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El grupo de hombres estaban refugiados en someras trincheras, en la cima de una pequeña colina, que sobresalía, sobre un terreno libre de toda vegetación. Sin árboles, ni tan siquiera un pobre matorral. Solo rocas de gran tamaño y terreno yermo, hasta donde alcanzaba la vista.

Entre las rocas dispersas se encontraba el enemigo, en numero considerable. Casi rodeándoles. No se les veía. Sabían como pasar desapercibidos, pues era su tierra y estaban acostumbrados a convivir con ella.

Habían llegado a la colina, hacía dos días. Fue una orden sin sentido, dada por alguien de la jefatura del batallón. La citada colina no tenia ninguna población en muchos kilómetros a la redonda, no dominaba ninguna carretera ni tan siquiera un camino de cabras. Estaba en medio de la nada.

Fue la clásica orden dada, para justificar ante los mandos de la División, que se producían acciones.

Se dio el mando, a un teniente recién salido de la academia militar. Con el perfil idóneo. Fanático de la disciplina, no muy inteligente, arrogante. Perfectamente prescindible.

Su obsesión era emular a su padre, condecorado en una guerra anterior. Ser un héroe. Desde bien pequeño, había estado rodeado de armas. Era campeón en su estado de tiro al plato. Afición esta, que le motivaba hasta la exageración.

-¡Mi teniente, no podemos aguantar mas, hay demasiada fuerza enemiga!

-¿Tiene miedo sargento?. Podemos aguantar y aguantaremos, lo que haga falta.

-Pero mi teniente, es una posición sin ningún valor estratégico. No sé que hacemos aquí. Ya han muerto cuatro hombres. Deberíamos abandonar la colina.

-¡Pero que está diciendo, aquí nadie abandona!. Vaya con cuidado con lo que dice, pues cuando volvamos daré parte de usted, por insubordinación y por cobardía ante el enemigo.

Toda esta conversación la realizaban, tendidos en el suelo de la trinchera, pues cualquier distracción que descubriera una parte del cuerpo, las balas acudían con premura y puntería.

-¡Atención todos, -dice el teniente- Está oscureciendo, cuando se haga de noche, los que estén libres de guardia, se pondrán a dormir para estar descansados. Mañana cuando amanezca, nos lanzaremos al ataque y destruiremos al enemigo. ¡Nuestra patria nos contempla!.

-¡Señor, sí, señor!.
El sargento estupefacto, mira fijamente al teniente “será estúpido, nos van a matar a todos”.

De pronto la cara del sargento se ilumina, una tenue sonrisa, apenas perceptible.

-¡¡PLATO!!
El teniente de un salto se pone en pie.
-¡Dónde, dond...!
Los tiros de los enemigos, salen de todas partes. El teniente cae hecho un guiñapo al suelo.
-Sargento ¿qué ha pasado?- dicen los hombres, arremolinándose, agachados alrededor del sargento.
-Pues estaba revisando la mochila y he visto que mi plato se había roto y era mi favorito y por eso he gritado “Plato”. A su vez el teniente se ha levantado, habría visto una serpiente y ya veis, lo han frito.
-¿Y ahora que hacemos?
-Irnos. Primero nos comeremos todo lo que tengamos y nos beberemos toda el agua. Cuando se haga de noche, nos iremos por la única zona que no domina el enemigo. En dos días llegaremos a la base. Nos verán llegar destrozados, hambrientos, sedientos, llenos de polvo; vamos, hechos unos cristos. De eso se trata.
-Antes que nada, -dice el sargento-tengo que deciros algo de suma importancia. Lo que ha ocurrido de verdad, en esta estúpida colina.
-El teniente en un rasgo de valentía, con cuatro hombres; los cuatro compañeros que han muerto, salió de avanzadilla para capturar algún enemigo. Pudimos ver, que cuando estaban a unos 100 metros, salían varios enemigos disparando contra ellos. Los cinco se defendieron con gran valentía, hasta que los abatieron a todos. A media noche el teniente moribundo, llego hasta las trincheras, para darme su ultima orden. Que nos fuéramos enseguida y que diéramos parte de lo ocurrido. Después murió.

-Esa es la verdadera historia. Al teniente le darán una medalla y el héroe de su padre será feliz. Y a nuestros compañeros, por lo menos su muerte servirá para algo. Seguro que les dan una pensión a sus familias por sus heroicas muertes. Y nosotros viviremos. Esa es la única verdad. ¿Estáis de acuerdo?.
-¡Señor, sí, señor!
-Pues eso, vamos.

Seguro, que alguna historia similar a esta, ha ocurrido en realidad en cualquiera de las malditas guerras, que ha padecido la humanidad. Seguro.

Texto agregado el 23-02-2010, y leído por 273 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
02-04-2010 Je, se lo tenía merecido el teniente ese...Yo los conozco muy bien a los oficiales, que me lo digan a mi...Escribes con sultura y el relato se hace ameno. VALE. churruka
06-03-2010 Querido amigo: con gran maestría e ironía has plasmado aquí el absurdo de las guerras, donde nunca ha ganadores, todos pierden, aunque no lo sepan. Me recordó a una película 'La colina de la hamburguesa'. ***** walas
02-03-2010 es un buen relato que te deja reflexionar. ***** fabiandemaza
26-02-2010 Dios nos libre de los milicos que apuestan a la guerra. Muchos de ellos llevaron a mi país bajo lemas de patriotismo barato a morir a varios jóvenes en las Islas Malvinas. Muy buen texto que demuestra lo absurdo de cualquier guerra. Felicitaciones amigo. petzenko
24-02-2010 Pues si que son malditas todas ellas. Me ha gustado tu cuento por lo crítico del mismo, porque con ironía abordas lo absurdo de las guerras y el tan fingido honor y valor, que anteponen a cualquier cosa, incluido el sentido común. Incluso emular al padre sin convicciones propias o vivir de puertas para afuera con las medallas y condecoraciones, aunque luego no se viva para enseñarlas a los demás. Un texto aleccionador, te felicito. Claraluz
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