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Inicio / Cuenteros Locales / Jonh / Kirslor - Cap. 07 - Negro

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Tanto Milagros como Solfhon lo reconocieron con sólo verlo y sin embargo sentían algo diferente, como si algo hubiese cambiado en él, no solo por su mirada más calma e intimidantemente serena o por esa sonrisa que escondía cierto cansancio sino que parecía como si el mismo olor que lo envolvía indicara una tranquilidad producto de una intranquilidad constante, una aparente falta de temor frente a un temor constante.
Y su cuerpo evidenciaba ello, no solo por el hecho de que sus brazos se notaban mejor moldeados producto de un uso constante, sino por las ligeras cicatrices y algunas quemaduras que más parecían producto de trabajos forzados y rústicos, en vez de habérselos hecho en alguna pelea.

- Ya andaba bien cansado de tanto viajar ¿Hay algún lugar donde pueda descansar por aquí?
- Ah… sí, hay una posada aquí…
- Gracias Milagros, por cierto… ¿Sabes cuanto ha pasado desde que nos separamos?
- Un poco más de un año…
- Vaya, no lo sentí como tal, aunque los días si que eran largos.
- Alberto…
- ¿Mmm?


Dos bolsas llenas de agua, dentro de mi tórax, se suponían que debían obtener oxigeno del aire. Me hundía en el mar… estúpido… estúpido final.

Aire… ¡Aire! ¡AIRE! ¡¡AIRE!!

Sentí el suelo bajo mi espalda meciéndose presa de un fuerte oleaje y el cielo de una noche negra cargada de nubes grises derramaba una torrencial lluvia sobre mí, a penas podía abrir los ojos. Girando un poco la cabeza pude ver varios ótlanas rodeándome, un par de ellos se acercó a mí y me ayudaron a levantarme, casi ni sentía las extremidades.
Ya puesto de pie, aunque tambaleándome, comencé a escuchar sus voces; se oían opacadas al igual que lo que veía. Un zumbido recorría mi cerebro, el cual aun no podía concentrarse en idea alguna sólo mi estomago me indicaba una gran urgencia de vomitar; en el momento en que iba a rendirme a tal urgencia, una serie de gritos llegó hasta mis oídos, no entendía porque; hasta que un rayo de luz de un centro blanco y contornos rojos me pasó casi rozando por encima del hombro derecho.
Tal rayo abrió un hueco en la cubierta de la nave y pude sentir bajo mis pies como esta se iba hundiendo lentamente; volteé sin lentamente con el corazón acelerado del terror; nuevamente estaba con todas mis funciones mentales, debido al miedo; ese miedo que me destrozaba ante una sola idea…
Mientras giraba pude ver como varios ótlanas eran atravesados de lleno por el rayo a través del pecho, muchos seguían corriendo unos instantes antes de caer muertos, otro lo recibían en alguna extremidad que, muchas veces, también los hacía caer solo que un poco más lejos o más cerca si es que le daba en las piernas; no tuve tiempo de siquiera sentir asco, las ganas de vomitar se me habían atorado en la garganta justo debajo del corazón que retumbaba con fuerza y pánico.
Al final pude verlas, eran tres enormes naves triangulares de un intenso color metálico que estaban suspendidas en el aire, en cada una de las vértices que apuntaban al barco había una semiesfera con tres grandes huecos que formaban tres vértices equiláteras alrededor de un agujero que duplicaba en diámetro a los primeros.

Sentía que el miedo nuevamente iba consumirme, más el repentino dolor de mi ojo derecho me apartó de tal estado, en un primer momento pensé que me habían dado, aunque no había visto nada, pero luego noté que más que no sentir el ojo era que parecía que este se hubiese agrandado y estuviese por explotar o salir de su órbita, finalmente el dolor también hizo caer a mis ya debilitadas piernas sobre el madero inclinado; sujetando mi ojo con ambas manos y con un sudor frío escurriendo desde mi frente, traté de alzar la mirada mientras me arrastraba, casi trepando, hasta la proa, tratando de arañar la madera.
Todo se había hundido tras de mi, estaba yo en ese pequeño pedazo de madera. Al, finalmente, poder alzar la mirada solo logré ver como un rayo se dirigía hacia mí cegándome en el proceso; fue lo ultimo que supe de lo que pasó ese día.

Desperté flotando en un tablón azul, con el sol directamente sobre mi cabeza, ahumándome lentamente. No sabía si había pasado, uno, dos, tres o veinte días, presumí que eran pocos por que seguía vivo aunque extrañamente no sentía ni un poco de hambre, solo sed, mucha sed.; tenía la vista cansada, por lo que vi muy borrosa la tierra que se extendía ante mi. Volví a cerrar los ojos, seguí consiente mientras las olas me arrastraban taciturnamente, yo solo las oía y las dejaba moverme; hasta que una gran ola me saco del mar y del tablón, volé un par de metros y caí sobre la arena, no me di cuenta de lo sucedido hasta estrellarme.
Sentí la arena húmeda sobre mi rostro, abrí los ojos y me levanté un poco; pasé varios segundos mirando la arena, era marrón, algo oscura y cobriza, pero marrón, me limpié la mejilla con la diestra y miré la arena en mi manó, también marrón…
Me pregunté si aun estaba en Kirslor y entonces me invadió un miedo frío y angustiante ante mi segunda pregunta de día: ¿Y Milagros? Levanté la mirada violentamente, quizá buscándola, pero encontré un frondoso bosque de troncos negros y hojas verdes; eso sí, eran igual de retorcidos e inclinados como los que había visto antes. Me sentí algo aliviado pero la angustia persistía… ¿Y Milagros?
Recorrí la costa durante horas, buscando algun rastro de civilización, buscando alguna entrada despejada en aquel espeso bosque, buscando algún objeto útil, buscando algo de agua bebible, buscando a… ¿Milagros…? ¿De nuevo?
No tuve éxito en ninguna búsqueda, me detuve cuando el sol comenzaba a ponerse y me acerqué a los árboles buscando algo donde apoyarme; pero el solo rozar la mano ligeramente en aquel tronco casi me abre un par de herida; quedé intrigado, sus hojas estaban dentadas en el borde y se veían duras y secas. Todo el árbol era una masa de aspereza.
Al final terminé tendido cerca al árbol y aunque hacía frío terminé por dormirme sin mucho entusiasmo.

Milagros… Fue paulatino, como un retumbar que se iba haciendo más fuerte; pero estábamos lejos, aun estando en la misma aula, estábamos lejos y así yo no podía mostrarme ni podía tratar de descubrirla; nos separaba algo que propicie una unión…

Desperté bruscamente, había, primeramente, una fuerte luz que me deslumbraba la vista y también sentía un frío en la sangre, frío que ya conocía perfectamente… Cuando finalmente mi vista se acostumbro a la luz pude reconocer unas figuras triangulares y otras redondas, eran sus naves. Me metí por entre los árboles casi gateando violentamente y me adentré en el bosque. Choqué contra los árboles, raspándome los brazos y las manos, me detuve un árbol algo alto, lo trepé, aunque mis palmas se abrieron en profundas llagas.
Sobre la copa de un árbol, miraba. Una de sus naves descendía y me hice la idea de que desembarcaban para buscarme; sentía el terror ganando terreno lentamente… El corazón comenzaba a acelerárseme y aquel odio trataba de guiarme… me sentía desvanecer…

Milagros… tu rostro aterrado… tus lágrimas… la sangre verde… tus lágrimas… las viseras sobre campo… tus lágrimas… mi mirada abestializada… tus lágrimas… tus lágrimas… tus lágrimas… Y tu rostro cayendo, inconsciente, aterrado… triste.

Hay un precio por acercarte a alguien, algo ineludible: Siempre encontraras que ese alguien puede presentarse en una forma aberrante a la que veías o la que imaginabas. Pero aunque eso sea cierto, aunque sea ineludible; yo no quiero volver a ver esa expresión de miedo en su rostro, no quiero verla llorar de terror…

…El corazón se calma, suspiro profundamente y los espero, esta vez sin temblor alguno.

El camino era tan estrecho que los cuatro grises iban en fila, uno tras otro. Seguían el rastro de sangre dejado en los árboles por mis raspaduras. Llegaron a un árbol donde las manchas de sangre subían hasta la copa, se prepararon para disparar a la copa, yo ya estaba cayendo mientras desenvainaba mi sable. Uno de ellos me miro fijamente, de frente, y luego pasó a mirar al cielo, a los árboles y al suelo mientras la mitad superior de su cabeza caía graciosamente y el resto de su cuerpo parecía no entender bien su estado antes de colapsarse.
Los rayos rojos me rozaban mientras no dejaba de correr por entre los ásperos árboles hasta que finalmente me perdí de su vista. Dispararon al azar por entre los árboles tratando de acertarme, luego de un tiempo dejaron de disparar, sin separarse, esperando alguna reacción durante un largo y silencioso tiempo.
Bruscamente, la cabeza del último de la fila de los grises fue a parar a la copa de uno de los árboles, gracias a mi sable, mientras salpicaba con una estela verde en su recorrido; su cuerpo cayó pesadamente, como si se tratase de un muñeco con un fuerte gorgoteo en el cuello abierto. Los otros grises levantaban sus armas y yo, saltando el cadáver, había alcanzado al siguiente gris, su torso quedó abierto en diagonal y lo pateé hacia los árboles para librar el camino cuando aun agonizaba, oí el sonido del disparo de una de sus armas, el rayo pasó casi rozándome la mejilla izquierda, pude, incluso, sentir cierto calor. El gris pareció querer retroceder cuando le di alcance, me apuntó con su arma y yo atiné a cortarle el brazo con el cual la sostenía.
Sus ojos fríos me dirigieron la mirada, como recopilando datos de los sucedido y echó a correr por entre los árboles. Le seguí por largo tiempo, cada vez acercándome mas a él, ya a un par de metros de él pude ver un claro más adelante; llegó primero él, luego mi sable le alcanzó las piernas mientras me estiraba lo más que podía. Su cuerpo salió volando y sus miembros se quedaron en el camino; rodó violentamente sobre el pasto verde hasta quedar en medio del claro, mirando al cielo oscuro directamente. Me acerqué presuroso y trató de lanzar un golpe con su único brazo, el cual le fue seccionado por mi arma.
Respiraba agitadamente mientras veía el rostro del gris, quien, impávido, me devolvía la mirada, fría aunque con cierto destello vago de incertidumbre. Tenía dificultad para contener mis ansias por matarlo, pero sería casi imposible tener una oportunidad así nuevamente, mi pulso me temblaba y apretaba tanto los diente que rechinaban; finalmente, fue el gris quien rompió el silencio, con una áspera, artificial e insensible voz.
- ¿Por qué no me matas? – me dijo dirigiendo su mirada hacía mí.
- …
- ¿Necesitas algo de mí?
- … Sí, quiero saber que son, que hacen acá y porqué les temo tanto.
- …
- ¿Y bien?
- Solo puedo responderte lo primero. Lo segundo es información vital en esta guerra…
- ¿Y la tercera?
- …La computadora principal recién comenzó a recopilar datos tuyos desde que te encontramos en este planeta, no sabemos nada de ti antes de venir aquí. Contestaré lo primero y me matarás.
- ¿Por…?
- Un cuerpo así es inútil para la misión, según los resultados de la computadora, mi muerte es lo más recomendable para mí y la misión, así que me mataras.
- De acuerdo…

Día tras día vivimos, día tras día existimos; van pasando las eras y seguimos buscando aquello que nos haga pensar en la muerte y nos haga temer. Así como el más insignificante de los microorganismos; aferrándose a la vida en todo momento y buscando prolongarla incluso más allá.
Los registros nos dicen que habíamos llevado una existencia similar a la de este planeta y la tuya. Teníamos lo que llamaban “sociedad”, también lo que llamaban “emociones” pero eso y otras cosas las dejamos apartadas por la funcionalidad de nuestra búsqueda.
Cada uno de nosotros, incluyendo generales, posee una serie de implantes en el cerebro que le permite a la computadora central de la nave tomar el control de nosotros, recopilar datos, darnos instrucciones y potenciar la actividad cerebral; lo que más deseamos es librarnos de eso y poder movernos por cuenta propia, pero sin ello casi ni seríamos capaces de dar tan solo un paso con algun grado de seguridad. Pero “eso” es lo que nos falta, es de lo que hemos olvidado hasta el nombre…
En nuestro planeta natal logramos construir un mundo estable a base de elementos tecnológicos; aunque habíamos consumido toda la naturaleza de nuestro mundo, incluyendo seres vivos, encontramos la forma de producir los elementos básicos para nuestra subsistencia, así nos volvimos totalmente autosuficientes.
Poco a poco la gente fue olvidándose de cambiar las cosas, de revivir la naturaleza, de buscar nuevos mundos; ese mundo les resultaba acogedor y así fue como lentamente fue sucediendo, comenzó con las capacidades creativas de las personas, al principio parecía ser consecuencia directa de nuestra forma de vida; sin nuevas invenciones, sin nuevo entretenimiento, sin nuevas ideas; y posteriormente comenzó a afectar las mismas capacidades racionales y hasta motrices de las personas; la gente que andaba en las calles no sabían a donde iban, solo iban; todo establecimiento comenzó a ser deshabitado, los que aun mantenían cierto grado relevante de “eso” ya se hallaban viejos, muy viejos, sin fuerza y sin ganas, nunca tuvieron ganas… Pero de entre todos los que habían nacido había uno que parecía no haber sido afectado por lo que le pasara al planeta, era alguien que aun no tenía esta mirada… era un perfecto contingente.
Él fue el que desarrolló este plan y gran parte de las herramientas de las que nos servimos; las naves, los implantes cerebrales, nuestras armas, la computadora… Un objeto con una inteligencia artificial capaz de controlar cientos de millones de sujetos, calculando cantidades infinitesimales de variables a cada instante y especialmente adaptable a una multitud de situaciones.
Cincuenta computadoras fueron lanzadas en cincuenta naves principales, cada nave cargaba el código genético de nuestra especie y millares de piezas y planos, cada nave se desarrolló por su cuenta y cada una se fue rumbo a diferentes puntos del universo, no sabemos nada de las otras cuarenta y nueve naves… todo para buscar “eso”, cuyo nombre fue borrado intencionalmente de cada computadora.

- … Él lo hizo para salvar a su especie, para alejarnos de él y… para desahogarse. No hay explicación para esto último… Esa es toda la inform…
La sangre verde salió disparada, con fuerza mientras su cabeza quedaba separada de su cuerpo; había bajado el sable sin pensarlo mucho, mi cuerpo temblaba nuevamente, todo aquel tiempo había escuchado su relato mientras él miraba al vacío, había una extraña sensación en mí, era un hormigueo detestable, caí de rodillas, viendo el cadáver y seguí con aquella extraña sensación, no entendía por qué pero, por algun desconocido motivo… me sentía culpable.

Texto agregado el 28-06-2010, y leído por 108 visitantes. (0 votos)


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