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Hoy es el día de mis cinco años. Me lo han recordado mis meninas (1) esta mañana cuando me vestían. Dijo Doña Isabel:

— En este día, conviene que su Alteza Real luzca su ropa más bonita, porque estamos a 12 de julio y cumple años. ¿Cuál le complace llevar?

Doña Agustina abrió el gran ropero de mi habitación y pasamos revista a la larga hilera de vestidos que contiene. Primero me cogí una rabieta soltando:

— Ya me los he puesto todos una vez, ¡quiero otro!

A lo cual contestó Doña Isabel:

— Es demasiado tarde, Alteza, hubiera debido pedírmelo la semana pasada, le anuncié que se acercaba su cumpleaños y no me dio parte de ningún deseo particular.

Entonces, las miré con malos ojos, una tras otra, me crucé de brazos y dije, dando un taconazo:

— ¡Pues, si es así, me quedo en camisa todo el día!

Doña Isabel hizo media reverencia y empezó a retirarse diciendo:

— De ser la voluntad de su Alteza Real, voy a comunicar a Su Majestad el Rey que no desea que haya celebración este año. Aunque es una lástima, porque me parece haber oído que se le destinaba una sorpresa.
— ¿Una sorpresa? ¿Qué sorpresa? Quedáos aquí, por favor.
— Si se lo dijera dejaría de ser una y prometí guardar el secreto. Si lo quiere conocer, tiene que vestirse prontito y seguirme a los apartamentos de Su Majestad su padre.

Sonreí, torciendo la boca, para darles a comprender que no me engañaba su maña pero que consentía en ello. Habían ganado.

Todavía pasamos largo rato probando varios vestidos. Al final, elegí el que llevaba cuando el Corpus, el 18 de junio pasado (2).

Es un vestido con basquiña, de satén de seda gris y crema, con pliegue en las caderas y mangas anchas, exactamente como los de las damas. y también con una flor de tiercopelo a juego en la pechera, porque todavía no tengo derecho a llevar joyas, por lástima. Pero, esto aparte, llevándolo de verdad me parezco a una señorita.

Me encuentro bastante bonita en este vestido con guardainfante, aunque no me gusta mucho este accesorio que me obliga a quedar de pie y resulta muy engorroso para... hacer mis necesidades. Además, cuando sea mayor, ¡me obligará a pasar de lado las puertas estrechas!

Mamá también echa pestes contra este verdugado, como se le llama a veces, no sé por qué, pero dice que no tiene remedio, de no cambiar el uso, lo cual tampoco se decide a hacer. Su confesor afirma que esta moda es "inmoral" porque, dice él, permite a las mujeres disimular un embarazo.

A menudo, no entiendo a las personas mayores.

Estoy contenta porque hoy Doña Agustina cedió a mi deseo de no tener el pelo rizado.

— Tiene razón su Alteza, es posible que sea su último cumpleaños de chica pequeña y ¡luce un pelo largo tan bonito que sería una lástima estropearlo con tirabuzones, rizos y demás caracolillos! Sólo vamos a poner una horquilla con un adorno del lado derecho. El año que viene, sin duda será presentada a la familia de su prometido, el Príncipe Leopoldo. Entonces tendrá que peinarse como una Alteza Real adulta, con rodetes o tirabuzones. Porque Su Majestad El Rey su padre encargará al Señor de Velázquez un retrato oficial para mandarlo a la Corte de Viena.
— No me habléis de ese Príncipe, le encuentro mala cara y es mi tío. No me puedo casar con mi padre, ¿por qué tendría que hacerlo con mi tío?
— Lo siento, Alteza, pero no estoy autorizada a contestarle sobre este punto.
— Y eso ¿por qué?
— Sólo porque no me incumbe.
— Sabéis que me aburréis con vuestras razones, mejor vamos a ver aquella sorpresa. ¿Dónde queda mi padre?
— Sus Majestades El Rey y la Reina han salido de visita a los apartamentos del Señor de Velázquez, donde está trabajando en un nuevo cuadro de muy grandes dimensiones.
— ¿Qué tipo de cuadro? No será de esos paisajes oscuros ni de santos como los del Greco que están en la capilla ?
— No creo, no. El Señor de Velázquez no pinta de esa manera, ya lo sabe. Algunos dicen que se trata de un retrato a tamaño natural de Sus Majestades, otros que es mentira, que el tema sería nuestra vida palaciega aquí.
— ¿Estaré yo en aquel cuadro?
— Lo ignoro, Alteza, ¿quiere que lo vayamos a preguntar al Señor Aposentador del Rey?(3)
— Sí, sí, aprobé batiendo palmas, olvidándome por tanto de la sorpresa prometida.

Llevaba tanta prisa que corrimos por los pasillos de Palacio sin alabarderos. ¡Incluso distanciamos por unos momentos a nuestros guardadamas, el Señor de Azcona y la señora de Ulloa! ¡Al cuerno con esa etiqueta que mi padre nos impone respetar a rajatabla! Afirma que una Alteza Real, aunque niña, en público siempre ha de andar con paso lento y mirada altiva como si plantara cara al universo. ¡Pero resulta tan fastidioso, a veces!

Cuando llegamos a la sala de las pinturas, reinaba en ella una semioscuridad porque las contraventanas casi todas venían cerradas, a causa del calor ya agobiante de las últimas horas de la mañana. El Señor de Velázquez estaba frente al caballete, con la paleta en mano y el pincel suspendido, como si buscara donde aplicar el toque de color que había en él.

Este nuevo cuadro suyo intriga, pues varios mirones ya estaban ahí : un guardia de la Reina, los enanos de Palacio, Maribárbola y Nicolasito, que intentaba despertar con el pie un mastín que dormitaba en el entarimado. El aposentador de mamá acababa de levantar la cortina del fondo. Yo estaba en la luz de un postigo quedado abierto y Doña Agustina me venía presentando un búcaro de agua para refrescarme, cuando percibí por el rabillo del ojo que Doña Isabel esbozaba una reverencia. Papá y mamá acababan de asomarse, cogidos del brazo, a la puerta mayor de la sala. Corrí hacia ellos, abandonando mis meninas y nuestros guardaespaldas. Papá me levantó en vilo un instante y mamá me dio un beso diciendo : "¡Feliz cumpleaños, querida!". ¡Lo bueno que resulta no ser más que una chiquita a veces! Pero, pronto, me depositó en la tarima el Rey, por el guardainfante y también a causa de esa maldita etiqueta austriaca. Empujada por mis meninas, tuve que hacer con ellas la protocolaria reverencia a mis padres. El Rey mi padre entonces dijo:

— Tenemos una sorpresa para esta señorita hija mía. Os espera en el parque, me parece.

Prontito fui hacia el ventanal más cercano y allí en la terraza, mantenido del ronzal por un palafrenero, había, -a que no lo adivináis - un poni pottiok bayo venido del Pirineo, ¡mi ilusión! Le di a la falleba cuanto pude y corrí, corrí lo más rápido posible con mi voluminoso vestido. ¡Era mi cumpleaños más feliz! A mi poni lo voy a llamar "Felicidad" - es una chica - en recuerdo de este día.

El Señor de Velázquez ha decidido retratarnos a todos (¡a mi poni, no!) en su cuadro, tales como estábamos hace un momento. Ha mandado traer varios espejos grandes y nos ha pedido que "posemos" - significa que no debemos movernos un pelo - el tiempo de los bocetos, antes del almuerzo. Así pues me queda tiempo para pensar en esta maravillosa mañana. Ya conocéis el porqué de estas reflexiones.

El Rey mi padre ha dicho que esta tarde, cuando haga menos calor, podré jugar en el parque con Felicidad. Parece que la Etiqueta no tiene nada previsto en contra de eso. ¡Menos mal!

©Pierre-Alain GASSE, junio de 2011.

(1) Asi se llamaba a los nobles que, desde la niñez, entraban en Palacio al servicio de la Reina o de los Infantes.
(2) Para el año 1656 considerado, según el algoritmo del astónomo belga Juan Meeus.
(3) Diego de Velázquez, aparte de su cargo de pintor de Cámara, fue nombrado, en 1652 Aposentador Real por Felipe IV.

©Pierre-Alain GASSE, junio de 2011.
http://pierrealaingasse.fr/esp/

Texto agregado el 22-09-2011, y leído por 134 visitantes. (0 votos)


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22-09-2011 Es-pec-ta-cu-lar filiberto
 
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