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El hombre de jabón
Había una vez un colega en la oficina que se paseaba de manera tormentosa por el piso oliendo a flor, en los meses que llevaba nos había sorprendido con una veintena de aromas; amapola, rosa, violeta, lavanda, incluso azucena, había llevado nuestras ignotas narices, que solo conocían el olor a chamusquina que desprendía el ya inservible aparato de aire, a umbrales desconocidos y placenteros para nuestros respiraderos.

Yo en particular lo esperaba todos los días cerca de la copiadora a primera hora de la mañana, cuando imprimía su reporte de noticias, me acercaba lo suficiente para que se viera en la obligación de saludarme y en ese pequeño instante captaba tan esperado deleite.

El misterio estaba impuesto ¿cómo este hombre olía tan distinto? y ¿por que los olores estaban delimitados al espectro floral?, mi curiosidad llegaba a ser dolorosa así que decidí seguirlo después del trabajo para esclarecer el enigma.

Lo vi entrar en un edificio nada pulcro, había pasado media hora, cuando decidí que era momento de descubrirlo en la tina de pétalos adobando el aroma que al día siguiente me enloquecería.
En el momento que comenzaba mi peculiar trabajo detectivesco, siguiendo los dictados de mi olfato decidí subir, llevaba más de seis pisos por las escaleras cuando en un mal giro me lo encontré de frente, supe que era él sin levantar la vista del suelo lo recorri desde abajo y descubrí que iba vestido para salir, al llegar a sus ojos no había el habitual par de lentes que le daba un aire de cuarentón inocente, en cambio, llevaba la palabra depredador en cada destello que salía de sus dos grandes satélites azules.

Me sujetó de la cintura para lograr estabilidad y me perturbe ya que era el primer contacto físico que teníamos y lo encontré excesivamente intimo – Vamos, puedo mostrarte un lugar más dichoso que este basurero – mi cuerpo desconectado del cerebro no opuso resistencia, y abrazados cual dos antiguos amantes nos fuimos desvaneciendo en el anaranjado cielo. Paseamos hasta media noche por calles luciérnagas, noté que mi cuerpo acostumbrado a rutinarias tardes de ocio reclamaba quejumbroso, lo mire con ansia y él me respondió con firmeza – nada de niñerías, esto no acaba hasta que se acaba – creí recordar que esa frase era lo menos original que había escuchado, tal vez en 20 años, disciplinando los bostezos me aferre a la idea de completar mi tarea al fin y al cabo estaba cumpliendo lo que me había propuesto descubrir; el origen de sus aromas.

Entramos a un café literario donde languidecimos entre poetas y borrachos que a media velada estaban más borrachos que otra cosa, en este lugar solo había un pesado aroma a tabaco y marihuana, nos fuimos apestando a humo pero sonrientes y embriagados de versos.

El siguiente sitio fue un nicho de morenos que alentaban a dos negras zambeques, ellas obedientes aporreaban con fuerza el suelo en cada seguidilla de ritmos y hacían tintinear los anillos de sus muñecas incitando al entorno a continuar una y otra vez en un círculo vicioso, imagine que espantaban algún extraño tedio con el baile, en medio de la algarabía me susurro al oído que era la forma en que ellas seducían, - ajá – para cuando partimos aún no había descubierto el aroma entre esos culones de matrona, que para mi disgusto solo apestaban a madera e incienso.

Esperanzada lo seguí por media ciudad, estábamos viendo el amanecer cuando me dijo que debía irse, me sentí defraudada pues tanto jaleo y trasnoche me habían dejado excitable y receptiva y se iba sin más. Me encogí de hombros no sería la primera vez, volvimos al barrio donde partió nuestra aventura y me dijo amablemente que lo acompañara esa noche, observe una leve nota de pánico en su voz, sentí la suplica en sus ojazos, se dio media vuelta ocultando su ansiedad y a la espera de que mis pasos lo siguieran, yo llene sus expectativas.

Entre en un mundo nuevo donde predominaba un blanco que dañaba los ojos, un contraste fulminante con el exterior, en el centro del cuarto había un sofá parecido al de una consulta siquiátrica, me ofreció asiento y me dijo que regresaría en unos minutos, aproveche de mirar a mi alrededor y note que no había ninguna foto, tampoco adornos o el acostumbrado licor de cortesia, todo era tan liso y tan blanco que me sentí en un espacio esterilizado, lo extraño era que no había ningún olor, tampoco había tina para mis mentados adobos perfumados, el ambiente estaba seco y lo único que existía realmente en ese espacio era el sofá y yo, evalué un estado mental patológico, cuando estaba encasillándolo en algún TOC me toco el hombro, iba envuelto en una bata ( blanca por supuesto) y se arrellano en el sofá con las piernas encogidas.

Comenzó lentamente a llorar meciéndose adelante y atras, abrazado a sí mismo, yo en un acto primitivo lo abrace y tambien lloré, por él, por su pena misteriosa y por la angustia de cada día, lloramos juntos por horas infinitas y en ese estado semiinconsciente nos dimos consuelo. Cuando me iba me di cuenta que su cuerpo desprendía un olor tarde un segundo en reconocerlo era jazmín, como mi flor favorita.

Texto agregado el 29-05-2012, y leído por 154 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
14-01-2013 bello cuento. Me hizo recordar a dos de mis textos (no hablo de plagio, sólo de comunión) NeweN
25-06-2012 No termino de pillarle del todo el rollo. La idea no es nueva aunque ejecutada de una manera creativa, es cierto. Faltan tildes lo cual me sigue costando en la página.Lo que me despista son los rodeos semejantes al paseo que se dan los personajes. Egon
30-05-2012 Buena historia, me gustó mucho, original, cómo se consiguen se ésas lágrimas?******* jagomez
30-05-2012 Me hiciste acompañarte por todo tu recorrido sin poder soltarme, tratando de averiguar el misterio floral. De algo estoy seguro, el hombre de jabón, al día siguiente olerá a jazmin. 5 ZEPOL
30-05-2012 Bonito y melancólico, como mi vida. Chobicita_chan
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