No pudo dormir por el ruido que generaban las empresas cerca de su casa. Incansables maquinarias de aserraderos imponentes, luminosos y sádicos. La noche era clara a pesar de todo, se levantó deshecho y resignado al descanso. Era un muchacho modesto. Pensaba que nada podía ser peor aquel día. Leyó un poco y volvió a la cama unas horas después. Encendió la radio y se dejó llevar por la música clásica. Pronto ya no oía más que violines, timbales, cellos y bajos, violas y pianos. Al abrir los ojos a la mañana siguiente dudó si había sido un sueño o algo real, la radio estaba apagada y por una extraña razón, las empresas, fieles siempre a la contaminación acústica y vegetal, no producían ruido. Se acercó un tanto extrañado a la ventana que limitaba a la calle y lo comprendió todo. Poderosa es la naturaleza, se dijo para sí agradeciendo nunca haber trabajado en algo como esas fábricas.