muchachos reclamaban “justicia”:
- ¡Esto no se puede quedar así! ¡Qué va! ¡Mi hermana es menor que Inocencia! - Gritaba Jorge, desquiciado, como si él, alguna vez, hubiera respetado la justicia que en ese instante exigía.
- ¡Claro qué no! ¡Esto no se puede quedar así! – Repetía Pepe como si fuera el eco de Jorge.


Jorge alegaba enfurecido por el acto cruel de Inocencia, al haberse vengado en una niña menor que ella. Habló sobre los derechos humanos, sin ese léxico porque en ese entonces, esas palabras no se usaban ni en los periódicos:
- Debemos evitar que estas cosas se repitan… - gritaba enardecido.
- No podemos permitir este tipo de acto…
- Es muy importante… detener estas cosas y a estas personas – exclamaba- haciendo un mohín con sus labios para señalar a Inocencia.


Pepe lo miraba y asentía a todo cuanto se disparaba de los labios de Jorge. Desde luego que a todos nos parecía fuera de lugar todo cuanto Jorge proclamaba, pero siendo menores que los dos atacantes consuetudinarios de la escuela, no supimos cómo defender, verbalmente a Inocencia, quedando ahogados en el mar de nuestra propia ingenuidad. En verdad, los discursos orales eran la especialidad de ella, pero esta vez, permaneció callada todo el tiempo.


Ante los alegatos de justicia que Pepe y Jorge exigían, y cansados de escuchar los reclamos repetitivos de los dos mozos, nos vimos obligados a aceptar su absurda exigencia: dos peleas, una para la mañana y la otra para la tarde ya que ellos argumentaron que el duelo debía ser doble por lo grave de la situación. Muy pronto, nos vimos dividimos en dos bandos: todas las niñas y casi la mitad de los varones formaban nuestro grupo, y el resto se quedó con los contrincantes de Inocencia. Quisimos convencer a Pepe y a Jorge para que la pelea fuera con dos mozos de nuestro grupo, pero Jorge dijo rotundamente que no:
-Inocencia es culpable y debe pagar – sentenció.
Nosotros gritábamos:
-Pero… eso no es justo, ustedes son varones…


Seguimos defendiendo lo injusto de que Inocencia tuviera que pelear con dos varones, pero ella saliendo del silencio que mantuvo hasta ese momento y con voz firme, dijo:
-Dejen las cosas así, yo me agarro con los dos.


Teníamos miedo, mucho miedo; Jorge y Pepe eran altos, fuertes y belicosos mientras que Inocencia era pequeña, delgadita y frágil como una palomita, y nunca había luchado físicamente contra nadie.


Se acordó que la primera pelea se llevaría a cabo de inmediato y la norma convenida era que nadie podía meterse a defender a ninguno de los contrincantes. La lucha comenzó y observábamos como Inocencia derramaba sobre Jorge toda la furia contenida en su corazón de niña; como si el tiempo que durara la pelea no fuera suficiente para cobrar todas las arremetidas que tuvieron que soportar los niños pequeños del colegio. La carita de Inocencia era una antorcha encendida y su cuerpo expresaba algo más que ira; sus puños eran como el verdugo salvaje de la justicia; mordía, aruñaba, pateaba y halaba el pelo a Jorge con fuerzas que no sabíamos de dónde sacaba. Se defendió como pudo. Sin embargo, la fortaleza física de Jorge y la destreza de éste para pelear eran superiores a las de Inocencia. En un abrir y cerrar de ojos, Jorge le asestó un puñetazo tan fuerte en la cara que su nariz sangró de inmediato. Las lágrimas de Inocencia se confundían con su sangre y vimos mermar su resistencia. Una lluvia de golpes caía sobre Inocencia, disminuyéndola cada vez más.


Nosotros ya no podíamos seguir aguantando aquella escena. Nuestros corazones galopaban con fuerza, la furia contenida rugiendo, nuestros puños se abrían y cerraban embravecidos, la sangre quemaba nuestras venas, nuestro aliento resoplando como el viento… Mirábamos a todos lados y no decidíamos si defenderla o no sin importar las reglas. Las lágrimas anegaban nuestras almas, y solamente el orgullo de no ser burlados por el bando opuesto, nos impedía derramarlas. La desazón se apoderaba de nuestro ser, nos parecía que todo estaba perdido. Frustración, impotencia, sentimiento de rebelión ante una situación injusta. De pronto, de nuestro grupo salió un grito ensordecedor como rayo emanando electricidad:
- ¡Aaaaa laaaaaaa caaaaaaarrrrrrgaaaaaaaa…!


No habíamos terminado de escuchar la orden cuando nos abalanzamos sobre Jorge. Como si un ramillete de nubes negras opacara nuestra razón, nos olvidamos de todo cuanto no fuera defender a Inocencia. Nuestros corazones, como tormenta iracunda, aceleraban sus latidos; nuestros puños, semejando rayos y truenos, se derraban sobre Jorge sin compasión mientras una fuerza universal, guiada por el Dios de los cielos que reclamaba justicia, se apoderaba de nosotros y nos convertía en Ulises castigando al enemigo. Le asestamos golpes a Jorge en su rostro como él lo hizo con Inocencia, le halamos el pelo, le rompimos la camisa y le aruñamos el pecho.


De repente, una lluvia de meteoritos bañó nuestros cuerpos: eran los golpes que los niños del otro bando nos propiciaban en defensa de Jorge. Las niñas éramos haladas por las trenzas que guindaban de nuestros cabezas. Nosotras, en nuestra desesperación, nos agarrábamos de las piernas del que teníamos al frente, fuera éste aliado o adversario. Mientras éramos arrastradas, arrastrábamos, a su vez, a alguien más. No supimos nunca cómo la pelea empezó a mermar, sólo escuchamos la voz de Inocencia quien temblando de ira gritaba a un Jorge amoratado, y a quien ahora también le sangraba la nariz:
-La próxima vez, la próxima vez…
No pudo terminar la frase porque habían llamado a la maestra. Ésta nos reprendió. Inocencia y Jorge fueron llevados a la enfermería del colegio. Nos ordenaron marcharnos a nuestros hogares, pero tanto el bando de Jorge como el nuestro esperamos a que ellos salieran.


Cuando Inocencia salió, su cuerpo mostraba todos los estragos causados por los puñetazos recibidos, sin embargo, su cara, arco iris de alegría, expresión pura de la divinidad, dejaba ver lo iluminado que estaba su corazón por una noble causa defendida.


En la tarde - cuando las clases terminaron – se efectuó la segunda pelea. Esta vez teníamos más miedo que en la mañana porque Pepe, no sólo era más alto que Inocencia, sino más alto y más fuerte que Jorge. Preparándonos para el combate y aterrados como estábamos, sentíamos que la sangre se nos iba a los pies; nuestros corazones bombeando a la velocidad de la luz; teníamos ganas de huir, pero sabíamos que Inocencia no lo permitiría y tampoco la íbamos a dejar sola. Ella, al igual que nosotros, lucía nerviosa. Sus ojos agrandados, sus pupilas dilatadas como para mejorar la visión y observar bien al enemigo, su frente arrugada. Mientras que nuestros cuerpos transpiraban, nuestras bocas se resecaban; sentíamos opresión en el pecho por la angustia reinante; las nauseas se adueñaban de nosotros porque el contrincante de Inocencia saltaba y saltaba como si estuviera en un ring de boxeo y porque temíamos que Pepe maltratara a Inocencia más de lo que ya estaba.


Pepe empezó la pelea dándole unos “golpecitos” a Inocencia. Ella se defendía con todas sus fuerzas. Apretando los puños le pegaba duro al mozo. Cada vez que lo golpeaba, cerraba los ojos, quizás como recurso para aminorar el miedo que nosotros sabíamos que ella tenía.
- ¡Inocencia, dale duro! ¡Dale duro! – Gritábamos.


Pepe seguía saltando, esquivando los puñetazos de Inocencia. Ante la conducta de Pepe, nuestro miedo y el de Inocencia amainaban. No sabíamos qué pasaba, pero si nos dábamos cuenta de que él no la castigaba. Eufóricos, seguíamos gritando:
- ¡Pégale duro, Inocencia! ¡Golpéalo! ¡Te tiene miedo!


Los niños del bando de Pepe miraban incrédulos el espectáculo. Ni ellos ni nosotros creímos que él le tenía miedo a Inocencia, sin embargo, seguíamos sin saber qué motivaba a Pepe a comportarse como lo hacía. Los amigos de Inocencia estábamos felices, delirantes, radiantes:
-¡Dale duro, Inocencia! ¡Dale duro que te tiene miedo! – Repetíamos una y otra vez.


Inocencia ya no cerraba los ojos como al principio; saltando como lo hacía Pepe, lo desafiaba con sus puñitos, pero el muchacho giraba en círculo sobre sus pies, como hacen los boxeadores, y seguía esquivando a Inocencia. En una de ésas, Inocencia brincó y se trepó a la espalda de Pepe, lo agarró por los cabellos, se los templaba. Luego, con una mano se sostenía de su cuello y con la otra le pegaba en un hombro y en el pecho. Pepe saltaba y saltaba como queriendo liberarse de ella, pero hasta eso, lo hacía con delicadeza. Los niños de nuestro bando y del Pepe y Jorge nos reíamos; no entendíamos qué pasaba, pero el panorama era hilarante. Inocencia seguía trepada a la espalada de Pepe. En eso, se escucho un grito:
- ¡Viene el papá de Inocencia! ¡Viene su papá!
Por supuesto, la pelea se acabo de súbito. Alguien le había avisado a su padre lo que pasaba.


Muchos años después, cuando estudiábamos en el liceo, nos hicimos amigos del segundo contrincante de Inocencia. Supimos, de sus propios labios, que él mismo le había avisado al papá de ella y le había pedido que, por favor, se apareciera por allá como si no supiera nada para que detuviera la pelea. Dijo que tuvo que aceptar la afrenta contra ella para proteger su honor delante de sus amigos. Nos confesó que él no quería pelear con Inocencia por varias razones: porque era una niña, porque era mayor que ella (¡supimos que era cuatro años mayor que Inocencia!) y porque él gustaba de ella. Así, entendimos lo de los “golpecitos”.

Cuando hablábamos con Pepe, evocamos nuestra pelea. Nuestras almas parecían contemplar hermosos recuerdos de una vida muy lejana y un mar de sentimientos, entremezclados cabrilleaba en la intimidad de nuestro ser, un gozo infinito se apoderó de nuestra esencia. El día de la pelea fue para nosotros como si encarnáramos la leyenda de los Chacs - los Dioses de la lluvia de la cultura maya – y ellos se hubieran reunido en su morada, al pie del universo, y nos hubieran autorizados remplazarlos; dándonos el poder de convertirnos en relámpagos, rayos, tempestades y tormentas originados por la fuerza de nuestro amor en defensa de los niños más pequeños del colegio.

Texto agregado el 25-03-2008, y leído por 1724 visitantes. (79 votos)


Lectores Opinan
26-01-2015 Una narración donde se evidencia aquellos grandes momentos de la infancia. Estas vivencias, dignas de ser contadas, evocan una bella etapa. !Bien narrada! con gran imaginación y gran viso de justicia y amor. !Felicitaciones! por tu bella pluma. Abrazos del alma. NINI
04-01-2014 Los niños no tienen filtro. De ahí que sus reacciones sean tan impulsivas como para lanzarse a un combate claramente injusto, en defensa de alguien o algo, movidos por pura rabia, o sentimientos más nobles que perdemos al crecer. Aunque, al crecer, como Pepe, podemos aprender a enarbolar otros tipos de nobleza, a pensar por nosotros mismos y no dejarnos arrastrar por otros a realizar acciones con las que no comulgamos... ikalinen
06-04-2013 Es muy tierno. Mi hermana en el colegio era justiciera como Inocencia. eti
09-03-2013 ¡Que hermosos cuentos¡ Gracias por el banquete de letras. Tus personajes son deliciosos, y los mensajes inigualables. Un abrazote felipeargenti
11-02-2013 me encantó el comportamiento de pepe qué bien contado!!!!!!!!************ yosoyasi2
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