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El éxtasis en color gris
Miré embelesada a Rosita, mientras dormía con los labios gordezuelos entreabiertos. Un ángel no tendría la belleza y la suavidad de su cutis.
Una sonrisa se inició en sus labios y después los distendió y durmió profundamente. Tenía un año y el parecido con una fotografía mía a esa edad, era notable.
-¿Vienes?- preguntó Marcelo en susurros para no despertarla.
-Sí, ya voy, amor.
-Juan ya está acostado, tuve que contarle dos cuentos para que durmiera.
Abrí la pieza y lo vi dormido, abrazando la almohada. Una sensación inexplicable de ternura me tomó todo el cuerpo.
-Vamos, María, se hace tarde.
Noté la ansiedad en su voz no exenta de excitación.
Cinco años de casados y la pasión seguía en la cima. Marcelo tenía manos grandes y sabía acariciarme con fuerza y suavidad al mismo tiempo.
Yo lo veía venir del trabajo con la camisa y corbata y lo desvestía en mi mente antes de llegar a la casa. Estaba orgullosa de los músculos que sabía escondidos detrás de la ropa, de los recovecos de su piel, que conocía de memoria.
En el bajo vientre nacían las familiares cosquillas, al saber lo que pasaría en la intimidad de la alcoba, donde podíamos dar rienda suelta a nuestras fantasías. Yo sabía qué fibra tocar y dónde comenzar para que cambiara el ritmo de su respiración.
Marcelo había encontrado en mí la depositaria de sus fantasías y yo vivía nuestra intimidad en estado de permanente humedad.
Marcelo era un amante fogoso un día, otro día primaba la sensualidad, en que el proceso era lo más importante y no el resultado.
Después de conocer todas las formas en que podíamos tener placer, optamos por la más cómoda cuando estábamos con poco tiempo.
-Te extrañaré tanto, mi amor -dije ahogada por la emoción y la respiración aún jadeante.
Con el sudor aún corriéndole por el rostro, dijo mirándome a los ojos:
-Sólo te pido que no te enredes con nadie. Yo, te juro que te seré fiel hasta el día que vuelvas.
Me enterneció su declaración, yo confiaba en él y él sabía que tampoco le fallaría.
Puse el despertador para las seis de la mañana y al posarlo sobre la mesita de noche, oí los ronquidos de Marcelo. Seis meses sin sus besos. Seis meses sin él…
No pude dormir.
Las imágenes de la reunión que dos meses atrás tuve con los ejecutivos de la empresa no abandonaban mi mente.
Las felicitaciones por el ascenso que había conseguido, el curso de entrenamiento que debía hacer en París, los niños que quedarían solos, formaban una película que corría rápida en mi cabeza.
¿Cómo dejar a Marcelo y a los niños?
Ganaría más dinero, que nos hacía mucha falta, y tendría asegurado mi trabajo en la empresa, un trabajo de creatividad difícil de conseguir en otros lugares.
Marcelo y yo lo hablamos y con su generosidad de siempre, me dijo que no podría dejar pasar esa oportunidad.
-Podemos pedirle a Sarita que se quede a vivir con nosotros. Ella no trabaja y la tía Marta siempre se queja de eso.
-Esa prima tuya no creo que tenga paciencia con los niños.
-Mañana lo sabré.
Sarita dijo sí. Estaba cansada de oír rezongar a la tía. Tenía dieciocho años y ya no era una niña. También se puso contenta con el salario.
Así que la llevé a casa para que los niños la conocieran y ella se pusiera al tanto de todo.
Acondicionamos la pieza de Juan para Sarita y llevamos a los niños en la misma pieza.
La despedida fue triste. Prometimos escribirnos a menudo y hablarnos por teléfono todas las semanas.
Llegué a París un día de sol.
Conseguí una pieza amueblada cerca del lugar donde se daban las clases.
Coloqué las fotografías de Marcelo y de los niños en dos portarretratos. Todo el día pensaba en ellos. A veces me sentía tan triste que hasta pensé en dejar todo y volver. Pero la voluntad de terminar el curso primó y seguí adelante.
Desde la ventana de la pieza se veía una plaza rodeada de árboles donde jugaban y corrían muchos niños. Una vez me quedé mirándoles y lloré.
Juan escribía cartas llenas de amor a las que respondía con pasión. Yo no le hablaba de mi tristeza para no preocuparlo.
Los niños estaban bien y querían a mi prima. Me daba ánimos y me contaba cuánto me extrañaba.
Al segundo mes apareció un joven de otra sucursal También era extranjero y consiguió
una pieza en mi pensión. Se llamaba Ricardo, puertorriqueño, joven y guapo, de hermosos ojos grises. Nos hicimos amigos. A veces hacíamos juntos nuestras tareas, lo convidaba en mi pieza con café y charlábamos mucho.
Una noche que fuimos a comer pizza; se despidió tomándome de los hombres y dándome un abrazo. La descarga eléctrica que me produjo me asustó. Miles de mariposas se pusieron a jugar en mi vientre produciéndome sensaciones placenteras que casi me llevaron a un orgasmo, así sin moverme, con sólo su mano sobre mi hombro. Dios mío.
¿Sería por la ausencia de Marcelo?
Una semana después, cuando volvimos del cine, donde fue todo el grupo, me abrazó antes de entrar a la pieza. Me despedí inmediatamente y entré.
Comencé a tener sueños eróticos. Volví a prácticas adolescentes para aplacar mi sangre caliente, aunque no lograba calmarme.
Entonces decidí alejarme de él
Me miró con una tristeza infinita y sentí que mi fortaleza se iba al tacho.
Me sentía culpable con Marcelo, que estaba con los niños y había hecho todo lo posible para que pudiera hacer el curso. Yo estaba enamorada de este hombre, pero haciendo de tripas corazón, dejé de hablarle, de invitarlo a tomar café y a escuchar música juntos. Sería fiel como prometí.
A veces nos encontrábamos en algún grupo y nos saludábamos en la escalera.
La tristeza se acentuó, Ricardo era un gran compañero y me aliviaba la soledad. Ahora, tampoco lo tenía a él. Me dediqué con ahínco al estudio.
Hasta que se cumplieron los seis meses y debía volver.
Cómo negarme a la despedida que me organizó Ricardo. A pesar que jamás hubo nada físico entre nosotros, no podíamos negar que tuvimos una relación platónica hermosa, llena de amor, comprensión y entendimiento.
Preparó en su pieza una cena fría, tuvo en cuenta todos los detalles, música suave, velas y vino.
Bebí casi una botella, estaba relajada y lo más natural del mundo fue besarnos y abrazarnos.
No quiero disculparme diciendo que la bebida tuvo la culpa. Fue algo fuerte, y cuando me di cuenta, estábamos en la cama, en una erupción de fuego. El éxtasis del erotismo se adueñó de los dos. Llenos de pasión, vivimos una noche maravillosa.

Adelanté un día mi viaje para no caer en la tentación de dejar todo y quedarme a su lado.
Nadie me esperaba en el aeropuerto. La niebla caía sobre el asfalto y el taxi tardó más de lo necesario en llegar.
Daría a Marcelo una sorpresa enorme. Planeaba hacer el amor con él toda la noche, para resarcirlo de tantos meses sin sexo y sin mí. Me olvidaría del cuerpo de Ricardo en mi piel y sería un volcán en erupción para Marcelo.
Eran las dos de la madrugada y no quería despertar a los niños ni a Sarita.
Abrí con la llave que siempre llevaba conmigo.
Todos dormían. El silencio era total. Con suavidad, abrí la puerta de la habitación de los niños y los miré en silencio. Lágrimas de emoción rodaron por mis mejillas.
Dejé la valija sobre el sofá y fui al baño. Me di una ligera ducha, coloqué unas gotas de perfume detrás de las orejas y desnuda entré en el dormitorio.
La luz estaba apagada y se oía la rítmica respiración de Marcelo.
Me acosté a su lado y lo abracé fuerte.
El correspondió al beso en sueños. Lo acaricié pero no hubo reacción. Un brazo suave y delgado estaba a su costado.
Encendí la luz.
Sarita, desnuda, miró por unos instantes sin comprender qué pasaba.
El hombre sobre quién estaba a horcajadas era un muchacho de unos veintitantos años que jamás había visto en mi vida.
Todo fue un caos, nos vestimos con celeridad y vergüenza.
Marcelo había ido fuera de la ciudad por razones de trabajo y Sarita aprovechó la oportunidad para pasar la noche con su novio, en la cama matrimonial.
Cuando llegó Marcelo, sentí que todo el amor que siempre me inspiró seguía ahí. Nos amamos tiernamente. Pidió permiso en el trabajo y tuvimos una segunda luna de miel.
Como resultado nació Ricardo, un niño bellísimo. Sus hermanitos lo adoran y es el mimado de la casa.
Algunos se preguntan de dónde heredó esos enormes ojos grises.
Yo sólo digo que son hermosos y una sonrisa se me escapa de los labios y vuela hacia el cielo.

Texto agregado el 06-04-2008, y leído por 1136 visitantes. (91 votos)


Lectores Opinan
19-03-2009 Muy buen cuento, gracias por la invitación ***** Salu2. starbrother
22-11-2008 Excelente cuento... me agradó mucho leerlo. Gracias por la invitación. rayables
11-09-2008 Al final lograste sorprenderme. Ya me imaginaba yo al marido con la prima y mira por donde la cosa iba por otro lado. Beso. poirot
06-08-2008 Pensé en otro final, pero me ha gustado mucho.RobertBores robertbores
05-08-2008 A ver.. mmmh.. de algún modo has desnudado de manera sutil y tierna, la realidad instintiva del ser humano.. Mucha veces nos engañamos a nosotro mismos con la "fidelidad" pero , a veces el instinto sexual, suele ser mas fuerte y no obedece raciocinio alguno..o me equivoco? en tu relato, has trabajado muy bien a los personajes, que por un momento, pensé que de tanto cuidarse la protagonista de no fallarle a su esposo, encontrarìa una sorpresa desagradable..pero vaya!! no fue así.. Tu historia hace pensar que aunque en el corazón amemos y queramos "nunca" fallarle a ese ser que amamos.. ¿que sucede, entonces,con el instinto sexual? a pesar del desliz, creo que la protagonista nunca dejará a su marido y a todo lo que tenia construido, da para pensar, verdad?**********.. vilyalisse
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