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La hermosa ciudad blanca. Querida Rei, ojala estuvieras aquí conmigo. Tomaríamos café, contemplando las Phaedriades en silencio, ese silencio tan tuyo, tus ojos brillando y tus labios entreabiertos, invitándome sonrojada a entrar, mientras tu sedoso pelo me niega elegantemente ese paso, aquel con el que sellaría el rito, quitándole toda la luz que tu alma le entregó en épocas mitológicas a aquellas extrañas peñas que hoy lloran tu ausencia. Acá estoy, en este mismo bar en el que tal vez hemos venido en mis sueños, tomando café, quizás cerveza o coñac, pero no, siempre café. A esta lejana ciudad me trajo mi visión, envuelta en desesperación y odio, y tu sonrisa ausente. Un lago blanco, un cisne bañado en sangre bajo la luz de una luna de porcelana color esmeralda, signos del devenir de nuestro amor. Como aquella noche en el lago. Pero no, aquello no fue una ilusión. Bajo la luz de la luna tu cuerpo ya no era sino un hermoso cisne que se divertía con el agua tibia. ¿O acaso lo habré soñado todo? Rei, dame una señal de que aquello fue real. Tus blancas plumas brillaron en la oscuridad y mis ojos se llenaron de tu altiva belleza mientras invadidos por un ardor extraño comenzaron a reclamar mi presencia allí, a tu lado. Mi piel pronto fue escamas y mis manos, garras, y mi grito de amor fue fuego, un dragón en el cielo. No pudo ser mentira, aun puedo sentir esa metamorfosis al verte, aun recuerdo tus plumas y mis escamas, tus ojos de mar y mi corazón de fuego. Aquel lago fue el principio, esta ciudad es el final. Finalmente todo terminara, los rostros anónimos, las mascaras, este triste anfiteatro donde la musa de dos cabezas juega con nuestros cuerpos, encadena nuestros deseos, todo ello caerá hoy, y quizás si, nuestra trágica vida se desvanezca finalmente sobre estas montañas. Y así es cómo, cerrado el círculo, el camino Rei, surgen ante mí las calles de interminable blanco, un cielo prematuro, cubierto de nubes que me abrazan y ahogan. Quizás por eso, quizás por el café-cerveza-coñac, quizás por tus ojos en las Resplandecientes, quizás por un poco de todo es que corrí tras tu silueta fantasma, que se perdió en lo oscuro de un callejón, tan negro como blanca era Delfos.

-Extraño error en el que he incurrido, ¿quién eres, tú que me has atraído con tal sutil engaño?
La oscuridad atrapó en sus redes todo cuanto en otro momento podría haber sido sensible a la vista, sin embargo sentí delante de mí una extraña presencia.
-Oh, ser mitológico, amo de todas las criaturas que habitan sobre esta fecunda tierra gobernada por el Dios trueno, ¿a qué habéis venido a tan lejano territorio? ¿Finalmente os entregaréis a lo inevitable?
La voz, clara y femenina, aunque lejos de tu suave cantar, querida Rei, retumba ahora en mi corazón, perdiéndome en el delicado y denso negro que me rodea, obligándome a caer de rodillas mientras unas palabras que no siento propias responden confidentes al mandato de la diosa que se encuentra frente a mí envuelta en su túnica esmeralda y cubierta por una mascara de porcelana, tal y como la profecía me lo había indicado en aquel sueño.
-Cuan peculiar es tu alma, poderoso señor de los cielos, eres tal y como vuestra creadora. Cisne y dragón, ¡vuelvan a mí! - dijo Melpómene , quien acariciando mis parpados comienza a quitarme gentilmente mi ropaje, para luego viajar con sus delicados dedos por mi pelo y mi rostro, sin que nada pueda hacer, para luego volverse bruscamente hacia mis labios. Cegado por este macabro juego, comienzo a sentir cómo mi cuerpo desnudo, del que ya no tengo control, se eleva lentamente mientras el veneno empieza a quemar dentro de mí. La oscuridad es tan compacta que creo poder apoyarme en ella. Tu cuerpo inerte que ahora reconozco en la oscuridad me llama desperado. Rei, ¿es que éste es el final, el tan ansiado final? Tu muerte es la mía. Esta es mi última batalla, no te preocupes, pronto estaré allí y bajo la luz de la luna podré amarte por siempre. Ya estamos cerca, tan cerca que puedo sentir nuevamente tus manos en mi rostro, tu cuerpo en el mío. Aquella diosa que nos unió, aquella que me dio el fuego con el cual abrazar tu alma, es aquella que ahora nos ha venido a buscar. Contemplo hipnotizado los ojos marinos de Melpómene, aquellos que invocan la parca. Me sumerjo en la profundidad salada de aquellas perlas que me observan fijamente, resurgiendo imponente para así luchar contra este mar que se interpone entre mí y aquella nueva esperanza hecha playa y luna, ahí estas vos Rei, en aquel lugar que se extiende más allá de los delicados párpados y los labios de la musa que me arrincona. Solo me separan de vos estas olas, que ahora rompen espumosas contra mis escamas mientras mi fuego corrompe la negra noche y mis garras despedazan la distancia entre mis ojos rojos, y vos, mi amada, que envuelta en tu plumaje me esperas al final del camino.
Ya poco importa qué pasará a continuación, mis escamas y tus plumas se desvanecerán y condensarán, tal cual la musa lo predijo, para luego llover sobre nuestros cuerpos desnudos y tan humanos como jamás lo habrán sido antes. Y ya no quedara nada más, solo vos, Rei, tus brazos y la luz de la luna reflejada contra la cristalina superficie del lago donde habremos de pasar, de ahora en más, nuestra eterna mortalidad.

Texto agregado el 21-06-2011, y leído por 82 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-05-2014 Me ha gustado mucho este texto. Creo que escribes muy muy bien. Enhorabuena. Isa-bell
 
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