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Marea alta parte 12

Terminado mi baño me dispuse a dormir, dieron las 9 de la mañana y ya era la hora, le hable a Víctor para vernos en la playa “los senderos” que está a una hora de donde vivo. Me puse un vestido en color azul cielo debajo traía un bikini en color blanco. Jamás me había puesto ese bikini, bueno, solo una vez y esa vez Cristian me humilló terriblemente. No quiero recordar sus hirientes palabras. Estaba sentada en una banca en la playa de pronto logré captar una loción suave. Obviamente de caballero, giré mi cabeza y vi a ese hombre de rostro humilde. En su mano llevaba una bella flor en color rojo.

-¿por qué tan lejos de casa? – preguntó el.
-bueno es que quería un poco de privacidad.
-es para ti – y me dio la flor. La olí y le indique que se sentara a mi lado.
-¿cómo sigues? –pregunta el.
-bien, creo que el coraje ya pasó. Sabes me encontré en la calle a mi ex. – le dije para cambiar el tema
-¿y qué pasa con él? –pregunta el. No sé por qué a que se debía el interés
-le dije que ya me había perdonado por soportar tantos insultos, y le dije que el ya no era parte de mi vida.
-mi querida Mireya y encantadora Mireya – dijo el – no tienes idea de lo que te amo.
-pensé que Dios se había olvidado de mi – y de mi mejilla una lagrima caía. Colocó sus elegantes y delgadas manos sobre mis mejillas y secó las lágrimas y fijó su mirada en la mía.
-necesitas confiar en mí, sé que la confianza no surge en ti con facilidad. –dijo con seguridad.

Sus manos delicadas tocaron mi rostro y vi como poco a poco se acercaba su hermosa boca hacia la mía me y deba un beso.

Nos dirigimos a la orilla de mar y sus brazos fuertes y tiernos me mecieron contra su pecho y provocaron en mí la sensación casi primitiva de estar protegida. Oía sus latidos rítmicos y lentos.

Caminamos por toda la playa, paramos y el sol, el mar, las gaviotas, el aire cálido que soplaba y la arena de testigos me propuso esta juntos por siempre de su rostro caían lágrimas de felicidad, mi respuesta fue sí. No dudé en decirlo, me tomó de la cintura y un buen rato estuvimos abrazados. Después de ese momento tan romántico nos sentamos en la arena hablar de cosas tal vez solo nos veíamos a los ojos. Regresamos a casa y de nuevo dormimos juntos. Es un hombre lleno de vida, sus ojos estaban llenos de bondad. Nunca había vivido algo así. Los días a su lado los pasé, me sentí realmente muy feliz.

-perdón que te pregunte, pero ¿Qué fue lo que pasó en tu casa? No me has querido decir nada creo que te hará bien hablar. – lo dijo mientras me acomodaba mi cabello atrás de mi oreja.
-… mi… las cosas siguen igual. Nadie se emocionó por mi visita. Esa familia poco a poco se fue enfriando, me duele decir esto pero creo que esa no es mi familia. Tuve una juventud llena de malas vivencias, sufrí el rechazo de mis compañeros por tener sobrepeso. Siempre que teníamos una reunión mi padre solo decía que esa era mi única virtud y cualidad. Para el solo fui una gorda. Llegó un momento que ya no preguntaba cómo me iba en la escuela.
-la perfección es un espejismo. Ya te lo he dicho, la esencia nos identifica, el alma nos hace especiales. Ahora no necesitas de ellos ni ellos de ti. Tal vez sea una situación sin remedio. – dijo el queriendo que yo entendiera que estaba en un error.
-pero, ellos son los culpables de mis inseguridades. – reclamé.
-deja eso de un lado y ya no busques un culpable. Busca una solución, quiérete a ti misma. – de sus ojos solo se transmitía un paz increíble. - El amor propio es la raíz de donde debes de empezar. Debes de renunciar a la culpabilidad. -¿escuchas? - dijo – oyes el choque del oleaje. ¡Es marea alta! – me tomó de la mano, y sin decir nada me atrajo hacia él y sin perder el compás empezamos a bailar muy sutilmente por toda la habitación. Estábamos bailando con la melodía del mar. Me sostenía con mucha delicadeza, sus grandes y delgadas manos tocaban mi espalda, apretamos el pasó y fuimos a dar al sofá cama que tengo a un lado de una ventana, de mis ojos afloraban las lágrimas, que se derramaban desenfrenadamente por mi rostro. Eran lágrimas de emoción inexplicable, no eran de tristeza eran lágrimas de dicha. – lo siento – dije. Y uno de sus dedos acariciaron mis labios y dijo:
-nunca te disculpes por ser tal y como eres, por mostrar lo que de verdad sientes. – me dijo con voz dulce.

La vida continuó como siempre, pero era feliz tenía un hombre que me daba lo necesario, pero sobre todo me estaba aprendiendo a amar a mí misma. En el pasado era casi imposible, casi siempre solo contaba con la opinión de los hombres con los que estuve. Sentía que mi vida estaba dando un giro. Subió mi autoestima, mi trabajo y también subió mi peso. Un sábado me levanté desesperada por que un día antes me vi en el espejo y vi a una mujer excesivamente gorda, me puse unos mayones y me fui a correr por la playa. Pero antes de salir me di cuenta que Víctor se había levantado y me preguntó a donde iría, le dije la verdad y nos fuimos los dos a correr. Empezamos a correr, después de haber empezado y de que se cumplieran los primeros cinco minutos sentí un dolor los músculos. Sin que se diera cuenta seguí corriendo, vector iba a mi paso que era muy lento. La gente pasaba y nos saludaban muy gentilmente. De pronto Víctor hizo una pausa repentina y paramos en un mirador. Que se encuentra cerca de donde vivimos. Y qué bueno que paramos porque pude tomar aire.
-no tienes que sufrir para perder peso – dijo el con voz dulce.
-¿huh? – y tomé aire.
-¿Qué te parece el amanecer? – me preguntó mirando hacia el cielo.
-es precioso – suspiré – es hermoso.
-pues tú también, Mireya – dijo él.
-¿Cómo?
-sí, es exactamente a ti. – dijo el tomando aire. – no te mates con el ejercicio, eres preciosa en todas tus etapas, como el amanecer. Intenta disfrutar cada proceso.

Estaba a punto de estallar, me ardían los ojos. Mis ojos se llenaron de agua y nublaron mi vista. Hacía años que nadie me decía eso. Hasta yo misma ya había olvidado lo hermosa que soy. Corrí a los brazos de Víctor y el con sus brazos delgados y sus manos elegantes y largas me cobijaron. El me acarició el cabello de forma suave y tierna
-las cosas no son tan difíciles como tú lo crees. – me dijo al oído.
-pero…
-shhhh… - dijo el con una sonrisa. – no sé si era mi imaginación pero de fondo se escuchaba una bella canción. Y el empezó a cantarla, la música sonaba al ritmo de los pájaros, el mar, el aire. Era algo inexplicable. En mi cuerpo, los músculos dejaron de doler, recobré la respiración poco a poco. Su cuerpo junto al mío era solo paz.

Me preguntaba si ¿sería posible recuperar el optimismo y la sensación de bienestar?

Continuara…

Texto agregado el 21-04-2013, y leído por 174 visitantes. (0 votos)


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