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El aeropuerto estaba repleto de gente. Como cada día, las aerolíneas atendían las largas filas frente al mostrador de servicio al pasajero. La rutina había convertido a sus empleados en autómatas, desprovistos de la sonrisa espontánea con que atendían al cliente cuando comenzaron años atrás. Pasajeros vienen, pasajeros van…puertas que se abren y se cierran…chequeos de documentos… que esta maleta está llena de romo…seguridaaaaad…runner, runner la carga de iberia…a todo el personal de rampa, tenemos una emergencia, las luces de la pista de aterrizaje están apagadas… hay que trabajar hora extra… atención por favor, American Airlines les anuncia la llegada de su vuelo 587 procedente de la ciudad de Nueva York… una hilera de deportados… pasajeros que abrazan para irse y por llegar…migración…aduanaaa.. Taxiiiii…Do you want rent a car?... Maleteroooooo….

El tumulto había pasado. El aeropuerto se veía despejado. Los empleados de limpieza realizaban su labor interminable; y sin proponérselo, el olor a carne frita se escapaba de las cafeterías de los lugares de espera.
Sentado a la derecha de la primera fila de asientos, frente al mostrador de American Airlines, Virgilio Del Monte esperaba impaciente.
Había llegado de Capotillo. Llevaba viviendo allí más de cuatro años y pensaba mudarse a las inmediaciones del aeropuerto. Hacia un tiempo que había conseguido un terreno donde construía una casita de madera, pero estaba sin trabajo. Habló en las líneas de carga, pero no había nada para un hombre sin preparación académica que apenas sabia escribir su nombre. Su única oportunidad –le habían dicho- era caer de maletero.
No lo pensó dos veces. Se aventuró a ir al aeropuerto en busca de un puesto de maletero. Le dijeron que ejerciendo ese oficio se le acabarían sus problemas; que a los maleteros les daban propinas en dólares, que rendían mucho; y creyó que siendo así, pronto terminaría su vivienda y podría ir a sacar a su mujer y sus tres hijos de casa de su hermana.
Llevaba más de siete horas de espera sin probar bocado. Apenas se tomó un café con los únicos diez pesos que tenia en los bolsillos. Cuando los gastó, pensó que talvez se tendría que volver caminando, pero confiaba que ese mismo día comenzaría a trabajar.

Al llegar bien temprano, lo primero que hizo fue irse a la administración del aeropuerto, y le hizo saber a la recepcionista y al guardia de la seguridad que él era un “compatriota”, que tenia hasta su carné, y que había cogido bastante lucha para llevar al poder al nuevo gobierno, y un trabajito como “maletero”, era lo menos que merecía.
La verdad era que muy joven, Virgilio Del Monte había sido un dirigente campesino en su pueblo natal, un campo de Moca; que ingresó a la política por casualidad, porque lo buscaron para ayudar a medir los terrenos que la reforma agraria repartiría entre las familias sin predios. En ese trajín consiguió un buen pedazo de tierra; pero cuando perdió “El doctor” la gente que asumió el gobierno determinó que aquellos asentamientos eran ilegales, y él lo perdió todo. Deambuló por todo el Cibao echando días en las fincas de los ricos, y cuando pudo, se puso a vender billetes y quiniela y se caso. La cosa no le fue muy bien, y terminó en la capital vendiendo plátanos en el mercado de Villa Consuelo. Los pleitos casi a diario lo hicieron buscar la forma de cambiar de vida; la última vez que peleó, le propinó tremenda paliza a un camionero de Barahona que quería engañarlo con un dinero; lo mandó al hospital con los intestino perforados y tuvo que vender la mejora que había comprado en “Los coquitos”, para no caer preso y salir fichado. Se fue a vivir al Capotillo con su mujer y sus hijos donde una hermana que había llegado a la capital antes que él.

Un carro se detuvo frente a la entrada principal del aeropuerto.
Los maleteros del paseo le fueron encima acordonando al recién llegado cual si fuera una estrella de Hollywood: era el señor Morales, jefe de los Maleteros. Su paso ágil, distaba mucho de los años que llevaba a cuesta. Se le veía haciendo ademanes acompasados, parsimoniosos, esforzándose por darse un aire de nobleza. En su cara larga por la pérdida del cabello, podía verse dibujado el rostro del cinismo y la falta de humanidad; un saludo entre los dientes, una sonrisa a flor de labios, escondía muy bien la verdadera personalidad del señor Morales, para quien no se halló mejor mote que, “El cuervo”.

Virgilio Del monte no era hombre de perder el tiempo, hasta ese día. Sacó el carné que había conseguido después del pacto que hizo su partido en el Palacio de los Deportes, y se precipitó hasta el señor Morales.
-Me mandaron de la “aiministraciòn”, pa` que ustè me resuelva con un trabajito de maletero; ya sabe, que la cosa no tà muy buena.
El señor Morales miró el carné, y miró la foto impresa del recién electo presidente
-Pero mire que bien quedo en la foto, usted debe ser por lo menos hermano gemelo del presidente, - bromeaba- venga mañana a mi oficina.

Era bien tarde cuando llegó a Capotillo. Los Maleteros le habían conseguido algún dinero para el pasaje, porque lo vieron sentado en su banqueta muriéndose del frío. Esa noche no pudo dormir. El hambre le había provocado fiebre y un fuerte dolor de cabeza. Es que ya no era un jovencito iba para los cuarenta, y si a algo no estaba acostumbrado era a pasar hambre. Lo bueno de todo era que mañana seguro que comenzaría a trabajar, -pensó.

No se pudo levantar temprano como quería. Llegó al aeropuerto pasado las diez de la mañana vestido con dos camisas lo que significaba que aún se sentía afiebrado. En sus ojos podía verse los remanentes de la mala noche.

Como pudo llegó a la oficina del señor Morales y la encontró cerrada. Dicen que está en una reunión –comentaban los que se encontraban en el pasillo. Al cabo de unas horas la puerta se abría, y una jovencita de algunos quince años salió de la oficina sin mirar a nadie. Todos se miraron a la cara, pero nadie dijo nada. En su sillón, el señor Morales se apoltronaba, y como de costumbre trataba de simular al hombre de incuestionable moralidad, incapaz de realizar un sólo acto reprochable.

- Entren que la secretaria no vino hoy. He tenido tanto trabajo, que hasta los asuntos de familia tengo que atenderlos aquí en mi oficina porque no tengo tiempo para nada; ahí esta el caso de mi ahijada, que mi comadre está enferma, la pobre y tuve que mandarle algo para su medicina; pero para eso es que estamos, para servirnos unos a otros. –dijo.

La verdad se supo más tarde. La jovencita no era más que una de las muchachitas con quienes el señor Morales acostumbraba hacer sus juegos sexuales; y eran “juegos” pues se sabia de su prolongada impotencia a causa de la diabetes, que lo hacían incapaz de una relación normal de pareja.

Virgilio se abalanzó hasta él de nuevo con su carne en la mano. Ustè me dijo que viniera hoy pà empezà a trabajar-dijo, un poco desorientado.
-Ah, si…no hay problemas… pero usted debe saber que este es un aeropuerto, y que para entrar se debe cumplir con una serie de requisitos previamente establecidos, por la administración que sin ellos no hay para nadie. Tráigame dos fotos dos por dos y un papel de buena conducta, y vamos a ver lo que se puede hacer. –concluyó.
Virgilio quedo atolondrado, jamás pensó que se volvería a Capotillo con las manos vacías; aún no sabia de donde su mujer sacó el dinero que le sirvió para el pasaje de ese día. Ahora tendría que empeñar el televisor para poder tirarse las fotos y sacar el papel de buena conducta en la policía.

Empeñó el abanico y la plancha; la mujer no dejó que le sacara el televisor de la casa. Pero ya tenía los cien pesos que necesitaba para lograr su objetivo.
No fue fácil. Duró casi todo el día, pero logró llevarse su papel de buena conducta y dos fotos de las cuatro que le habían sacado; también le habían sobrado veinticinco pesos, con ellos podría irse temprano al aeropuerto a llevar el documento.

Madrugó ese día para estar temprano, aun sabiendo que la mayoría de los empleados de la administración llegaba un poco tarde a su trabajo. Echó un sueñito en el banco de los maleteros algunos de los cuales ya conocía. Pasadas las ocho llegó la secretaria a la oficina y miró el gentío que se aglomeraba a la puerta, - Los que vinieron a ver al señor Morales sepan, que el señor Morales está de licencia y que no volverá hasta la semana que viene o quien sabe cuando. –dijo.
Virgilio Del Monte, sintió que el mundo se le venia encima. Tanto sacrificio y ahora esto. Pensó en su hija adolescente durmiendo apiñada a sus demás hermanos en una sola cama. Tantas veces que le había pedido que se mudaran, que ya no aguantaba vivir de esa manera. Su mujer era la más comprensiva porque lo conocía bien y sabía que hacia todo lo posible por salir a camino. Bueno, será para la próxima semana.-se consoló.

Contó los días uno a uno. Se las arregló limpiándole un solar a un Maletero amigo suyo.
Las manos se le reventaron, pero ahí estaba. Se había dado cuatro días más, para terminar su tarea de limpieza, y para que cuando llegara el señor Morales estuviera ejerciendo sus funciones de jefe plenipotenciario del departamento de maleteros del aeropuerto, con todas sus facultades físicas y mentales para otorgarle a él, Virgilio Del Monte, la ficha que lo acreditaría como “Maletero”.

El señor Morales revisó el papel de buena conducta, lo miró por delante y por detrás – y dónde está la carta del partido. Como usted debe saber, yo no puedo meter a nadie a trabajar en este departamento por mi propia cuenta, yo me debo al partido; así que váyase y tráigame una carta que diga que usted es de nuestra gente, porque por ahí andan unos diciendo que son lo que no son y usted ya sabe. Mire “secre” ponga eso en un fólder. –dijo, pasando el papel de buena conducta.
Virgilio quedó paralizado. Dónde diablos iba a conseguir una carta. Pensó en su cuñado, el marido de su hermana, él le ayudaría.

Cuando llegó el señor Morales, Virgilio lo estaba esperando en la puerta de su oficina. La carta se la consiguió el cuñado en un cuartel del Partido Rojo, a una cuadra de su casa, sólo tuvo que dar el número de cedula.

El señor Morales se acomodó en su trono cuando lo abordó Virgilio. Algunas personas habían llegado en ese momento.
“American Airlines les anuncia la llegada de su vuelo 401 procedente de San Juan de puerto Rico.” –se escuchó en los altavoces.
-Esta es la carta, bien...mire secretaria, ponga eso en el fólder del caballero acá. Así es que deben ser los hombres, miren a este señor –dirigiéndose a los presentes- ya casi completó su expediente para comenzar a trabajar en el departamento
Virgilio lo miró perplejo.
-Y qué es lo que falta ahora -preguntó inocente.
Muy sencillo- contestó el señor Morales-para completar el expediente salga ahora ahí afuera y tráigame “un chele de palmita”1.
Virgilio no dijo nada, solo lo miró de una manera indescriptible antes de irse.
Dos horas más tarde el departamento de socorro del aeropuerto recogía de la pista de aterrizaje, el cuerpo destrozado de un hombre que cayó del tren delantero del vuelo 402 con destino a puerto Rico, nadie supo nunca quien era, pero ese hombre posiblemente era Virgilio.

FIN

(1) Moneda dominicana de un centavo acuñado durante la época del dictador Rafael Leonidas Trujillo; tenia al frente la imagen de una mata de palma. Ya no circula.

De:www.utopiasverdes.blogspot.com

Texto agregado el 20-07-2009, y leído por 268 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-07-2009 que bien,...felicitaciones angelpo
20-07-2009 Es muy buena la historia, y está bien narrada. 5* papalotlyaguar
 
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