Debía llegar a tiempo. Corría lo más rápido que podía, salté bancas, muros y crucé semáforos en rojo esquivando las bocinas y los gritos. Estaba más que concentrado en sólo un propósito. Choqué mucha gente y pedí disculpas al aire. Las zancadas me quitaban el aliento y me faltaban aún cuadras por cursar. Mi desesperación se volvió mi peor enemigo al momento de llegar a aquel lugar y no encontrarte. Miraba a todos lados, te buscaba en la multitud, temblaba y jadeaba al mismo tiempo, no podía fallarte, el reloj marcaba la hora exacta y puntual, no había cometido ningún error. Hasta que el móvil sonó: "voy un poco atrasada, llegó en 5 minutos".