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Inicio / Cuenteros Locales / La_Columna / Protagonistas de la vida (ya, me quedó un pelín pomposo el título, pero es mi primera columna, ustedes disculpen, por Moebiux)

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niños con piel de hombre,
no asesinos con piel de justicieros,
romances en lugar de estrategias,
alas para las mentes, no rejas
(“¡Adelante la columna poética!”, Juan José Lizano)




Hay una novela que recomiendo a todo el mundo, y más en estos convulsos días: Alamut, del escritor esloveno Vladimir Bartol. Alamut (que significa Nido de Águila) trata sobre la secta creada hace mil años en Irán por Ibn Sabbah, la secta de las hashashins, unos tipos sanguinarios y fanáticos dominados por una mentalidad sectaria y el influjo del hachís (dicen que de ahí proviene la palabra española asesinos, de hashashins, lo que da una idea del carácter pelín belicosos de estos recios muchachotes).

El libro apareció en 1938, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, y, en su momento, fue interpretado como una crítica velada al nazismo, porque el grupo de Ibn Sabbah se caracterizaba por su totalitarismo, su fanatismo sanguinario y su cinismo (el cinismo es importante, es quizá lo que distingue el totalitarismo de los nazis de otros totalitarismos, ya que los nazis no creían en el ser humano, incluso no creían muchas veces en sus propios argumentos, que usaban como mera propaganda; de hecho, se dice que Hitler llegó en una ocasión a no creerse a sí mismo, y se pasó todo un día dando saltitos por los pasillos del Reichstag al tiempo que croaba como una auténtica rana aria).

La cuestión es que, bromas aparte, la lectura de la novela en estos convulsos comienzos del siglo XXI, cobra una renovada importancia a la luz de los fanatismos vinculados al Islam. Y no me deja de sorprender el curioso avatar de esta novela: la escribió un esloveno (aunque nacido en Italia, escribió en su lengua materna, el esloveno), trata sobre una secta persa de hace más de mil años, se la vio como una crítica al nazismo y, casi setenta años después, nos arroja luz sobre cómo puede funcionar la mentalidad de grupos como Al Qaeda. Es como si en nuestro mundo las cosas girasen realizando extraños –y, en este caso, macabros- tirabuzones. Ya saben, aquella manida frase de la historia se repite.

Pero, claro, que la historia se repita en este sentido, en que parezca que los humanos nos empeñamos en flagelarnos, en destruirnos, en usar nuestro potencial para crear monstruos, da pavor. Y, sobre todo, nos vuelve pesimistas. ¿Es nuestro destino, pues, ser el hombre lobo para el hombre, como dijera Hobbes en su Leviatán? (Nota: Hobbes, defensor de un rey autoritario, era un cobarde de tomo y lomo. Huía de su amada Inglaterra cada vez que intuía el menor atisbo de revolución. El problema es que para este hombre, que su gato se negara a tomar la leche matutina, le encrespaba los nervios y le hacía clamar que “ah, claro, ¿y cual será tu siguiente paso? ¿Invadir el parlamento con tus amigos los Gatos Anti Leche Matutina de Southampton?”, tras lo cual salía despavorido buscando refugio en Francia. Se cuenta que en otra ocasión volvió a huir tras quemarse la lengua con la sopa, pero falta documentación suficiente para poder afirmarlo. El experto Richard Cutter sostiene que no fue sopa, sino “un pudding excesivamente caliente” –véase Hobbes y el problema de la masa de pudding, Oxford University Press, 1925, pág. 36-).

Pues bien, si bien el pesimista, según algunos, es un optimista bien informado, hemos de evitar caer en el cinismo –que ya vimos es consustancial al nazismo- y dejarnos llevar por una visión negativa de la humanidad. El hombre no es un lobo para el hombre. O, mejor expresado, no tiene por qué serlo. Porque, constantemente, los seres humanos damos muestras de lo contrario.

El problema es que nos han educado para creer que sólo los grandes acontecimientos merecen ser tenidos en cuenta, y la historia que se nos enseña es una historia dominada por el hombre occidental poderoso. Los protagonistas de nuestro pasado son occidentales militares, reyes, obispos; nunca mujeres –sólo cuando pertenecen a estos estamentos- y, sobre todo, nunca personas normales y corrientes. Por lo visto, queridos, nosotros no somos historia.

Pero... ¿qué es sino la vida un suceder de acontecimientos cotidianos? ¿Cómo entender una guerra sin infinidad de seres vulgares como nosotros que entregan sus vidas? ¿Cómo explicar el poder de un gobernante sin sus gobernados? ¿Cómo entender el fanatismo, por poner un ejemplo cercano, del terrorismo de Al Qaeda sin acudir a las causas? Está claro que un terrorismo de ese tipo no puede surgir en una población complacida como la occidental del primer mundo. No veo a mis vecinos entregarse alegremente a la masacre dejando de pagar los plazos de su nuevo flamante Audi que se ha comprado el niño para la boda.

Y es aquí donde entramos nosotros, los cuenteros y cuenteras de esta página, así como todo aquel que escriba, aun siendo por afición, en cualquier lugar del mundo. El hecho de escribir –y de leer- desde lo cotidiano nos ha de servir para vacunarnos contra el odio. No somos malignos de por sí, nos hacemos, nos hacen. La tendencia natural del hombre es la de todo organismo vivo: crecer, desarrollarse, reproducirse. Así nuestra naturaleza nos empuja con firmeza a vivir; nuestra condición humana, a compartir; y nuestra afición, a contar, a explicar, a escuchar, a leer. Escribir pues, no es sólo un ejercicio onanista de autocontemplación de nuestro ego, es también la necesidad de vivir, de sobrevivir que nos brota para, desde el día a día, ayudarnos a entendernos. En algo coincido con Virginia Woolf –al margen de su afición a las mujeres-: en la creencia de que toda vida merece ser contada, si se sabe cómo. Que todos, en definitiva, tenemos cosas que decir. Ser conscientes de eso, es una vacuna –que no la única- contra la irracionalidad de los totalitarismos cínicos y destructivos, ser conscientes de que todo ser humano –y no sólo los líderes- somos portadores y protagonistas de eso que unos llaman historia, pero que bien podría llamarse vida.


Moebiux, 5 de junio de 2004


Texto agregado el 05-06-2004, y leído por 2012 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
21-12-2010 pork te disculpas al inicio? no entender...saludos vinchenzo1
24-01-2009 Buen artículo. Básicamente de acuerdo excepto en el concepto acerca de la naturaleza del hombre. Discrepo: somos seres muy complejos, tanto que sabemos poco acerca de nosotros mismos. Creo más bien que somos una combinación de tendencias, o más bien de “tensiones”, fuerzas opuestas, constructivas y destructivas. El hombre nace y también se hace, dejemos la lógica binaria. Continúo con mi propia reflexión... porque así tu los has provocado. marea-rioplatense
16-09-2008 El hombre es un lobo para e hombre.... lamenteablemente, esto está cada día más patente, aunque sí es cierto que no tiene por qué ser así. Primero somos borreguitos que nos dejamos influenciar y manipular para convertirnos en aunténticos lobos sanguinarios... En fin, eso de que somos el animal más inteligente está muy dudoso. Sólo se demuestra cuando se ven textos y obras tan satisfactorias y buenas como ésta, que arroja luz e información sobre nosotros. Estrelas y saludos nayru
05-06-2007 Interesante texto y que me ha desaznado bastante - asunto de los Asheshins - claro, fumado cualquiera hace desastres. Leete mis miedos en http://www.loscuentos.net/cuentos/link/243/243087/ y después me contás. Siempre atras de estos locos - todas las guerras de todos los tiempos, todos los lideres como Mussolini, Hitler, Bush, etc. - detras de todo esto siempre esta el dinero, el mercado, etc. Pero asi somos los humanos Saludos Senén senen
02-07-2005 Una vez casí me la leo al ver el nombre de mi tocayo. Aunque se más o menos de que se trata, y por eso la recomiendo, es una obra maestra. Es tu primera columna, pues es muy buena. Saludos -Odin-
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