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EL COFRE



Luego de tan largo viaje, regresó a su casa, observó sus objetos personales puestos sobre su mesa de noche, observó también su cama, observo su lámpara y recordó como era su vida entonces. Se que a esta parte él no entiende de manera clara porqué regreso, porqué volvió al lugar del cual alguna vez partió, sé que él siente nostalgia, nostalgia de observar cómo esta ahora su casa, de imaginar como era antes la vida que llevaba hace tantos años atrás.

Él viajó creyendo encontrar en lugares lejanos la felicidad que tanto anhelaba, creyó que en otros lugares encontraría aquel rostro de aquella mujer de ojos grandes y cejas pobladas, creyó también que encontraría aquella casa de madera rodeada por un cerco de flores moradas, levantándose sobre estas un balcón adornado por corazones de fierro negro. Él creyó que encontraría también el mar de sus sueños y escucharía el idioma que regocijaría sus oídos por todas las partes por donde caminara, el creyó que encontraría la felicidad perfecta, él creyó, y creyó y siguió creyendo todo aquello, por mucho tiempo. Cómo me gustaría que él entendiera que su retorno a aquel pueblo significa que está más cerca de la felicidad que tanto desea y que él anhela desde hace mucho tiempo, pero se que aunque yo pudiese hablar con él en este preciso momento, él no me entendería ni una sola palabra, él tal vez juraría que estoy loco, pero el tiempo es el único que en estas circunstancias me dará la razón. Él no sabe que Angélica Fernández, una chica de ojos grandes y cejas pronunciadas pronto pasará por su casa en busca de un hospedaje, él no sabe…

“¡Disculpe!... ¿hay alguien aquí?”, peguntó la dama de falda rubí y chompa rosada, Francis, el dueño de casa, quién había regresado luego de un largo viaje apenas hace un par de semanas, escuchó aquella voz dulce y salió inmediatamente a su encuentro bajando las escaleras del segundo piso. En aquellos instantes, por alguna extraña razón, él creyó conocerla desde hace mucho tiempo, aquellos ojos, aquellos labios, aquellas cejas le eran tan familiares, “Disculpe que lo moleste, pero soy nueva en la ciudad y quisiera que me dijera si por aquí hay un hospedaje o alguien que desee rentarme una habitación, porque llevo buscándolo ya un par de horas y estoy un poco cansada”, Francis al oír aquellas palabras sintió que estas endulzaban por breves instantes su vida, aquella voz tan femenina, tan calida y prolongada lo llevó por breves instantes al paraíso, “¡Si!, justo iba a colocar un aviso en la puerta el día de mañana”, explicó Francis de manera desinteresada, evitando así levantar la más ligera sospecha, cualquier indicio que le diera a conocer a Angélica la gran atracción que sintió hacia su persona desde el momento en que la vio, pero el temblar de su voz y la timidez de su mirada por poco lo delatan. “¡Excelente!, que afortunada que soy, entonces deseo rentarlo por veinte días o el tiempo que finalmente dure mi estadía”, dijo Angélica muy emocionada, “Todo pago se hace por adelantado”, explicó Francis tratando de fingir desconfianza y altanería, porque en el fondo quería dárselo gratis, y no sólo eso, él también quería llevarle el desayuno a la cama, él sabía que nunca le cobraría nada, en el fondo, en el fondo, todo en el fondo. “No se preocupe señor…”, “Francis, me llamo Francis Roeld”, “Señor Francis no se preocupe, que es lo menos que puedo hacer después del apuro del que me acaba de sacar”, dijo Angélica mientras le entregaba la suma dineraria.

Francis le ayudó a subir sus maletas hasta la habitación y al llegar a esta le mostró su cama, la hermosa vista que desde allí se tenía de la extensa pradera del frente de su casa, adornada por un bosque espeso y verduzco, “¿No había una casa a los pies de aquella pradera?”, interrogó Angélica, “Si, efectivamente, ¿cómo sabe eso?”, preguntó Francis un poco inquieto, “Es que vine cuando era apenas una pequeña y ni bien vi el bello paisaje no pude dejar de evocar un par de recuerdos de mi infancia”, “Entonces no es la primera vez que viene a *Campo azul*”, preguntó el dueño de casa, “No, la primera vez que vine fue con unos familiares hace ya muchísimos años”, respondió la de cabellos castaños, Francis le entregó las llaves, “Gracias señor Francis”, “Dígame sólo Francis, se lo ruego señorita…”, “Angélica, Angélica Domínguez”, aclaró la recién llegada mientras extendía sus suaves manos en señal de saludo, “Mucho gusto en conocerla señorita, entonces la dejo, la habitación es toda suya”, dijo Francis esbozando una sutil sonrisa, “Gracias Francis y a que hora se almuerza en esta casa”, preguntó la de cabellos ondulados y serenos, Francis explotó de alegría, aquella hermosa mujer no sólo sería su inquilina, sino que hasta se ofrecía a acompañarlo a almorzar, Francis no pudiendo reprimir esta vez su emoción dijo apresurado, “A, a las dos de la tarde señorita”, “Bueno entonces me alcanza tiempo suficiente para prepararle algo”, respondió muy alegre Angélica, “¿Pero cómo?, ¿usted cocinará?”, preguntó extrañado el de barba negruzca, “Pero si es lo menos que puedo hacer después de que me alquila la habitación por prácticamente nada”, respondió la nueva inquilina, “Y llámeme solo Angélica”, agregó. Francis quedó desconcertado al percatarse que Angélica se había dado cuenta que él había sido muy generoso con el precio del alquiler, “Llamémoslo el almuerzo de agradecimiento, ¿qué le parece?”, dijo Angélica mientras sonreía, Francis no pudo resistir a tan tentadora propuesta y aceptó sin oponer la más mínima resistencia.

A la hora señalada, Angélica había preparado unas deliciosas chuletas de cerdo acompañadas con un puré de manzana que dejó encantado a Francis, quien en muestra de agradecimiento sacó una botella de vino de uno de sus estantes y lo puso sobre la mesa diciendo: “Una ocasión tan especial, merece un brindis”, posteriormente alcanzó delicadamente un vaso lleno de vino a Angélica y los dos brindaron mientras ella no dejaba de sonreírle y observarlo, Francis se percató de su mirada cálida y decidió felicitarla por la exquisita comida, Angélica le sonrió una vez más mientras bebía un poco más de vino de su copa, “Dígame Angélica, ¿y qué la trajo de nuevo a esta tierra”, Angélica y su imperturbable mirada parecían hipnotizarlo, su belleza se prolongaba por todas partes, unas palabras que quedaron perpetuas, “Usted, Francis”, el dueño de casa creyó oír todo menos eso, “Disculpe Angélica, ¿pero qué dijo?”, “Dije que usted Francis, usted me trajo hasta aquí”, Francis no entendía aquellas palabras, “Pero si acabamos de conocernos, no entiendo por que dice eso”, preguntó inquietado Francis, Angélica se levantó de su silla y se le acercó lentamente, Francis sólo la observaba, Angélica aproximó sus labios a su boca y abriéndose el vestido dejó al descubierto sus bellos senos, Francis empezó a besar todo su cuerpo, llevándola finalmente en sus brazos a su alcoba, donde terminaron amándose con locura.

A la mañana siguiente Francis abrió los ojos, la luz del sol penetraba por la ventana segándolo ligeramente se levantó y corrió hacia esta para cerrar las cortinas, al hacerlo pudo notar la ausencia de Angélica, “¿Angélica?, ¡Angélica!, ¿dónde estas?”, Francis la llamaba por todas partes de la casa, por la cocina, por la sala, por el jardín, ella no estaba, “¿Pero sus cosas aún estaban?”, se preguntó e inmediatamente regresó a la habitación, pero no había nada, tan solo un joyero puesto sobre la cama, al abrirlo descubrió una fotografía a blanco y negro, era Angélica tan hermosa y tan clara en medio de un bosque, cual si fuese una ninfa salida de algún árbol, “Pero este bosque, yo lo conozco”, se dijo mientras abría las cortinas, “Pero si es aquel bosque, pero claro que es, no hay duda”, pensó mientras comparaba el bosque de la fotografía con el del frente de su casa, “¡Francis!, ¡Francis!”, una voz subnormal entró en la habitación junto con el viento que segundos antes empujo las ventanas abriéndolas de par en par, una voz lenta y extensa pronunciaba su nombre desde la nada y por todas partes, Francis retrocedió un poco asustado, la voz continuaba llamándolo ahora el viento cerró la puerta de su habitación, Francis quiso huir de esta, pero la puerta parecía trancada, de pronto otra vez la voz lo llamaba y aproximándose nuevamente a la ventana vio en medio del bosque a Angélica tal y como estaba en la fotografía que sujetaba, “¡Angélica!”, gritó desesperado y sin pensarlo mucho abrió la puerta de su habitación, bajó las escaleras, salió de su casa y se dirigió hacia el bosque, caminó en medio de los árboles, los espinos y las ramas, “Francis”, “Francis”, la voz lo llamaba y él cada vez más y más avanzaba, el sol empezó a perderse en el horizonte, “¿Pero si recién estaba amaneciendo?”, se preguntó sorprendido mientras iba anocheciendo, el siguió avanzando, la voz parecía escucharse cada vez más cercana, de pronto delante de él se apareció Angélica vestida de blanco, irradiando una magnífica luz que sólo trasmitía paz y tranquilidad, “Por fin llegaste, te estaba esperando desde hace mucho tiempo”, le dijo mientras Francis no salía de su asombro al percatarse que ahora ella levitaba, “Quiero que empieces a cavar a los pies de este árbol de manzanos, ¡cava!, te lo suplico”, Francis escuchó que le ordenaba aquella voz y empezó a escarbar la tierra con sus manos, no tardó mucho en hacerse heridas, sus manos empezaron a sangrar, sus manos le ardían, Francis sentía mucho dolor, la voz seguía rogándole que siguiera, que no parara, el siguió, tuvo ganas de llorar, tuvo ganas de escapar de aquel lugar, pero sin embargo siguió escarbando hasta que por fin dio con un objeto cuadrado, al limpiarle la tierra de encima, se percató de que se trataba de una caja rectangular blanca, “Por fin la hallaste, tú eres él elegido, ahora puedo descansar en santa paz, ¡ja!,¡ja!,¡ja!,” diciendo esto se desvaneció el espíritu dejando a Francis en medio de la oscuridad del bosque, sin embargo algo aún brillaba al interior de aquella caja y decidió abrirla, “Pero si es idéntico al joyero que estaba sobre la cama de Angélica en la mañana”, se dijo sorprendido Francis. El brillo provenía del interior del joyero, Francis lo abrió y en su interior observó que lo que brillaba con gran intensidad eran unos dijes dorados, un anillo de plata con un rubí en el medio, y la fotografía de Angélica, estos tres objetos no dejaban de destellar luminosidad por todas partes, Francis aprovechó esta para poder salir del bosque, cuando la voz volvió, “Francis”, “Francis”, pero esta vez provenía de su casa, Francis empezó la retirada, pero parecía que no avanzaba, él seguía caminando, pero sentía sus pies muy pesados, “Francis”, “Francis”, la voz lo llamaba, “Francis, Francis, ¡despierta!, el desayuno esta servido”, le dijo Angélica mientras lo besaba echado encima de su cama, Francis se levantó de prisa, la observó de pies a cabeza, “¡Angélica!, eres tú, estas aquí”, dijo mientras le sujetaba las manos, “¿Si, que sucede?, respondió Angélica un poco confundida, “Si supieras la horrible pesadilla que tuve, soñé que eras un espíritu, que estabas en medio del bosque, justo en el del frente y yo escarbaba y escarbaba en la tierra hasta que encontré tu joyero”, Angélica empezó a reír, “Creo que el vino de anoche te hizo daño”, comentó en son de broma, “Pero si parecía tan real, eras tú, era tú joyero, era tú fotografía”, Angélica súbitamente dejó de reír, “Pero si yo no tengo ningún joyero Francis”, le replicó esta, Francis no supo que decir, buscó con la vista por todas partes sin encontrar el joyero de su sueño, “¿Pero la fotografía?”, replicó Francis, Angélica quedó un poco confundida, “¿Te refieres a esta?”, Francis se quedó sin palabras, sólo movió la cabeza en señal afirmativa, “Lo sospechaba, es mi abuela”, Francis entonces empezó a escuchar la historia de Angélica, “Hace mucho tiempo mi abuela vivió en este pueblo justo en la casa que quedaba frente a la tuya, ella era una mujer muy trabajadora hasta que murió mi abuelo, la tristeza invadió la casa y no pasó mucho para que ella también enfermara, mi madre me trajo a la casa cuando apenas yo tenía seis años, juntos la acompañamos hasta sus últimos días y fuimos a su entierro, ahora recuerdo con más claridad lo que mi abuela me dijo antes de morir: *Hijita, cuando me muera prométeme que encontraras el cofre, el cofre está enterrado en el bosque, mi madre lo enterró en él y nunca pude encontrarlo, ahora que me muero quiero que tú lo tengas*, esas fueron sus últimas palabras, apenas se lo conté a mi madre ella me dijo que aquello era una leyenda que desde muy niña ella también empezó a buscarlo por el bosque, pero nunca lo halló, por eso cuando nos marchamos del pueblo, lo dejé en el pasado junto con los recuerdos de mi niñez, pero hasta ahora se me hace difícil de creer que tú te hayas soñado con el cofre sin necesidad de que yo te lo haya contado”, Francis no podía creer aquella sorprendente historia, “¿Angélica por qué no lo comprobamos?”, propuso Francis emocionado, “A que te refieres Francis, la única manera de comprobarlo es encontrándolo y si mi madre y mi abuela no lo hicieron, dudo mucho que tú puedas”, dijo Angélica con escepticismo en sus palabras, “Yo se donde está enterrado el cofre”, concluyó Francis ante la mirada atónita de Angélica.

Los dos fueron hacía el bosque, el sol resplandecía esplendorosamente en todas direcciones, Francis llegó a los pies del manzano y esta vez con ayuda de una pala empezó a cavar sin temores, Angélica observó la tenacidad de Francis, sus fuerzas, sus ganas, “Al fin la pala tocó algo”, dijo Francis muy excitado, era como en sus sueños una caja blanca, al abrirlo encontraron el cofre, las lágrimas de emoción brotaban de los ojos de Angélica, “¡Francis lo encontraste!, ¡lo encontraste!”, gritaba la de cabellos castaños, los dos abrieron el cofre y encontraron los dijes de oro, el anillo de plata con el rubí en el medio y la fotografía de su abuela, “¡Gracias Francis!, ¡muchas gracias!”, dijo Angélica llena de alegría mientras lo abrazaba fuertemente, Francis la observó con cariño y acto seguido le dio un intenso beso en los labios,“Todo pasó como me lo mostraste en mis sueños abuela”, pensó Angélica, quien recordaba el rostro de Francis en uno de sus sueños, justo una noche antes de conocerlo.

El cantar de los pajarillos en el bosque fue infinito, un viento cálido acarició sus rostros, la presencia de la abuela de Angélica al fin descansaría en paz.



FIN

Texto agregado el 03-04-2008, y leído por 211 visitantes. (0 votos)


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