Casi anochecía, la tarde tenía el misterio profundo y la oscuridad aumentaba el miedo ancestral a lo ignoto, apenas la brisa susurraba su canto, y el deseo de penetrar en el tiempo empujaba los pasos del viajero que caminaba tan solo guiado por su instinto, entonces, una luz relampagueó muy lejana, el miedo cobarde no se hizo esperar, la piel se erizó, las manos temblaron, el paso se volvió vacilante, la respiración se agitó y ya no seguía avanzando, tampoco podía volver, un sudor frío corrió por sus sienes, pensó en muchas cosas absurdas acuciado por un temor repentino.
Y el silencio reinó otra vez, en el campo ya no había luces ni nada anormal, y la mente afiebrada del viajero lentamente enfriandose fué, y otra vez la paz reinó en la tarde que ya anochecía.