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Para finales de 1912; mi tío Hernán (que en verdad era mi tío-bisabuelo), se encontraba en la Fortaleza del Coyotepe; defendiendo su posición a la par del General Benjamín Zeledón, ante el ejército del gobierno conservador, apoyado por el imperio del norte. Tengo entendido que él era uno de sus asesores políticos, hombre de confianza y secretario del General.

Noventa y nueve años después encuentro entre un libro viejo titulado Nuevo Mundo, algunas notas de mi tío, casi 100 años después de haber sido ideadas y cerca de 21 años después que un flamante oficial español de la ONUCA; tuvo el descaro de decirme que quería tomarse una foto conmigo después de mi desarme ante ellos.

La sangre es la sangre, algunos pensaran que es parte de la herencia paterna/materna que nos llegan ciertos genes; pero conociendo parte de la historia de mi familia; se que los genes de mis lejos antepasados han venido viajando en el tiempo; por supuesto transmitida por nuestros padres.

Mi tío Hernán como otros cienes de patriotas se encaramó un fusil para combatir al imperio del norte y al gobierno de tontos útiles y yo me encarame el temor en mi fusil y emprendí mi lucha contra el expansionismo del imperio blanco y piel morena unos 72 años después de la muerte del General Zeledón.

Unas de esas notas que he encontrado se titulan: Paisaje Blanco y Los Chaquetas Azules, las cuales quiero compartir en este lugar que he pensado que es el mejor en este preciso momento. La experiencia que viví durante casi 7 años nunca la olvidare de la misma manera que no podre olvidar todos los dolores y horrores que produce un gobierno a su pueblo y que nos impulsan en una guerra fratricida.

Si algunos de ustedes comprendieran lo doloroso que escribir los recuerdos, mas les dolería recordarlos a través de otros escritos; y más si son de mi familia que ha sufrido esos momento ha como yo los viví.

Espero sepan entender mi dolor. Y por lo vivido en mi país en estos momentos que he regresado de mi exilio voluntario para continuar la lucha que deje junto a mis hermanos hace ya 21 años.


Paisaje Blanco

Rompe la febril excitación de los días de guerra, con una unción de paz, la encantadora placidez de estas noches lunares. Hay en el puro ambiente que lame las cimas del Coyotepe una poesía tan eglógica, tan divinamente sentimental, que toda nuestra sed de sangre, la mutualidad con el enemigo, el odioso sistema de represalias, huyen como a un conjuro cuando bañan nuestra alma los aires nocturnos que sólo aquí se sienten y la plateada luz de la luna, que es un encanto.
De un lado, del lugar de donde viene la brisa, se ven las campiñas agostadas y los montículos en donde vivaquea el ejército que nos sitia. Resplandecen las hogueras y hay una tregua involuntaria que hace no disparar sobre los bultos que se mueve.
Al Sur, en la explanada sembrada de casas y que forma la ciudad, la luna hace brillar las paredes encaladas, marca sombras en los jardines y en cada cuadro de la manzana pone una nota pintoresca, llena de mansedumbre y de indefinible belleza. Y sobre los tejados y por entre los árboles, superando en blancura y en elevación, el Ángel de la Capilla Parroquial se riela a los rayos pálidos y se divisa a pesar de los dos mil metros que nos separan, con sus detalles aumentados por mi fantasía; las alas en inmovilidad de pausado vuelo y el brazo extendido con la actitud del humilde Rabí que decía, visitando pueblos y apaciguando hermanos: “La paz sea con vosotros”.
Olvido el momento, el deber que me hace acariciar el frío máuser y estar en vela, recorriendo la línea....... Me abstraigo en la contemplación generadora de una nostalgia extraña; no reparo en los compañeros que, amontonados y en descuido, duermen unos sobre otros; ni pienso en los hermanos de más allá que nos asechan y disparan sobre nosotros.
El paisaje blanco sigue esplendido en su sencillez, en su encanto. La luna –artífice del cuadro– ya alumbra verticalmente las casas, los jardines y las trincheras de Masaya y presta mayor poder al Ángel Blanco de la Parroquia.
A un pueblo cercano, Nindirí lo contemplo sumido en el mismo lácteo ensueño. La paz, una paz que desciende desde el cielo, cobija las casas y las almas. Y hasta los rieles del trayecto que se juntan en el confín, brillan como dos cintas plateadas y echan de menos el correr de los trenes.
En La Barranca, los oficiales vigilantes se mueven. Brilla a intervalos el hierro de las armas. Las casas de campaña que el cañón enemigo derribó, sirven de mortaja a los muertos y de sabana a los vivos a quienes látiga el frío.
La silueta de mis compañeros de La Barranca se torna espectral con la larga sombra que proyecta. ¿Será ese oficial algún compañero de colegio, o de oficina, algún escritor patriota que se improvisa de soldado y aguanta fatigas? ¡No lo sé! Pero me entran unos deseos de gritarle: ¡Hermano! y me dan escalofríos y quisiera correr sobre el lomo del Coyotepe, llegar adonde él y besarlo como a un muerto querido.
Canta un gallo a los lejos. Amanece, silba una bala de cañón sobre mi cabeza: es la artillería enemiga que nos saluda.
La luna aún no ha sido despejada de su beneficencia, Y el Ángel de la Parroquia de Masaya extiende su diestra pastoral y oigo en el fondo de mi corazón una voz de mi mismo, dulce y benefactora:
–La paz sea con vosotros, hermanos.





HERNAN ROBLETO
En el Coyotepe
Últimos días de Septiembre de 1912.





Los Chaquetas Azules

Atravesaban nuestra líneas de fuego diariamente, los mensajeros que portaban pliegos de información. Ora llegaba un compatriota enemigo o, entre la curiosidad y de todos y el seguimiento de los chiquillos que soportaban con nosotros las calamidades de un sitio, aparecía un yanqui vendado, empapado en sudor, con la cara apoplética, sostenido y guiado por oficiales de nuestras avanzadas.
El 16 de Septiembre nos visitó un sargento de la marina de los Estados Unidos. Ya se habían recibido notas escandalosas, amenazas, conminatorias. Todas habían sido contestadas con valor y dignidad, género escaso en estos días amargos para el patriotismo.
El sargento hablaba medianamente el español y, al quitarle el pañuelo que le vendaba los ojos, reparó en el General Zeledón, pasmándose al ver a un jefe tan rebelde y tan joven. Se cuadro y saludó militarmente. Zeledón le correspondió y hablaron.

***

Había necesidad de que desocupáramos nuestras posiciones de Masaya. Así lo deseaba el jefe de las tropas extranjeras: “¡así lo quería!”. Ya se había contemporizado mucho con nosotros, calificados de “facinerosos”, de "bandits”. Si dentro de doce horas no lo efectuábamos, el ejército americano nos sacaría a la fuerza.

***

El General le contestó como debía: no admitía imposiciones extrañas; él creía que no sería muy grande el honor de la poderosa nación que se nos venía encima, al vencer a una pequeña fracción del ejército de Nicaragua.
Conferenciamos más. El emisario traía notas del Mayor y Zeledón ya tenía formada su resolución. Sus palabras eran nerviosas y al mismo tiempo firmes. Al salir del interior de su pecho traían la convicción desarraigable de un apóstol. El aire de esos días agitaba esas palabras con un glorioso tintineo.
El yanqui era discreto: él no tenía más que obedecer; era apenas un sargento que mascullaba el castellano; no era más que conductor de un escrito de sus jefes y no les tocaba calificar, aunque tuviera simpatía por el esfuerzo de los débiles. Contra su gusto o no, tenía que cumplir...... Después ya al marcharse, con algo de timidez tendió la mano democráticamente al General Zeledón, diciéndole:
– ¿Quere you?...... My friend.
Y se dirigió a la escalera del Cuartel General, en la plaza heroica de Masaya. Luego, como recordando, se volvió a nosotros y dijo, golpeándose la frente ante el asalto de la advertencia:
– ¡Mi olvidarse...... Compañía atacar Masaya es de California, terribles “chaquetas azules”......Goo by!
Entonces el General Zeledón ordenó:
–Que el sargento pase sin venda por nuestras trincheras, para que vea que los que defenderán estas posiciones son los muchachos de las chaquetas sucias, los nicaragüenses desarrapados pero con dignidad.....
Un ¡viva! resonó en el corredor. Escalera abajo, en la calle, en las rotondas se oyeron exclamaciones que se propagaban como en un camino de pólvora. La bandera nuestra se desenvolvía más alta que los almendros del parque. En la cima del Coyotepe, como un guiñapo de sangre temblaba, incrustado al cielo azul, un trapo rojo sobre los cañones que ya no tenían provisión. El corneta de órdenes, el buen viejo Pantaleón Álvarez, tocó una diana sonora.....
¡Viva Nicaragua Libre!
El sargento bajaba lentamente los escalones, sonriendo con simpatía.

Hernán Robleto
Masaya últimos días de Septiembre de 1912
Del libro inédito ZELEDÓN

Texto agregado el 24-02-2011, y leído por 96 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-02-2011 La dignidad de los pueblos latinoamericanos, tantas veces mancillada, es un faro de luz, que se enciende hoy, ayer y siempre , para mantener viva la idea que juntos podemos ser libremente hacedores de nuestros destinos. Gracias por compartir estas emotivas letras. Mis estrellas y un beso de luz, Ma.Rosa. almalen2005
 
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