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Abro los ojos… ¿ésto qué es? Me siento muy extraña, no me gusta cuando me despierto así… me sudan las manos y esta opresión en el pecho… mi corazón late demasiado rápido. Es domingo, son las seis de la mañana y aún así tengo que levantarme a trabajar, ¡que pereza! Igual este sentimiento de angustia no me dejaría dormir, mejor me levanto.

-¡Buenos días hija!

-¡Buenos días mami!

-Te levantaste justo a tiempo para ir a trabajar

-No creo que vaya…me siento mal… ¡tuve un sueño de esos!

-Te ves angustiada hija, mejor cuéntamelo.

Le conté a mi madre aquel sueño, que todavía no estaba segura si era algún tipo de premonición o una pesadilla por los efectos de haber cenado tanto y tan tarde. Seguramente ustedes también querrán saberlo…

Estoy en una fila kilométrica para entrar al supermercado, hay más de cien personas en fila, muchos guardias, parecen extranjeros pues no reconozco el uniforme… ¿por qué hay qué hacer fila para entrar, es raro… me siento descompensada… me transporto en el tiempo y estoy justo entrando al súper. Este sueño no tiene un orden lógico… sigo confundida. Miro alrededor, no está tan iluminado como siempre, se nota que están activadas las luces de emergencia, veo gente desorientada, estantes vacíos y granos por todos lados de paquetes derramados, casi no hay comida. Mi Padre, que no sé de donde salió, me toma de la mano, me lleva por un pasillo y al final de este, en donde por lo general hay una punta de góndola con esculturas hechas de latas o cajas, encuentro una mesa vieja (¿una mesa vieja en el súper? me pregunté) de madera color de las casa viejas de inquilinato, de un color turquesa chillón, color con el cual nunca pintaría una casa, encima de la mesa un gran trozo de carne sobre un gran charco de sangre, sangre que goteaba a ratos, a veces rápido a veces lentamente, lentamente: tic…tic…tic…

-Sabes Mami, me siento más aliviada. No vaya a ser que sea de esos sueños que me han pasado y luego nadie me crea porque no lo conté antes.

-Pero Anny, no entiendo todavía ¿ por qué te angustia tanto este sueño?

-Te parece poco Mami, no te basta con la situación que estamos viviendo en el país y encima, ayer matan a un soldado gringo… ¿crees que van a dejar eso así? Oscuridad, sangre, escasez, son elementos que me dan que pensar…

-Mejor olvídate de eso Anny, mejor piensa en cosas positivas, como en tu cumpleaños por ejemplo que es en cinco días y, el próximo domingo, Noche Buena. Lo que me preocupa hija es que no tenemos mucho con qué celebrar…

-Eso es lo de menos Mamá, tú y yo siempre resolvemos todo con creatividad y buen gusto.

Hasta allí llegó la conversación con mi madre, con quién siempre podría contar y decirle las cosas más raras y extrañas que me pasaban. Cumpliré diecinueve, ahora sí que voy a ser una mujer adulta, no una chiquilla de dieciocho con cédula recién estrenada. Ya trabajo, voy a la Universidad… Pero como están las cosas no dan ganas ni de celebrar. Me quedé sentada en la cima de la escalera que da a nuestro apartamento en un tercer piso, con una vista privilegiada porque veía a todo el que entraba y salía, y a todo aquel que pasaba por allí.

El ambiente está raro, llevo dos días sentándome en esta escalera, no pasa nada fuera de lo común, pero sigo con la angustia. Sería bueno dar una vuelta por aquí cerca, hacer alguna visita.

-¡Gracias por el café Alma, estuvo muy rico!

-No, a ti Anny por venir. ¡También a usted señora Elena por visitarnos!

-Anny, señora Elena… dijo una voz a lo lejos-- ¡váyanse de una vez! Acaban de anunciar una alerta roja en la televisión, parece que algo grave está por ocurrir.

-Gracias, Alma, nos vamos, suerte que solo estamos a dos cuadras, ¡Adiós, apúrate Mamá, que nunca esto había estado tan alarmante!

-¡Ay, no Hija! No quiero ni pensar que esto tenga algo que ver con tu sueño…!

Corrimos lo más rápido que pudimos hasta la casa, ya casi no podíamos respirar, había demasiado silencio, ese silencio que asusta… seguro que no era nada bueno. El corazón se me quería salir, trataba de respirar profundamente para bajar las pulsaciones. Eran las 11:30 de la noche. En la casa mi hermano menor dormía plácidamente, cuando al llegar nosotras lo despertamos con tanto estropicio. De repente empezamos a escuchar detonaciones, mi mamá y yo nos miramos atónitas por lo que oíamos…

-¿ Estás escuchando eso mami…es lo que yo creo?

-¡Ayayai, Anny, esto no me gusta

-¡Bueno ya! dejen dormir – contestó enojado mi hermano – qué de
raro tiene que del otro lado del barrio estén tirando fuegos artificiales, ¡si de todo hacen una fiesta pirotécnica!

-Oye, que no hijo, hace un rato pusieron la alarma roja en la tele.

-¡En serio, ay mamá! y ahora qué hacemos…- dijo Eliécer mi hermano saltando de la cama –

-No sé, hijos, déjenme pensar.

De momento todas las líneas telefónicas se habían caído, la presión del agua bajaba, ¿qué estaba pasando? De pronto sonó el teléfono y mi hermano, mi mamá y yo brincamos del susto, ¡casi nos da un infarto!

-¿Anny, están todos en casa? por favor no se muevan, cierren todo con llave, no le abran la puerta a nadie, recojan agua, tiren los colchones al piso, apaguen todas las luces y tengan velas y flashlights a mano con pilas, esto no es fácil de decir, me acaban de llamar: Los Gringos nos invadieron. ¿Queeeeeeeeé, estás segura?

-No escuchan las detonaciones, se oyen por todos, lados. Ya voy para allá, me llevo a los chiquillos, me cuesta recoger todo y despertarlos. Llego en 20 minutos antes de que se forme el caos.

-¡Hija ten cuidado, que Dios te traiga con bien!

Mi madre no había cerrado el teléfono cuando ya yo tenía todo listo: colchones en el piso, luces apagadas, un cubo en la regadera para recoger agua, velas, flashlights y pilas, además la Biblia y un rosario, la noche iba a ser larga e íbamos a necesitar refuerzos espirituales.

De pronto se escuchaba a lo lejos: booom, kabooom! Ratatatatatatata, una y otra vez, detonaciones al norte, al sur, no se sabía cuál era el sonido original y cual el eco. Era horrible, un sonido estruendoso como si alguien le hubiera puesto un micrófono con amplificador a un paquete de palomitas estallando. Jamás en la vida había experimentado tal miedo… esa escalofriante incertidumbre… Solamente quedaba esperar.

Incomunicados, sin teléfono, televisión, radio, no había forma de saber qué estaba pasando… la zozobra era muy grande… empezamos a subir y a bajar santos, tomados los tres de la mano. Escuchamos un sonido de gente corriendo, pisadas, nerviosismo, de pronto… ¡pum, pum, pum! (brincamos los tres del susto)

-Mamá soy yo Elena ¡Ábranme la puerta, rápido que vengo con los niños!

Brinqué más rápido que ligero y abrí la puerta, era mi hermana Elenita con sus tres hijos, la mayor de 5, el del medio de 3 y un bebito de 9 meses, que además de mi sobrino también es mi ahijado. Sí, con 18 años rumbo a los 19, ya era tía de seis y madrina de uno, y es que mi hermano mayor tenía ya tres varones, que por cierto en ese momento no sabíamos cómo la estaban pasando.

Nos sentíamos mejor, pues ya estábamos más acompañados, pero nos invadía la incertidumbre pues no sabíamos nada ni de mi hermano mayor y su familia, tampoco sabíamos nada de mi Papá… mi papito que vi en ese sueño tomándome de la mano… ese bendito sueño no se me quita de la mente. Hacía ya muchos años que mi papá y mi mamá se habían separado, hacía ya casi 15 años. A pesar de ser hija de padres divorciados viví una feliz infancia, y es que cada uno por separado es lo máximo, pero juntos… ¡gracias pero no! ¿Qué está pasando? No paran esas detonaciones… qué madrugada tan larga… En medio de todo, nos acurrucamos todos en un colchón grande en el piso del cuarto de mamá y nos abrazamos con los niños, no sé pero sentir ese calorcito angelical me daba tranquilidad, el cansancio nos rindió hasta los primeros rayos del alba.

Abro los ojos… ¿esto qué es? Me siento muy extraña, no me gusta cuando me despierto así… me despierta un rayo de luz en la cara. Se respira una calma aparente. ¿Cómo otra vez el bendito sueño? Me duele la espalda. Cuando me despabilo veo una piernita encima de mi barriga, un brazo encima de mi pierna, si me muevo le pego a alguien. No, no era otro de mis sueños, esa larga noche había pasado, bien decía mi mamá: ¡amanecerá y veremos! El problema era cómo podíamos enterarnos de lo sucedido si estábamos atrapados en nuestra propia casa, que habíamos nosotros solitos, convertido en una trinchera para refugiarnos de cualquier bala perdida. Huele a café, ¿quién tiene ganas de desayunar con todo esto? Era mi mamá, los nervios le dan por cocinar.

Me levanto y me aseo, uno nunca sabe qué puede pasar ¿y si se va el agua y no podemos asearnos en días? Eso para mí era una terrible tragedia, ya que me gustaba bañarme dos y tres veces al día para estar regia, pues a mis cortos 18 mi consigna era: “primero muerta que sencilla”, aunque después pensándolo bien mi consigna cambió a: “mejor desaliñada y viva”. Fue fácil escoger la ropa del día: ropa de batalla, jeans, una franela fresca y zapatillas.

Asomo la cara por la ventana y hay mucho movimiento y revuelo. Como no oigo balas, solamente el murmullo de los vecinos, me atrevo a asomarme al balcón, claro en contra de los regaños de mi mamá. Realmente quería saber qué había pasado. Observaba todo a mi alrededor, no sin escuchar lo que le decía un vecino, que era sargento de la policía retirado, a mi vecina de al lado, que como buena vidajena esta vez no podía dejar pasar la oportunidad. Gente a pie, en bicicletas, en carros, circulaban nerviosos por la calle. ¿Vestidos en ropa de domingo en pleno miércoles a las 7 de la mañana? Obviamente nadie fue a trabajar ni a la escuela. Mi vecino, sargento retirado, hacía un recuento de los sucesos:

- La primera explosión fue cuando detonaron el aeropuerto y lo hicieron desde el aire, de allí fueron llegando los gringos con sus naves anfibias a la playa, armaron todo un plan de contingencia ya que a esta hora ya han desmantelado todos los cuarteles de policía y los centros militares, ahora están a la búsqueda de los rebeldes que se resisten a acatar su autoridad, gringos del carajo, ¿qué se han creído que pueden venir a hacer aquí lo que se les da la gana? Bueno me voy, apenas puedo escuchar la frecuencia de la policía creo que también la intervinieron y la mayoría de la fuerza ha desertado.

-Anny, Anny, tenemos que hacer algo hija.

-¡Qué pasa mamá, no ves que estoy enterándome de las últimas!

-Sí hija es por eso, con esa voz gritada de este señor ya todo el barrio
está enterado. Tenemos un problema, que cómo dejamos el mercado para hoy no tenemos nada en la despensa y como no cambié mi cheque de la quincena no tengo ni un quinto en la cartera. No demoran en despertarse los niños y no hay que darles, solamente café sin leche y sin azúcar, y lo peor es que creo que el gas está por terminarse.

-Ahora sí que se puso gruesa la cosa, sobre todo por los niños. Creo que tengo un par de dólares en mi cartera.

Salí con mi hermano y un billete de diez dólares en el bolsillo. Caminaba por las calles y veía todo como cuando un campesino llega a la gran ciudad. Me sentía extraña en mi propio barrio, el mismo barrio donde vivía desde que estaba en preescolar, el mismo que me había visto crecer hasta cumplir los 18 ¿Estaría allí para cuando cumpliera los 19?

¡Quién sabe, porque como estaban las cosas y faltando dos días!

Seguíamos caminando, contagiados por el nerviosismo y la tensión colectiva, no hubo tiempo para decir buenos días ni saludar a los vecinos. Cada uno estaba en su mundo, resolviendo sus dudas, sus inquietudes y cargando a cuestas el sabor de la incertidumbre. Entramos a la tienda, parecía un mismísimo mercado persa en domingo, la gente abarrotada tratando de comprar las provisiones que podía, no había mucha liquidez en esos días ya que éramos víctimas de una recesión económica que estaba comenzando a estallar. Gritos, alaridos, discusiones nerviosas, gente tropezándonos a mi hermano y a mí. Nos miramos él y yo a la cara, mis padres nos habían criado para la acción, así que después de observar cómo era la cosa para conseguir los alimentos nos pusimos en guardia y compramos lo que pudimos con los benditos 10 dólares, que estaba guardando para hacer algo para mi cumpleaños y de los cuales me despedí en ese momento ya que las prioridades son las prioridades.

Por lo menos resolvimos el desayuno. Qué pasaría para el almuerzo y la cena, era motivo para un gran signo de interrogación en nuestras cabezas. Por lo pronto, los chiquillos jugaban y nos distraían un poco, sus mentes inocentes y sin secuencia del tiempo, solamente pensaban que el domingo era la navidad.

Un vecino dio la alerta como a las 10 de la mañana, alguien había tenido la osadía de forzar las puertas del supermercado más cercano que quedaba como a tres cuadras, todo para pescar en río revuelto y robar las cajas registradoras. Los gringos estaban en lo suyo y como la policía había desertado, no había orden ni ley, todo era un caos. Suerte que era un barrio de clase media y media alta, si hubiera sido uno popular o una zona roja, no quería ni imaginarlo. Al no tener nada en la despensa, nos dirigimos a este supermercado, ya que los vecinos esparcieron el rumor de que se podía saquear para tomar provisiones, pues estábamos en guerra. Así nos dispusimos, tomamos lo que pudimos y regresamos a casa. De esta acción puedo escribir un libro entero, pero no es el caso. Muchos hicieron varios viajes, pero mi mamá nos detuvo, pues sabiamente sabía que tomar lo necesario era una cosa y la avaricia y la codicia era otra. Teníamos lo que cabía en la despensa.

Así se fueron suscitando la cosas, saqueos en toda la ciudad, primero los supermercados y luego todo lo que se podía, la gente saqueaba tiendas por departamentos, joyerías, fábricas y lugares inverosímiles, si no lo hubiera visto con mis propios ojos no lo hubiera creído. Pero fue catastrófico, se robaban lo robado (aplicando lo que ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón), los carros eran decomisados, habían tiroteos de rebeldes por las calles, balas perdidas, incendios voraces que consumieron cuadras enteras y los hospitales plagados en heridos y muertos y que decir de los desaparecidos.

Todavía no sabía nada de mi Papá. Como te extraño, me haces falta en estos momentos. Tú me dijiste siempre que en la vida todos éramos soldados, y siempre nos preparaste para enfrentar momentos difíciles, siempre con cariño, entre juegos y mimos. Tú tan poético, siempre me decías que yo era tú princesa guerrera, pero también tú Dulcinea del Toboso, tú Julieta, el amor de tu vida… yo sigo aquí esperándote mi Quijote, mi Romeo, con la esperanza de que me lleves de tu mano como siempre, como en mi sueño.

No duró mucho mi hermana en nuestra casa, ya que su suegra la recogió y se la llevó para la suya, que era más grande y tenían mejor preparada la despensa para cubrir los menesteres de los niños. La noche transcurrió con una aparente calma, todas las luces se apagaban alrededor de las siete, después de esa hora ya nadie deambulaba por las calles.

Abro los ojos… ¿qué es ese sonido? Escuchaba a lo lejos una canción, una dulce voz…

- ¡Cumpleaños feliz, te deseamos a ti que tu cumplas Anny, muchos años feliz!

Era la dulce y alegre voz de mi Madre, esa grandiosa mujer que me había enseñado a sacar lo mejor de la vida y a sonreír en los momentos más difíciles. Me enseñó a hacer de tripas corazón. ¡ Hoy estaba allí de primera celebrando conmigo ese gran día, mi cumpleaños 19! Me sentí tan agradecida con Dios…dentro del marco de desesperanza y dolor que se sentía en la ciudad, yo tenía conmigo al ser que me dio la vida, la persona que sabía cómo hacerme sentir bien, sus palabras siempre son un perfecto bálsamo para mi corazón.

Fue un momento perfecto, sentí tanta alegría, comencé a sentir una tranquilidad que no sentía desde aquel domingo en que comenzó todo, con ese extraño e inquietante sueño. Ese día todo amaneció en calma, aparentemente todo estaba en calma, ya los gringos habían puesto orden y no se realizaron más enfrentamientos.

Me disponía a desayunar cuando de pronto escuche un sonido raro que venía de afuera, algo que nunca había escuchado antes y que despertó mi curiosidad. Salí al balcón y escuché mejor… eran pisadas… pisadas fuertes…como queriendo romper la calle. No sé de dónde salieron, pero de pronto aparecieron cientos de soldados yanquis que caminaban en dos filas, una de cada lado de la calle, quienes marchaban cual hormigas obreras, haciendo despliegue de fuerza y poderío, haciéndonos sentir intimidados a todos aquellos que mirábamos estupefactos lo antes nunca visto, ni en esta calle, ni en el barrio, ni siquiera en el país. Al final, como la cereza que corona al pastel, varias tanquetas de guerra reforzaban el desfile. Pasó, todo volvió a quedar en silencio, todo el mundo quedó recogido en su casa.
Estuve varias horas sentada en la escalera, pensando lejos, cuando de repente se rompió el silencio, volvió a aparecer mi vecino “El Sargento” nuevamente vociferando con voz alarmante:

-Señora Elena, señora Elena.

Mi mamá salió preocupada al balcón.

-Qué pasa Sargento, qué ocurre

El sargento habló con voz entrecortada, cansado, pasmado.

- ¡Vayan, corran rápido, los Gringos acaban de allanar la casa de la suegra de su hija…es mejor que vaya a ver qué pasa!

Comenzaba a caer una llovizna, mi mamá no lo pensó dos veces, tratándose de su hija y de sus nietos haría lo que fuera. Tomó un paraguas y así mismo como estaba vestida, con rollos en la cabeza y chancletas, salió disparada al encuentro del suceso. Yo me levanté, y sin decir palabra me fui con ella. Caminamos lo más rápido posible bajo el paraguas, el recorrido era de apenas dos cuadras.

Cuando divisamos por fin la casa, ansiosas las dos, vimos a un guardia que custodiaba la entrada de la casa. Seguíamos avanzando y el guardia nos hacía seña de que nos fuéramos. Le hacíamos caso omiso, la pasión se apoderó de nosotras, retamos al guardia y proseguimos el camino.
De pronto como por arte de magia, estábamos rodeadas de soldados vestidos de camuflaje que nos apuntaban con sus armas.

Las piernas se me aflojaron, la pasión y el ímpetu se me fueron al piso, se me aguaron los ojos y empecé a sudar frío. Mientras los miraba a cada uno a los ojos, me entró una gran preocupación por mí mamá. ¿Cómo podría una mujer con padecimientos de presión alta y una fisura en el corazón, soportar la emoción fuerte de estar encañonada como por cinco o seis soldados? La miré y se veía serena, era admirable como controlaba la situación.

- ¡Hey ladies! ¿ Where are you going, w. ho are you. ¡Please go, get out of here!


- Eh, eh, eh wait a minute – repliqué recordando todas las caras de mis profesores de inglés del colegio, sabía que podía hablar con ellos pues el conocimiento no me faltaba, pero estaba tan nerviosa y asustada que no atinaba a crear oraciones más largas.

-My sister it’s there, in this house ¡ My sister My sister!
-
En ese instante mi mama no podía ayudarme, pues no sabía ni jota de inglés. Ahora sí que no había hija pa’ máma, ni máma pa’ hija!

El soldado con voz enérgica, con voz tipo grito del ejército, nos repetía groseramente que nos fuéramos. Este macarrón sin salsa de dos metros estaba nervioso. Éramos dos mujeres civiles indefensas con un paraguas.
En eso, escuché un sonido, que me hizo paralizar aún más, se me hizo un nudo en la garganta y el corazón latía más que nunca, más que cuando veía a un muchacho que me gustaba. Dejé de respirar unos segundos. Ese sonido era el click, click cuando le apuntan a alguien cuando lo van matar.
Ya habían demasiados muertos y las fosas comunes no podían con uno más.

Atrás del grupo de soldados, se escucha una voz enérgica en inglés que les grita que se aparten, no aprueba lo que está pasando. Se apartan dos de los soldados, entre ellos sale otro, con un uniforme diferente y más rangos en su hombro. Alto, guapo y latino. Nos vio con una mirada muy tierna y se dirigió amablemente a mi madre y a mí con acento boricua:

- Buenas tardes, señora y señorita. Disculpen pero no pueden pasar, ni siquiera deben estar aquí Estamos en un operativo del ejército. Solamente estamos revisando la casa, todos sus miembros están bien, a salvo.

Ahora sí que le vino el alma al cuerpo a mí mamá y volviéndole la pasión que se le había ido al suelo ante la presencia de las armas, le contestó:

- Señor, yo solamente quiero saber qué esta pasando, mi hija está dentro de la casa, quiero saber de mi hija, mis nietos, ¿ dónde están los niños?

En lo que mi mamá hablaba con el soldado puertorriqueño, volteé a ver el piso del jardín de la casa, lo que vi me hizo abrir los ojos lo más grande que los músculos faciales permitían. En el suelo, cual nido de lombrices, habían apostados decenas de soldados, con un camuflaje sorprendente. Comencé a sudar más que después de la clase de aeróbicos, tenía un verdadero revoltijo de sensaciones y sentimientos, solo me tranquilizaba la mirada sincera de aquel soldado proveniente de la isla del encanto.

En eso se escuchó una voz lejana, una súplica, una imprecación, llena de miedo, con voz temblorosa:

- ¡Déjenlas, no les hagan nada malo, por favor déjenlas ir! Mamá, Anny, váyanse, nosotros estamos bien, váyanse por favor! (cerró llorando).

Era la voz de mi hermana que salía desde dentro de la casa. Los gringos se estaban impacientando. Supongo que en sus mentes militares retorcidas y producto de las experiencias bélicas, suponían que podría ser una trampa, o que tramábamos algo. Cosa totalmente falsa.

Accedimos a retirarnos. Cuando volteamos, otra vez se escuchó el click, click. Nos dimos la mano mi mamá y yo, y caminamos muy despacio sin mirar atrás, hasta salir del lugar. Luego que doblamos la esquina, corrimos sin parar hasta llegar a la casa. No había nada que hacer, solamente calmarnos y esperar. ¡Papá, dónde estás!

Abro los ojos… otro día más. Lo extraño se volvió habitual. El cumpleaños 19 había pasado con penas y glorias. Cada día transcurrido era agotador. Desayuno, la puerta está abierta, y mientras analizo la textura dorada de las tostadas, una sombra tapa la luz que entraba por la puerta.

Me exalté, mientras corría a la puerta me transformaba de la mujer adulta de 19 en la dulce niña de 5, con mi 1.70 de estatura lo abracé, le besé la calva. ¡ Don Quijote había llegado a rescatarme! ¡Papá, papito, llegaste!

- ¿Estás bien papacito?

- ¡Hola hija! Sí y estoy aquí contigo. Me hiciste mucha falta y ayer pensé mucho en ti. Habían retenes y soldados por todos lados y no pude salir de casa hasta ahora.

Estiró su mano y me entregó la flor de papo más linda que hubiera visto, la arrancó del jardín de la vecina. Era roja con sus estambres anaranjados.

- ¡Feliz cumpleaños 19 hija! Estoy orgulloso de ti!

Entonces fue cuando entendí el sueño. Definitivamente estuve allí, nadie me lo contó. Nunca olvidaré mi cumpleaños 19.

Texto agregado el 28-05-2009, y leído por 148 visitantes. (0 votos)


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