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PARALELO 29
(Latitud 29º 56’ 56” S. Longitud 71º 20’ 52” W)

Corre un viento suave, como ideal para una navegación tranquila. El parte meteorológico advierte que en la noche habrá algo de marejada, pero a la vez pronostica calma durante la madrugada. Me subo el cuello del cortaviento; la brisa, que barre el muelle, se hace a ratos más intensa y naturalmente me hace sentir algo de frío. En la marina los yates y lanchas se mecen lentamente con ese ir y venir del mar que entra y sale acompasadamente. Es un movimiento que me encanta porque me da la sensación de que baila al compás de una música excepcional.
No necesito chequear el contenido del yate, todo está listo. El programa contempla un fin de semana navegando, inicialmente en dirección norte para alcanzar la Isla y el domingo – de regreso – dirección sur. Serán tal vez 5 ó 6 horas de ida y unas 3 ó 4 horas para el regreso. Mientras espero, me digo que el rumbo no es mi problema. Sólo soy tripulante y en estos momentos me preocupa tu llegada porque a último minuto has tenido una emergencia que modificó los planes iniciales..., pero qué importa... tendremos casi 3 días para estar juntos. Creo que nunca me atreví a soñar algo así: navegar contigo bajo la Cruz del Sur.
En algunas horas más el sol caerá anaranjado en el horizonte hasta reflejarse en los ventanales de los edificios que dan a la playa, pero para cuando eso ocurra nosotros estaremos en mar abierto, con las velas desplegadas y posiblemente sentados a popa disfrutando de la mutua compañía. Con seguridad cruzaremos la estela de alguna goleta pesquera, que nos saludará desde lejos.

Vuelvo la mirada hacia la cubierta del yate. El encargado de las embarcaciones tuvo que mover todo lo que yo traía en el auto. Para zarpar sólo falta que llegue el capitán y dé la orden de soltar amarras... Se me escapa una carcajada.... entre todas las cosas que el pobre hombre llevó a bordo iba una botella de champaña... Siempre he soñado con descorchar una a medianoche y beber sus burbujas bajo la luz de la luna. Tengo la seguridad casi absoluta que su sabor no será igual al de otras..., será especial, diferente, único!
Mi corazón se acelera cuando llegas: traes prisa y deseas tanto como yo esta escapada náutica. Nos abrazamos mientras la brisa del muelle juega alrededor nuestro; el encargado nos mira cómplice, no sé lo que piensa e inocentemente espero que suponga que sólo somos unos fanáticos del mar...
Te instalas tras el timón y echas a andar el motor auxiliar. Con su propulsión sacas el yate desde su atracadero, y la marina comienza a quedar atrás casi unida a la playa. Aún dentro de la rada indicas subir velas y ambos trabajamos en la maniobra. Entonces veo como la grímpola se trastorna con el viento y gira locamente hasta que saciada de su erótico coqueteo, marca un claro suroeste de su enamorado susurrante.
Como capitán eres un “negrero”: no he tenido ni un minuto para nada que no fueran las maniobras de zarpe, pero es tan mágica la tarde que sin quejarme, bajo a la cabina en busca de un café. Creo que te vendrá bien y subo con dos tazones humeantes y unas galletas; te miro y te sonrío y tras el timón me devuelves la sonrisa. El viento despeina tu cabello..., me gusta como lo hace, te ha borrado hasta la última señal de formalidad, esa que entregas a diario en tus actividades. Ahora pareces un chiquillo que juega feliz con su bote. Has marcado el rumbo y me comentas que si no hay cambios tal vez nos tome 5 ó 6 horas arribar a la isla.
Mientras tomamos el café te voy describiendo la isla y te cuento de los delfines que la han transformado en una verdadera atracción turística, pero que fundamentalmente la han hecho su hogar. Son felices allí y, claro, cómo no serlo sí están protegidos, nada ensucia esas arenas blancas ni nadie quiebra la música del mar rompiendo en los roquerios del lado sur. Es un lugar idílico; sí bien es cierto que no hay vegetación ni agua, es paradisiaco para los delfines y para los navegantes que llegan cada tanto hasta allí; no son muchos porque obligadamente hay que obtener permiso para fondear en la playa.
Comienza a anochecer, a popa continuamos conversando. Me cuentas de aquella vez que tuviste que refugiarte en una cala por mal tiempo...., y la primera estrella del atardecer se hace presente en el cielo, la llaman el Lucero. Entonces te pregunto si en Europa también se ve, pero no alcanzo a escuchar tu respuesta: una goleta pesquera alegremente nos saluda al pasar rumbo al sur. El sol ha decidido bañarse en el horizonte y para ello pinta todas las nubes de rojo intenso, luego de un naranja violento. Yo lo miro fijamente..., casi no queda nada de él en el horizonte y espero... necesito encontrar allí ese rayo verde que una vez me regalaste...
El sol se ha puesto, la costa se oscurece y a lo lejos vemos luces titilando, es la ciudad que se apresta a vivir horas distintas a las nuestras. El destello matemáticamente acompasado del faro nos indica nuestra posición. Tras una hora de zarpe me parece oportuno preparar algo de merienda; te ríes y aseguras tener tanto hambre como un tiburón... Ni los menciones, te digo y agrego que me asustan. Con tu brazo rodeas mis hombros y consuelas tiernamente ese temor casi infantil y me olvido de la merienda, de los cetáceos y de todo, sólo quiero estar así el mayor tiempo posible de este fin de semana: acurrucada junto a ti.

El pronóstico del tiempo ha sido acertado: las olas han disminuido en tamaño, la navegación se hace más grata, el viento nos cae a la cuadra, está rolando, pronto habrá norte y te obligará a ceñir mar afuera, para finalmente caer hacia la isla, que sólo dista un par de millas del continente. Calculo que para entonces todas las estrellas estarán en el cielo y recuerdo que no las ubico, que confundo la Osa mayor y que me conformo con mirarlas largamente sin importar que tengan un nombre y una ubicación especial en la bóveda celestial. Esas estrellas serán nuestro techo, y me digo que en el pasado los navegantes se guiaban por ellas, lo que me parece casi increíble; nosotros vamos costeando – como dicen los pescadores - y los accidentes naturales van indicándonos a qué altura estamos.
Es casi medianoche, voy a la cabina y regreso con dos copas y la botella. Te ríes de mí y la tomas entre tus manos, y con una facilidad que me asombra, la descorchas. Algo de su contenido moja la cubierta, y digo que son casi gotas alegres, las mismas que luego del brindis recorren mi garganta y dejan húmedos mis labios para que tú los saborees con los tuyos, en un beso que bien podría ocasionar una trasluchada.
Es un momento mágico. Bajo la Cruz del Sur brindamos por la suerte, la alegría de estar juntos, y siento que el viento besa mi cara como queriendo despertarme...
Abro los ojos buscando los tuyos, extiendo mis manos para tocarte y así borrar esa rara sensación de irrealidad que comienza a embargarme y a agobiarme...
Mis brazos se abrazan al vacío más espantoso y dos lágrimas se escapan de mis ojos semientornados y se escurren por mis mejillas hasta hundirse lentamente para finalmente naufragar... sobre mi almohada.



Texto agregado el 11-04-2010, y leído por 210 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-04-2010 muy bueno tus escritos me trasportan al paisaje que describes y eso me gusta Rocxy
12-04-2010 AHHHHHHHHHHHHH TERRIBLE.Bien escrito malaya
 
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