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El navegante mitológico se aproximaba a la tierra del imperio azteca. El hombre barbado, cubierto con una coraza y altas botas de cuero negro, estaba acompañado por individuos armados con arcabuces y espadas.
Durante mucho tiempo, los aztecas habían tenido la esperanza que Quetzacoatl, el dios del viento, regresaría en un día de gloria. Este dios, era el que les prodigaba a ellos la tierra y una vez cumplida su misión se introducía, con su doble nahual, en el mundo de los muertos. Gozaba de la simpatía de sus fieles pues era el dios de las artes y la industria. Además, existía la costumbre de sacrificársele un esclavo joven del cual se apoderaban cuarenta comerciantes que creían estar purificados por ese ritual.
Quetzacoatl estaba enfrentado con Tezcatlipoca, quién había introducido en la ciudad de Tula la maldad y el vicio y había tenido que emigrar de la tierra Azteca, prometiendo que regresaría en un día glorioso. Los habitantes, con sus sufrimientos, se habían purificado de su vida licenciosa.
Un centinela permanente en la costa, aguardaba la llegada del dios. Al divisar aquellas extrañas embarcaciones del siglo XVI, el vigía no tuvo la menor duda de que el tan esperado día había llegado y la noticia se difundió rápidamente por todo el imperio.
Moctezuma, el emperador azteca había tenido un sueño premonitorio y decía a sus cortesanos: -Anoche he tenido un sueño profético, debemos recibir bien a Quetzacoatl y sus enviados.
El emperador azteca había decidido dar una cordial bienvenida al dios Quetzacoatl y a sus acompañantes, ofreciéndoles grandes regalos, entre ellos presentes de oro y plata. Al llegar a su encuentro, Moctezuma decía:
- Sabíamos que llegaría este día tan esperado por todos nosotros, Quetzacoatl protector de la tierra, las artes y las industrias, recibid estos regalos que humildemente os obsequiamos, nuestros palacios y sus aposentos están a vuestra disposición.
Melinche, una india mexica oficiaba de intérprete.
-Agradecemos vuestra hospitalidad, emperador Moctezuma, que condice con la dignidad de un monarca como el que sois.
Pese a que el emperador azteca era un hombre supersticioso, no dejaba de llamarle poderosamente la atención, la codicia que los recién llegados demostraban por los metales preciosos: el oro y la plata. Sin embargo se cuidaba de disimular sus sospechas. Ya instalados en Tenochotitlan, los españoles podían admirar el esplendor de la capital del imperio azteca y de sus templos o teocallis. Moctezuma participada su sospecha a sus cortesanos:
- Este hombre no me parece que sea un dios, hay que vigilar atentamente la conducta de estos hombres y transmitir mi orden a los guerreros para que se mantengan alertas.
Los cortesanos confirmaban con sus informes que los temores del monarca tenían fundamento y que no se trataba de un dios sino de un conquistador venido de tierras lejanas.
Huitzilopochi, el dios de la guerra de los aztecas, se posesionaba de las mentes de sus guerreros y en un ataque sorpresivo durante la noche, una lluvia de flechas caía sobre los soldados españoles y los obligaba a emprender una precipitada huída. La expulsión de Tenochtitlan significaba la defensa de los pueblos originarios, sin embargo la historia siempre fue escrita por los vencedores y a ese acontecimiento se lo denominó la noche triste, en la que el conquistador español iba a llorar amargamente. Con el tiempo los aztecas iban a descubrir la verdadera identidad de quién ellos creían que era su dios Quetzacoatl, no era otro que Hernán Cortez, el conquistador de México.

Texto agregado el 07-04-2009, y leído por 165 visitantes. (0 votos)


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