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Como siempre, al llegar a casa, después de mi trabajo nocturno, abro las persianas del salón, para que el recién iniciado día vaya esparciéndose por el espacio y despierte a las plantas. Eso es lo primero. Lo segundo es olvidar mi mochila y complementos laborales en su rincón de la mesa de escritorio, donde nunca escribo. Lo tercero es beber un vaso de agua e ir al baño. Con un poco de ganas aprovecho para fumarme el último pitillo de la noche mientras alguien, allá fuera, pulsa el botón de ON y la mayoría de la población se pone las pilas. Todo rueda según lo previsto.

Como siempre, me desnudaré en la habitación adyacente al dormitorio, la cual cumple su objetivo, en ocasiones, de servir para invitados, u otras veces de estudio y, por regla general, de cuarto trastero. No quiero despertar a mi compañera que dormirá profundamente. El estor del dormitorio estará echado impidiendo que la luz enturbie mi futuro descanso. Ese estor es de los pequeños detalles que mi compañera me regala. Si fuera por mi, todavía andaría colocando cada mañana una colcha sobre los raíles de las cortinas, con prisa y sin esfuerzo, de tal manera que caería a los diez minutos, aunque con un poco de suerte, para entonces, ya habría conseguido conciliar el sueño y eso me importaría un carajo.

En el dormitorio, apenas se vislumbran las siluetas. Habrá que otorgarle a las pupilas unos segundos para abrirse paso entre las sombras, con ayuda de la memoria. Bordearé el continente de la cama para ocupar mi sitio al lado de la pared. Ella, como siempre, situada en diagonal, bajo la cordillera nevada del edredón de IKEA, en posición fetal, envuelta por entero, embutida en su placenta cien por cien algodón sintético. Bastará un leve roce sísmico para recomponer la abrupta geografía y abrirme camino hasta llegar a mi almohada. Como siempre, mi lado ya tendrá la temperatura idónea y el edredón es suficiente generoso como para cubrirme sin tener que reclamarlo con suaves tirones. Sus pies, templados en el crisol del sueño, buscarán los míos a tientas y una de sus manos buscaran por instinto el latido de mi corazón. Algunos de sus cabellos me harán cosquillas en la mejilla mientras su cara oculta confunde el hueco de mi sobaco como improvisado nido. Eso significa que debo levantar mi brazo y pasárselo por la espalda. Un beso mio en su cabeza servirá para relajarla y convencerla de que ya estoy en casa. Por cierto, debe haber cambiado de champú, incluso de bodycream. Huele diferente.

Es raro, anoche durmió sin su pijama de franela. Su piel parece más seca. Quizás el estrés que sufren últimamente en su trabajo le esté afectando más de la cuenta. O esa nueva crema que se ha comprado no es tan buena como la anterior. Ya ha pasado el minuto de rigor y es tiempo de mover el brazo para que, con el automático, ella se dé la vuelta y yo murmure el “te quiero” ritual. Libero mi brazo y adoptamos simétrica postura de cúbito. Como colofón del protocolo matinal, un sutil refriegue trasero. Tiene razón cuando dice que esta engordando un poco. !Pero que bien le sienta, joder!... basta ya, porque me esta poniendo cachondo y no quiero desvelarme, si no luego me costará dormir y a tomar por culo el bioritmo. Quizás esos mínimos cambios percibidos hayan rebelado mis sentidos. No sé, pero queda mucha semana aún y no puedo desorganizarme, todavía no. Necesito estar concentrado porque el ambiente actual de mi trabajo también lo exige. Debo posponer esta erección hasta el fin de semana, y me despego lo suficiente para sumirme en mi rehabilitador sueño profundo.


Al despertar, como siempre pasado el mediodía, ella habrá salido para el curre y tendré toda la cama para desperezarme, estirándome a placer a lo largo y ancho de la superficie vacía.

Hoy le tocaba turno de tarde. Los restos de su desayuno deberían quedar expuestos en la mesa del salón, me habría dejado una nota que diría “me llevo el coche porque se me hizo tarde. Besos. Belén”, a sabiendas que no suelo necesitarlo casi nunca. Ella es así...Pero no, para mi sorpresa, hoy la taza del café reposaba en el fregadero, secándose, las envolturas de los sobaos en la bolsa de basura y ninguna nota, aunque tampoco estuvieran las llaves del coche. Sin duda, algo le pasaba. Eso es lo malo, o lo bueno, no lo tengo claro, del trabajo nocturno y la vida conyugal con otro turno rotativo. Hay que ir interpretando los signos hogareños como sistema de comunicación. No esta mal cuando coincidimos ambos y nos vamos poniendo al día, en todos los sentidos. Hoy, dentro de las novedades, mi móvil me avisaba de un nuevo mensaje:

MUXI (ejem... ese soy yo) ANOCHE ME KEDE A DORMIR EN CASA DE CLAUDIA. ESTABA MAL Y NOS KEDAMOS HASTA TARDE HABLANDO EN SU CASA Y LUEGO ME DIO PEREZA COGER EL COCHE. ME LEVANTE TARDE Y NO ME DIO TIEMPO DE LLEVARTE LAS LLAVES. LO SIENTO. SI LO NECESITAS ME LLAMAS Y TE LAS ACERCO.UN BESO

No... no necesitaba el coche, pero...??qué... QUIEN...qué coño...?!.

Estupefacto, sólo conseguir articular un pensamiento coherente: ¡Mierda de bioritmo!


Texto agregado el 09-12-2008, y leído por 237 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-12-2008 Eso te pasa por posponer las cosas para el fín de semana. Y ahora, averigua.....Bonito relato***** shambhala
 
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