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Inicio / Cuenteros Locales / Sofiama / INOCENCIA Y SU ESPÍRITU GUERRERO

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Cuando estudiábamos nuestros primeros años en el liceo, Inocencia se inscribió, y a nosotros también, como miembros de un club que llevaba títeres y obras teatrales a los barrios muy pobres de la ciudad. Después que nos matriculó, dijo:
- Pero… si nos le gusta, se pueden salir.
Al principio, ella iba sola a esos barrios a escondidas de su papá quien le había prohibido visitarlos porque estaban situados muy distantes de nuestra vecindad. Sin embargo, buscó la forma de solucionar ese problema. Por un lado, le explicó a su padre que contaba con dos aliados incondicionales: Jorge y Pepe. Los que una vez fueron nuestros adversarios, se convirtieron en los guardaespaldas de Inocencia y en nuestros grandes amigos. Por otro lado, Inocencia hablaba con los chóferes de los buses públicos que existían en la ciudad (que eran contados), y los convencía de cambiar – un poquito – les decía - sus rutas para que la trasladaran lo más cerca posible a esos sitios. Así, poco a poco, nos fuimos incorporando a sus labores sociales y nos quedamos con ella por mucho tiempo. Inocencia era como las águilas: nunca se amedrentaba ante las tormentas


Si rehusábamos seguir a Inocencia en todas su “locuras”, Pepe y Jorge se ofrecían a acompañarla y a secundarla en cada una de sus ocurrencias; se convirtieron en sus caballeros y protectores; se creo una lealtad natural y sincera entre ellos. La admiración de ambos hacía Inocencia era de tal grado que, en nuestro romanticismo y siendo aún adolescentes, llegamos a pensar que alguna vez ella se casaría con uno de los dos, pero no, no fue así; fueron sus ángeles guardianes y nuestros verdaderos amigos. Cuando crecimos, cada uno se marchó a sitios diferentes. Pepe se fue a su país de origen, y Jorge se marchó a otra ciudad y se convirtió en uno de los jueces más noble y más justo que haya existido en nuestro país.


Decirle que no a Inocencia cuando se trazaba una meta, era imposible. Ella era contagiante: su vivacidad la ayudaba a fundir el principio y el fin de sus objetivos; su brío espiritual no tenía límites; su ímpetu era la esencia fundamental que se multiplicaba y nos arrastraba a todos para tenernos siempre en movimiento. Ella, como nadie, sabía manejar esa fuerza interior en términos prácticos para ponernos a trabajar en beneficio de los desamparados. Cuando nos invitó a acompañarla, hablaba de un grupo que iba a los barrios al cual ella se había unido. Describía, casi poéticamente, a la gente que lo conformaba; explicaba, con delirio, las cosas que hacían entre todos; mencionaba, con vehemencia, a los “teatreros”- como los llamaba - que actuaban para esos niños; a pintores que se iniciaban y que mucho después llegaron a ser artistas plásticos reconocidos en nuestro país. Al final, logró involucrarnos a todos en sus actividades. Si le decíamos que nosotros no éramos creativos para pertenecer a un grupo como ése, replicaba:
- Pero… ¡yo tampoco!
Colocándose un dedo en su sien derecha, exclamaba:
- ¡Lo único que tenemos que hacer es inventar, y… ya!


Nos impresionamos cada vez que la acompañábamos: cuando bajábamos del bus que nos trasportaba, los niños de esos barrios – que casi siempre estaban sucios - corrían a abrazarla. Ella que no le gustaba llenarse de arena, nunca le importó que esos chicos la cubrieran de tierra; les devolvía sus abrazos y los trataba con verdadero amor. Les sonreía con dulzura como si los conociera de toda la vida. Se sentaba con los niños en las piedras que ellos preparaban como asientos, y nos hacía señas para que nos acomodáramos. Les narraba las historias que su papá le contaba cuando era niña, pero le cambiaba algunos hechos para hacerlos más divertidos, o más fantásticos, según lo creyera necesario. Al hacer esto, como conocíamos las historias originales, nos miraba y explicaba convencida:
-Hay que adaptar las cosas de acuerdo a las circunstancias.


Cuando regresábamos de esos barrios adonde Inocencia nos hizo ir, ella llegaba con el alma destrozada de presenciar tanta pobreza y nos decía:
- Tenemos que orar por todos ellos.
Inocencia no rezaba como nos habían enseñado en la iglesia; constantemente, decía que ella no pertenecía a ninguna religión porque si todas buscaban lo mismo que era la relación directa del alma con Dios, para qué pertenecer a algo en particular, si al ser libre, podía entrar a cualquier institución religiosa que estuviera abierta e igual se iba a comunicar con Dios. Llamaba nuestra atención la forma cómo Inocencia practicaba lo que estaba relacionado con la Divinidad o El Creador, como le decía. Cuando acudía a los rituales de nuestra iglesia, ni siquiera seguía el libro que leíamos todos: cerraba sus ojos; y en ese momento, parecía un asceta buscando la perfección espiritual. Era como si entrara en un estado de posesión mística. Su inquietud que siempre fue como silueta danzante, se tornaba pasiva, como si se entregara por completo a Dios. Su relación con Él nunca fue impuesta por sus padres, como en nuestro caso, sino que era un compromiso moral de ella con su Divinidad. Las veces que necesitó buscar respuestas a algo para ayudar a otros, se dejaba llevar por su intuición, la cual transmutaba inteligentemente, como si a través de ella pudiera ver la verdad. Cuando lograba sus objetivos a favor de los necesitados, nunca los comentaba; guardaba discreción en todas esas cosas. Sabíamos de sus obras porque éramos sus amigos y veíamos lo que hacía y cómo lo hacía, pero jamás habló de sus misiones cumplidas de corazón.


Después que Inocencia decía: tenemos que orar, nos sentábamos en el suelo, y nos pedía que escribiéramos en un pliego alguna petición para ayudar a aquellos niños. Así lo hacíamos. Luego, echábamos en un recipiente, al cual ella llamaba “el vaso de la comunicación con El Creador”, todas las hojas escritas por nosotros. Inocencia les prendía fuego y nos tomábamos de las manos, cerrábamos los ojos y hacíamos suplicas internas. Cuando todos los papeles eran cenizas, nos soltábamos de las manos. La primera vez que lo hicimos, nos explicó que en alguna parte había leído que si los escritos se quemaban, el humo que se esparcía por el universo, se convertía en energía y ésta llegaba hasta la cuarta dimensión donde estaban los seres superiores que nos escuchaban. Por lo general, no entendíamos mucho las cosas que explicaba sobre seres superiores o divinidades. Si era cierto o no, tampoco nos importó, sólo sabíamos que disfrutábamos escuchándola y nos sentíamos bien, orando con ella.


Después de un año de esa labor, ya no sólo visitaba a los niños pobres, sino que le dio por encargarse de unos viejitos que estaban en una casa para ancianos perteneciente al estado. Una vez nos llamó a cada uno, y preguntó:
- ¿Alguna vez han estado en algún hogar para ancianos?
Inocencia no esperó respuesta, estaba segura de que nunca lo habíamos hecho. De inmediato, agregó:
- ¿Nos les gustaría ir?
- Porque yo voy el domingo - añadió
Le dijimos que el domingo era de la familia, de descanso y todas esas excusas que uno inventa para no hacer las cosas.
Ella contestó:
- Sí, es verdad, no vayan, yo después les cuento.
Sabíamos que ese “después les cuento” era muy comprometedor.


El domingo llegó y cuando Inocencia regresó del geriátrico, relató toda la tragedia que presenció. Dijo que nunca se hubiera imaginado que esos pobres seres – así los llamó, con dolor en sus palabras y lágrimas en sus ojos – pudieran ser considerados unos despojos por sus familiares. Contó que cuando llegó al asilo de ancianos, el espectáculo era dantesco: viejitos demasiados seniles para recordar quiénes eran, ancianitos que babeaban y ni se enteraban de lo que les pasaba, que los bañaban sentados en unas sillas extensibles con el chorro de una manguera, y que ella pensaba que algunos de ellos no soportaban el impacto de aquellos chorros. Relató, cómo algunos de ellos no podían, ni siquiera, llevarse la comida a la boca, y dijo que todos los que pasaban por allí les tenían que ayudar a comer porque no lo podían hacer solos. Nos informó que el asilo de ancianos estaba dividido en dos áreas: en una, estaban los menos viejos que podían valerse por sí mismos; y en la otra, lo que ella dijo - llorando - parecían piltrafas humanas por lo descuidados e impedidos que estaban. Inocencia relató que ella estaba tan conmocionada por las escenas vistas que prefirió quedarse, la primera vez que fue, con los viejitos menos desvalidos porque ella no sabía qué hacer con los otros, ni tampoco cómo socorrerlos.


Inocencia siguió yendo sólo con Pepe y Jorge porque el resto no nos animábamos a acompañarla a visitar la residencia de ancianos. Ella, poco a poco, se fue uniendo a un grupo que tenía destrezas para asistir a esas personas, y fue así cómo aprendió a auxiliarlos. Inocencia decía:
-Muchas veces no hacemos las cosas, no porque no queremos, sino porque no sabemos cómo y nos da miedo fallar.


Más adelante, en algunas oportunidades, nos tocó ir con Inocencia al hogar de ancianos. Ella nos iba involucrando de alguna forma. Cuando teníamos problemas y le pedíamos que nos ayudara con las oraciones que solamente ella hacía con tanto misticismo, respondía:
- Bueno, vamos a hacerlo, pero… en estas peticiones siempre se debe pagar al Creador con algo a cambio.
Cuando le preguntábamos qué tipo de cosas podíamos hacer, replicaba de inmediato:
- Algo que no nos guste hacer, algo que implique un sacrificio.
- ¿Cómo por ejemplo? - Preguntábamos – sabiendo ya su respuesta.
Enseguida, señalaba:
- Se me ocurre que como atender a los viejitos, alguna vez.
Total, que como Inocencia siempre andaba haciendo oraciones con y por nosotros, teníamos que andar pagando promesas, por lo cual, a casi todos nos tocó acompañarla, aunque fuera una vez al asilo de anciano, y vivenciar la energía que sólo brotaba de un corazón como el de ella. Inocencia, siempre, necesitó hacer cosas por los demás para sentir su alma liberada.



Texto agregado el 27-05-2008, y leído por 1600 visitantes. (97 votos)


Lectores Opinan
19-01-2014 Los personajes carismáticos son así. Consiguen movilizar a las masas y, principalmente, las conciencias. Un relato precioso, como todos los de Inocencia, y con muchos mensajes a seguir y emular. ikalinen
22-03-2013 Inocencia y yo tenemos muchos pensamientos iguales por eso para mí, ella es una mujer con muchas buenas cualidades. Creo que para crear un personaje con esa características, su creador tiene que identificarse con ella. Me encanta la historia. elpinero
11-03-2013 ¡A esa inocencia como que la conozco! felipeargenti
11-03-2013 Más que una guerrera creo que era una lideresa que sabía inducir a los otros a sus sueños. Su originalidad-destacada en su idea de Dios- y su ánimo inquebrantable la hace fuerte, en quien los otros confían...es todo un caso felipeargenti
11-02-2013 si todos fuesemos un poquito como Inocencia, ¡cuánta alegría regalariamos y estariamos en paz con nosotros mismos******************* yosoyasi2
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