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Siempre he pensado que la mejor manera de empezar una historia es metódicamente, por el principio; Paso a paso y hecho a hecho.

Quizás resulte obvio decirlo así pero, según mi dilatada experiencia, no en todas las ocasiones se comprende la secuencia de una historia, y esto es debido generalmente al modo de interpretarla o incluso por el añadido de opiniones personales;
Por este motivo mantengo la sana costumbre de ceñirme estrictamente a datar cada una de las circunstancias de cada caso, sin inmiscuirme en valoraciones propias ni propiciar conclusiones aparentes, ajustándome lo máximo posible a la veracidad de lo sucedido.

Así que siendo consecuente, comenzaré por presentarme:
Me llamo Ariel Merino y soy inspector de policía;
Digamos que mi especialidad es un tanto particular y soy ampliamente conocido por ello en el cuerpo; Normalmente me ocupo de los casos en los que las circunstancias lógicas son en un tanto (o en mucho) poco habituales, como en esta ocasión.
(He de confesar que mi dedicación siempre fue más allá del deber, y hago esta puntualización ya que lo que paso a relatar sucedió realmente estando fuera de servicio, a petición de un antiguo amigo, por lo que no existe informe pericial, ni atestado, ni siquiera notas fuera de esta pagina que escribo desde la suave claridad de mi habitación, en mi nuevo apartamento, a modo de registro para un futuro trabajo literario, si es que se diera el caso.)

Por lo ya explicado, dejo esta anotación como aviso y le rogaria a quienes, por el motivo que fuera, pudieran acceder a leer estos archivos los mantuvieran en la más absoluta confidencialidad.

Sin más preámbulos, diré que todo comenzó hace cinco días cuando recibí la extraña llamada telefónica de mi amigo Carlos Porcel, rector adjunto de una importante universidad de Madrid, al que hacia algunos años que no veía.
Después de finalizar la llamada me invadió durante un tiempo cierta sensación de malestar, quizás debido al tono de súplica, nada habitual, en Carlos – hombre serio y cabal donde los haya – o posiblemente también por la naturaleza de su petición, ya que se trataba de que investigara a titulo privado, - evitando de este modo que se filtrara cualquier tipo de información pública que pudiese relacionarse con su buen nombre, - una serie de rumores que circulaban sobre ciertos hechos que al parecer se sucedían desde hacia algún tiempo en las dependencias de la universidad que regentaba.

Precisamente, por venir de quien venía esta petición, movido aún más incluso por su contexto que por la larga amistad que nos unía desde hacía años, decidí presentarme sin falta a la mañana siguiente en su despacho.

Debido a mi naturaleza observadora, en cuanto traspasé la puerta para ingresar en la pulcra estancia en donde ya me aguardaba mi querido amigo, constaté con alivio que no existía aparentemente rastro de un posible desorden mental, por la disposición correcta de todos los objetos que allí había; Todo estaba tal y como se podría suponer en el despacho de un rector de universidad y no halle ningún signo o apariencia que delatara síntoma alguno de senectud o desvarío que propiciara el estado de extraordinaria sobre excitación en el que lo hallé.

Si me fije en el modo en el que Carlos sujetaba fuertemente lo que supuse su teléfono móvil y después de los saludos de rigor me acomodé en un sillón de aquel despacho, dispuesto a escuchar atentamente el relato de lo que tanto aturdía a mi amigo.

Su explicación en persona aún me turbó más que la llamada que me había realizado el día anterior, cosa que entonces si me hizo dudar de mis dotes observadoras, ya que lo que me contaba este hombre bien entrado en años y de probada seriedad, rozaba los limites de lo creíble;
Carlos me hablaba apresuradamente de ruidos a deshoras en las instalaciones, luces que se encendían y apagaban en alas donde en principio no debía haber nadie, sonido de pasos y susurros, objetos que se encontraban en distinto sitio de donde se depositaron y así, un sinfín de detalles del mismo tipo que me hacían cuestionarme seriamente en la importancia y el rigor de los sucesos y, al mismo tiempo, de su templanza.

Recuerdo haberle comentado de lo baladí de aquel tipo de historias y le aconseje que se calmara y no fomentara leyendas urbanas, cosa por otra parte habitual en este tipo de instalaciones por una parte tan antiguas y por otra, poblada de jóvenes estudiantes muchas veces ociosos. No olvidé mencionar el riesgo que corría su credibilidad precisamente por su posición y apelé vehementemente a nuestra larga a mistad para que hiciera caso de mi consejo y se tomara algunos días de descanso, ya que pensaba que de algún modo se encontraba afectado seguramente debido al stress y a su edad.

Pero Carlos no me escuchaba. Según iba abundando en el relato iba aumentando su excitación, hasta el punto que hube de rogarle que saliéramos de su despacho para dar un paseo hasta la cantina y relajarnos un poco, delante de un buen café caliente.
Aceptó a regañadientes, pero antes, se incorporó de su sillón lentamente y me acercó el móvil que tan firmemente sujetaba. Con un hilo de voz me dijo: “Mira esto…”

En la pantalla tan solo se mostraba un mensaje:

“NO DEMORES... ESTA NOCHE…NOS VEMOS PRONTO. JP”

Alcé la vista y le devolví el móvil. Le miré sin comprender.
Ante mi desconcierto evidente me ofreció una explicación aún mas peregrina; Resultó que las iniciales “JP” correspondían, según Carlos, a un tal Juan Pérez. Un anciano conserje de la universidad con el que mantuvo amistad durante largo tiempo…hasta su muerte, ahora hace cerca de10 años…
Mi perplejidad fue en aumento, más que por la veracidad de su explicación por el simple hecho de que una persona tan cabal, que conocía sobradamente desde la época joven de mis estudios en aquellas mismas aulas, que había sido mi mentor y director de asignaturas, se hubiera convertido tan de repente en un anciano atemorizado por leyendas de estudiantes y un simple mensaje telefónico.

Salimos de su despacho caminando pausadamente hacia la cantina mientras me esforzaba en tranquilizarlo, explicándole que el dichoso mensaje seria probablemente una broma de algún conocido resentido, o incluso de algún alumno despechado que intentaban seguramente desconcertarlo y procuré dar la minima importancia a aquel mensaje, que a mi me parecía poco significativo, mientras que Carlos lo tomaba como algo amenazante teniendo en cuenta que parecían querer hacerle creer que se lo habría enviado una persona ya fallecida y además, citándole para “verse” en breve;
Me explicó que realmente estaba atemorizado, más que por la explicación paranormal consistente en un supuesto “difunto emisor de mensajes”, si no en que fuera aquel envío una amenaza real de algún desalmado que pretendiera hacerle daño.

Entramos en la cantina mientras le iba interrogando si tenia idea de alguien que se sintiera perjudicado por él, algún ex-alumno, algún enemigo, pero Carlos no conseguía determinar quien podría querer amenazarle y por que razón.
Estaba realmente asustado.
Nada más entrar a la cantina le sugerí que se sentara mientras yo me acercaba a la barra a por los cafés, cosa que hizo sin mediar palabra y visiblemente abatido.
El empleado me sirvió dos tazas bien calientes, pague las consumiciones y me dirigí a la mesa donde me esperaba Carlos cabizbajo. Me senté a su lado, le pregunté si se encontraba bien y él asintió. Hice un par de comentarios sobre la cafetería, por distraer un poco a mi amigo, pero se mantuvo pensativo, mirándome solo para asentir de nuevo con la cabeza.

Me percaté de que la mayoría de personas que se hallaban en aquel momento en la sala nos observaban y hablaban cuchicheando entre ellos; Pensé que probablemente ya se habría extendido algún rumor sobre Carlos y lo sentí mucho.
Evidentemente que un rector fuera creyente y promotor de aquel tipo de rumores no beneficiaba su credibilidad en absoluto.

Le pedí que me anotara el número de teléfono emisor de aquel mensaje que tanto le preocupaba, prometiéndole que esa misma noche me acercaría a comisaría para investigarlo, pero Carlos comenzó a insistir en que le acompañara unas horas más, sin duda con la intención de demostrarme que lo que me contaba no eran tan solo habladurías, tratando así de convencerme de su relato. Sacó una estilográfica del bolsillo de su chaqueta y me copió en una servilleta el número del mensaje: 631555000. Un número curioso.
Me volvió a rogar encarecidamente que lo acompañara un par de horas al cierre de aulas y ya no pude negarme.
Decidí hacerle compañía el resto de la tarde, cosa que le satisfizo sumamente y nos retiramos de nuevo a su despacho para tomar un licor y seguir charlando.
Ya me acercaría por la mañana a la jefatura.

El resto de la tarde transcurrió divinamente en su despacho, mientras degustábamos unos licores añejos y un par de puros jóvenes. Carlos, quizás debido a la distendida conversación, se mostraba algo más relajado y parlanchín, aunque observé que en contadas ocasiones revisaba de soslayo y nervioso su reloj. De algún modo daba la impresión que esperaba que sucediera algún acontecimiento, pero no quise molestarlo preguntándole. Estaba seguro que fuera lo que fuera me lo comunicaría en su momento.

Sobre las diez de la noche un timbre resonó estridente en todas las dependencias, anunciando así el fin de las actividades en la universidad y al mismo tiempo nuestra trivial conversación.
Al cabo de unos minutos mi amigo se levantó y se dirigió hacia la puerta, la abrió y comprobó si aún había alumnos por los pasillos. Al parecer no vio a nadie y con un tono de voz extrañamente ronco me dijo: “Ahora, acompáñame…”
Me levanté un tanto resignado pero también decidido a que, en mi compañía, Carlos se sacara de la cabeza todas aquellas turbadoras ideas.
Anduvimos algunos minutos por varios pasillos que a esas horas ya solo se iluminaban con luces de emergencia, dando al silencioso trayecto un aspecto de película en blanco y negro, con sombras alargadas que parecían moverse en cada rincón. Entonces pensé que no seria demasiado raro sentirse intranquilo e incluso imaginar que algo misterioso se albergaba entre las piedras de aquel regio y antiguo edificio.
Llegamos a un espacio que resultó ser un gimnasio o sala de deporte, en el que se ubicaban diversos aparatos de fortalecimiento muscular, cuerdas que colgaban del techo y múltiples colchonetas por el suelo. Algunas pequeñas ventanas situadas a ras de techo permitían que una tenue luz azulada penetrara desde el exterior, que junto a la débil iluminación de situación del gimnasio dotaban a este de un aspecto que me atreví a definir como lúgubre.

Carlos comenzó a indicarme los diferentes sitios de donde se decía que provenían los ruidos, asegurándome que el mismo los había percibido, me enseñó también grandes y pesados aparatos que aparecían al día siguiente desplazados etc. Incluso, me mostró la cuerda en la que hacia diez años se había ahorcado su amigo el conserje, el tal Juan Pérez.
A todos y cada uno de los misteriosos comentarios de mi amigo fui dándole algún tipo de explicación plausible; Con respecto a los ruidos, claro que no era extraño oír sonidos en un edificio tan vetusto y más en un recinto que, debajo del tatami, estaba forrado de madera.
Con lo de los aparatos, bueno, no era improbable que entre varias personas se pudieran acomodar en otro sitio para adaptarlos a un uso específico y así fui descartando una a una las explicaciones supuestamente paranormales que se le atribuían a la estancia.
Pero he de reconocer que la cuerda del ahorcamiento de su amigo me sobrecogió sobremanera y por ese motivo me mantuve respetuosamente callado.

Al cabo de un rato de recorrer la instalación Carlos miro de nuevo su reloj y me conminó a que le esperara allí, ya que tenía que resolver algo urgente, pero que no tardaría.
Su petición me desconcertó, pero concluí que si permanecía precisamente a solas en el lugar en el que él sentía temor seria una baza más para convencerle que aquello que me explicaba no eran más que patrañas. Asentí y Carlos se marchó apresuradamente.




Continua...


Texto agregado el 14-12-2011, y leído por 267 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
11-06-2012 1* FOGWILL
14-12-2011 Muy buen relato..atrapante por su argumento, muy interesante! seguiré leyendo. Un beso. silvimar-
14-12-2011 Estoy tan entretenida leyendo esta magnìfica historia que llegè al final y pensè que prosiga lo màs ràpido posible.Interesante e inquietante. Mis estrellas y un beso de luz, Ma.Rosa. almalen2005
 
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