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Por el angosto camino subía un vehículo de pasajeros acomodados apretadamente, un típico volante saltimbanqui de las accidentadas carreteras lunares de la sierra, uno de los muchos especímenes que un día cualquiera dejan los huesos en el abismo de un precipicio, o en un choque en transito por un motivo idéntico unas copas de mas.

Viajaban con el chulillo sobre los costales de abarrotes, una india curandera con sus hierbas y el brujo de la zona, que se hablaban en quechua como si secretearan, el sonar de la bocina despertó a los canes de las cercanías que ladraron y persiguieron el transporte durante un trecho, el claro matinal de los campos se mostraba en su mas bella forma, alegría que trina temprana, olor a frutas, la gamuza ruborosa de los melocotones, huertas llenas de vida y amor, y se oía el parloteo de los gorriones y los jilgueros saltarines, con sus casitas adosadas llenas de colores.

Y conforme el valle se angostaba iban apareciendo las numerosas ruinas de gentiles pegadas a las faldas de los cerros, ciudades Incaicas que misteriosamente en la edad precolombina o en la época de la conquista, los pueblos aborígenes abandonaron en masa, dejando ciudades muertas que hablan quien sabe de que tragedias, con sus voces de mudez, tan solas, tan en ruinas, que en sus ámbitos solo el eco responde, y cactus, cactus a lo largo de todo el sendero.

Y recorremos las punas escabrosas, peladas, vagando bajo este cielo limpio de diafanidades azulinas, en que las tempestades aparecen de repente, desparramando los nimbos, los cirrus tumefactos, los stratus desgarrados, bajo una atmosfera que amenaza diluvio, los nevados acuchillados por los vientos, llenando los oídos con el canto sonoro de los hontanares y de las cascadas, empapando los ojos en las traslucidas aguas de la fría laguna, saturando los pulmones con el quemante oxigeno y el ozono incisivo de las alturas.

El paisaje iba tomando una grandeza hosca, a la vista la gran cordillera de los andes, mostrando en sus estratificaciones porfiricas, dioriticas, cuarzicas de su vientre, su geología de millones de años, algunas vegetaciones raquíticas manchaban a brochazos las laderas y las orillas de las lagunas, que como copas del creador brindaban al cielo purísimo, irisando colores infinitos, lilas, turquezas,esmeraldas, añiles, en sus orillas bogaban aves mordaces, con sus carcajadas sardónicas que se escuchaban extrañas en este silencio vacio, burlándose de los hondazos de los pastores errantes.

De vez en vez, llamas de bellos ojos redondos, de parpados adormilados, sombreados por el peine de sus pestañas, escupiendo con indiferente desprecio, casitas techadas de ichu (pasto de la puna) en donde viven nuestros hermanos en la miseria, guardando la champa seca como combustible, arriba enlutados cóndores de planeos mayestáticos, el blanquinegro de algunas bellísimas huachuas huyendo de la nevada que ya comienza incierta.

En esta soledad, bajo la luna que unas nubes cubrían por momentos se oyó un canto suave.

Las calles están desiertas
Las brumas corren perdidas
Las aves están dormidas
Y las estrellas despiertas
Y las estrellas despiertas.

Uno concluye por amar a esta bendita tierra Peruana en esta travesía de belleza imponente.

Texto agregado el 26-01-2010, y leído por 161 visitantes. (1 voto)


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