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Stefano se levanto mas tarde de lo usual una mañana de abril, permaneció unos cuantos minutos inmóvil con los ojos bien abiertos, con sus ojos cansados mirando hacia le ventana ubicada frente a su cama, levanto su ropa que había dejado tendida en el suelo, y con una pereza demoledora se vistió. El día lo esperaba allá afuera, bebió rápidamente su rutinario café, encendió un cigarro y con el cuerpo helado salió rumbo al trabajo, el monótono trabajo del cual pensaba despedirse todos los días, pero que al final, al llegar y encontrarse de frente con la cruel rutina, las palabras se le morían en la punta de la lengua, y con impotencia y tristeza, mecánicamente comenzaba a realizar las tareas de la nueva jornada.
En el camino, un cielo plomizo decoraba la mañana, las personas iban y venían, con una energía que para Stefano le era inalcanzable. El miraba el rostro de cada ser humano que se le cruzaba, y sanamente envidiaba como todo el mundo al parecer enfrentaba el comienzo del día. Cruzo también unos cuantos perros solitarios que marchaban a pasos ligeros y asustados, vio los colectivos repletos, los bancos llenos, vio su mundo y su vida, y sintió un nudo en el estomago, esa sensación que se apoderaba de el cada vez que la angustia alcanzaba su máximo poder.

En el trabajo, el tiempo parecía estar congelado por alguna misteriosa energía, Stefano caminaba y caminaba llevando el café y el diario a todos los clientes, desayunos y bebidas, lo mismo de cada día. Su jefe, Nestor, llego como siempre más tarde que los tres empleados que eran encargados de abrir el local, saludo a Stefano, que se encontraba particularmente irritado, y el joven lo recibió con un saludo cortante y seco, estábamos agotado que de costumbre, había sufrido de extraños mareos durante la mañana y se encontraba aun mas pálido que su palidez natural, ese rostro blancuzco y con una mirada nostálgica de la que más de una vez hizo creer a sus compañeros que un malestar terrible o una depresión fulminante carcomía a Stefano por dentro.
¡Qué absurdo es esto!. Exclamo Stefano para si mismo mientras tomaba su campera de nailon. Aturdido por pensamientos que no llegaban a ningún sitio el joven atravesó las calles conocidas de memoria, su mente ya estaba en blanco y ahora una extraña calma habitaba en su corazón, como si aquel mundo en donde se fingían sonrisas, en donde la monarca falsedad hacia provecho de sus leyes hubiese quedado atrás, lejos, muy lejos. Fue entonces cuando, sin darse cuenta, noto la presencia de un perro que caminaba detrás de él, Stefano dio media vuelta y lo miro sorprendido.- ¿Cuantas cuadras me has seguido?le pregunto al pequeño perro marrón de pelo corto que lo miraba repleto de felicidad mientras agitaba de izquierda a derecha su pequeño rabo,
_muy bien, ¿te venís conmigo a casa?y los dos nuevos compañeros caminaron juntos por las rotas veredas, por la noche espesa que los envolvía a cada paso. El muchacho estaba contento, hacía tiempo ya que nada lo enternecía, pero ahora, su nuevo amigo, su amigo alegre y callado caminaba a su lado y le producía un cálido sentimiento. Muchas veces en el camino el pequeño perro se adelantaba a Stefano y giraba como loco esperando que lo alcanzara, se escabullía entre sus piernas y le demoraba el paso. Al entrar a su vieja y cansada casa, la madre de Stefano dormía en el sillón, la televisión estaba encendida, las luces apagadas, y en la mesita ratona, un cenicero repleto de filtros de cigarros ya fumados, Stefano y el pequeño y vivaz perro entraron en la habitación, donde tan solo se encontraban un armario una cama y pilas de ropa amontonada, alimento al pequeño con un poco de pan que había sobrado del medio día y le dio un poco de agua. Sin quitarse la ropa el joven se acostó e inmediatamente el pequeño perro dio un salto hacia la cama para acompañarlo. _ ¿Tenias una casa verdad, parece que estas acostumbrado a estar adentro, o solo sos un perro confianzudo y simpático?, bueno, de todas formas te vas a quedar conmigo, fuiste lo único bueno y hermoso que me paso el día de hoy.

Al día siguiente Stefano se levanto y encontró al animal durmiendo a sus pies, le tomo unos segundos recordar que hacia ese pequeño perro en su habitación, preparo café y encendió su siempre fiel e infaltable cigarro de la mañana mientras observaba a su nueva mascota, ahora, con la luz de la mañana podía ver claramente sus características, tenía algunas cicatrices en el rostro, tal vez producto de enfrentamientos con otros perros de la calle, su pelaje era corto y de un color amorronado pero negro sobre el lomo, dormía plácidamente y su sueño provocaba una extraña calma en el ambiente, lleno de tranquilidad al joven que ya se preparaba para iniciar camino hacia su trabajo. Stefano pretendía dejar al hermoso y leal huésped en su casa mientras el se ausentara, pero al instante de tomar sus llaves el pequeño perro se despertó y mostró a su transitorio dueño un saludo repleto de energía y alegría, Stefano le sonrió y se tomo unos minutos para regresarle el gesto con unos jugueteos y caricias, así los dos amigos caminaron rumbo al trabajo en una mañana mas helada aun que las anteriores. Al llegar al café, Stefano dio de comer a su mascota un poco de jamón con el que preparaban los tostados, el día transcurrió muy lento, y al llegar al medio día, el joven aprovecho su descanso para salir a fumar un cigarro y examinar si el perro aun seguía en la vereda esperándolo. Y aun estaba ahí, con una gran vitalidad, ladrando a los gorriones que pasaban cerca de él. Al observarlo, Stefano pensó en darle un nombre al adorable animal, recordó decena de nombres, miraba al perro mientras consumía su cigarrillo y trataba de encontrar un nombre apropiado, no quería llamarlo de ninguna manera como la mayoría de perros de la calle, no quería un Bobi, un Pipo, o un chicho mas, y al recordar su amor por la poesía, recordó a varios escritores que habían formado parte de su adolescencia y aun hoy eran grandes ídolos en la vida del joven y blancuzco muchacho, pensó en Benedetti, pensó en el radiante Oscar wilde y también en Poe, por supuesto recordó el oscuro y brillante Poe, se acerco a Herman Hesse y a uno de sus poetas preferidos, Lord Byron, y ahí se detuvo, Byron... pensó, era un gran nombre, con una inmensa carga de personalidad y misterio a su vez, y así fue que el pequeño y demostrativo animal que ahora se encontraba irritado y concentrado ladrando a los pájaros que iban y venían se llamaría desde ese preciso momento nada menos que Byron.

Al salir del trabajo, Stefano tubo el antojo de pasar por un bar, quería sentarse largo tiempo en la mesa a tomar cerveza y fumar un cigarro tras otro, era una maravillosa terapia en su rutina, entonces, junto a su perro recientemente llamado Byron se dirigió a las puertas del Bar Rex, un café donde cada viernes al finalizar su trabajo el solitario joven se iba, y luego regresaba a su casa totalmente ebrio y soñador, olvidando su soledad, sus noches melancólicas tendido en la cama sin nada que hacer, sin nadie a quien ver ni visitar, y también olvidar los recientes mareos que se apoderaban de él desde hacía ya un largo tiempo. Al llegar al bar, el pequeño Byron se hecho en la vereda junto a la puerta del bar, el joven entro, y en cuando puso un pie dentro, el viejo Raul, gran bebedor y antiguo fiel cliente miro al joven con una mueca burlesca.
-¡Nunca traes a una mujer, pero ahora traes perros al bar!. Y las risas se hicieron oír, Stefano irritado camino hacia la barra donde fue recibió por "El Ruso", el dueño antaño del Rex. Dio la mano al joven fastidiado y lo calmo. -No te enojes pendejo, Raul es así de fanfarrón con todo el mundo, no es con vos solo la cosa. Después de un tiempo, Stefano entro en los gloriosos y amortiguadores efectos del alcohol, la noche tomaba un bello color y el corazón del solitario joven era golpeado por un viento de esperanza y nostalgia. La bebida era un placido ansiolítico en donde Stefano bañaba su cuerpo y alma. En un estado de hipnosis miraba la estantería detrás de la barra, llena de botellas de whisky y de Ron, caña quemada y Ginebra, de vez en cuando interrumpía su trance para acercarse a la ventana y asegurarse de que su mascota se encontrara a salvo, cada vez que se acercaba Byron se encontraba durmiendo profundamente, y su aspecto emanaba ternura y tranquilidad, y el joven, era consciente que solo su amigo, su hermoso perro, era el único ser vivo que le inspiraba paz y dulzura. En ese momento el pálido joven recordó a Silvia, su madre, la cual ahora mismo (pensaba Stefano) estaría sumergida en el sueño producto de el vino que cada noche bebía para conciliar el sueño. Una mirada de tristeza se apodero del muchacho y lentamente regreso a su banco, tomo un último vaso de vino, y se marcho del lugar. Al oír el sonido de la puerta Byron despertó de su profundo sueño y se paro apoyando sus patas delanteras sobre la rodilla del joven, así los dos regresaron al hogar.
Muchos días pasaron y la vida de Stefano, lentamente tomaba otro color, su madre se notaba mas vivaz y llena de energía, probablemente, suponía el joven, a causa de haber conseguido después de mucho tiempo y de una intensa buscada, un trabajo en una panadería en el centro de la ciudad. Byron como siempre alegraba las horas del joven, cuando realizaba su rutina de perseguir aves cada mañana, cuando gruñía y hasta corría a otros perros cinco veces más grandes que él, cuando acompañaba cada día a su amo hacia el trabajo, y en este, una nueva empleada había comenzado a trabajar todas las mañanas, Belén. La chica de 26 años ( solo un año más que la edad de Stefano) se mostraba muy amable y atenta con el joven, conversaban mucho y esta le hablaba de cuan insulsos e insoportables les parecía los otros tres jóvenes empleados, y eso, a Stefano lo hacía sentir realmente bien, dándole ánimos y tranquilidad al tener a una aliada en su trabajo, no sintiéndose más el bicho raro que se sentía frente a los tres superfluos jóvenes del café. Nestor, mágicamente comenzó a notar el trabajo de Stefano y la muchacha nueva, decidiendo así despedir a uno del resto de los empleados, basándose tan solo en la muy mala manera de atender a los clientes, se mostraba muy conforme con el trabajo de Belén y mucho más respetuoso y hospitalario con el joven Stefano. Realmente la vida había dado un giro, cada medio día, al cerrar el cafe los dos empleados caminaban juntos acompañados de el pequeño Byron hasta llegar a la parada del colectivo donde se despedían de Belén. Stefano miraba fijamente los ojos de la chica cada vez que por la esquina se asomaba el colectivo, y siempre en ese momento tenia la necesidad de abrazar a Belén, besarla y tomarla de la mano, pero al fin, el colectivo llegaba, la hermosa joven de pelo largo, muy largo y castaño se despedía con una sonrisa mientras miraba Stefano y a su perro, y así se alejaba lentamente hasta el día siguiente, al menos eso confortaba increíblemente al muchacho, el saber que cada mañana podía ver otra vez esos ojos marrones claros, esas manos blancas y alargadas, la belleza de su nueva compañera.

Una noche al regresar del trabajo, Stefano encontró a Byron tendido en su habitación en un estado alarmante, no se movía en absoluto, tan solo pestañeaba y sus ojos se encontraban enrojecidos y cristalinos. El joven reviso al animal cautelosamente, no había lastimadura alguna, al menos, no a la vista, pero al deslizo su mano por el abdomen del pequeño, se hallo con un pequeño bulto del tamaño de un bolillon. ¿Como no lo había notado antes? pensaba el muchacho mientras encendía un cigarrillo y comenzaba a preocuparse, no tanto por su hallazgo, si no por el estado de su mascota. Stefano tomo a Byron entre sus brazos y camino a través de la noche helada hacia el Hospital Veterinario que se encontraba a unas 12 cuadras de su casa.
En el camino el joven fue preso de sus mareos ya olvidados hasta ese momento, reflexiono entonces que dicho malestar solo se hacía presente en momentos grandes de tristeza y melancolía, como también en situaciones que alteraban sus nervios. ¡Soy mi propio malestar! grito el muchacho hablándose a sí mismo. Desde la aparición de el pequeño perro posteriormente bautizado como Byron, Stefano no había sido víctima de esos mareos que lo hacían temblar y empalidecer, y luego, por el simple hecho de no tenes control sobre sí mismo en dichas situaciones, el joven era atormentado por fuertes sentimientos de angustias.
Al llegar al Hospital Veterinario Stefano fue atendido por un medico de apellido Alvarez, ya que por los nervios y la atención que le prestaba a su mascota no recordó después el nombre del profesional. Al revisar a Byron el médico noto al instante el bulto que anteriormente Stefano había descubierto
- Si, acá lo tenemos, el tumor epitelial. Alvarez balbuceo un momento. - voy a hacerle unos análisis, pero probablemente voy a tener que extirparlo lo antes posible, hoy vamos a tener que internarlo. Stefano, que parecía haber perdido por completo el habla, no se atrevió a mencionar su falta de capital. Tenia un poco de dinero en el bolsillo que basto para la internación de esa noche. Por lo que Alvarez había calculado, la operación se realizaría al día siguiente por la mañana y Stefano sabia que no podría conseguir el dinero. Su madre apenas había empezado con su nuevo trabajo y aun no recibía dinero alguno, pedirle a Nestor sería una hazaña peligrosa, ya que el joven pronto tendría que trabajar horas extras por todos los prestamos que le había pedido para mantener su casa a su madre y a el mismo. Frustrado por esta razón Stefano salió caminando sin rumbo hasta que recordó a su amiga Belen, ella podría ayudarlo, la bella Belen que apreciaba mucho al pequeño animal. Stefano Recordó que en un papel que llevaba en el bolsillo había anotado la dirección de su departamento, por lo que camino hasta ahí.
- ¡ Pobrecito Byron!. no tengo casi nada de efectivo, pero por lo que me contaste lo poco que tengo sirve para pagar una noche más de internación si es que hace falta, y por lo visto es lo más probable ya que después de la operación supongo que el médico lo dejara internado para poder controlar como avanza. El joven escuchaba atentamente a Belen y le estaba muy agradecido por su gesto, no importaba que no tuviese el dinero suficiente, no importaba ahora la angustia y la tristeza, los mareos y la pobreza. Importaba el maravilloso ser humano que había conocido, la única persona que despertaba una sensación de protección en el muchacho.
Stefano salió del departamento de Belen y al regresar a la calle llamo a su madre. Le explico a esta lo acontecido pero como el joven había sospechado, su madre no podía ayudarlo ya que aun no se le habían pagado en su nuevo trabajo. La madre aconsejo a su hijo diciéndole que le pidiera al veterinario que espere hasta fin de mes para pagarle, y la idea no era para nada descabellada, pero lejos de sentirse conforme Stefano le respondió que pensaría que hacer y se despidió.
Aturdido y enojado con el mundo estero Stefano se dirijo hacia el Bar Rex para relajarse un poco y pasar la noche, como muchas otras veces, sentado en la barra, adormeciendo sus pensamientos y aliviando el peso de su pobre alma.


Una vez en el bar, sentado como siempre en el mismo banco con los brazos apoyados en la barra, Stefano reflexionaba sobre la situación actual de su vida, mientras fumaba un cigarro y tomaba el quinto porrón de cerveza de la noche. Pensó principalmente en su pequeño y leal perro Byron y en el dolor que estaría pasando, recordó a su madre y se sintió aliviado al pensar que su vida había mejorado, en mayor medida por su trabajo, creyó que ahora no solo podrían subsistir mejor y así estar más organizados que antes, si no también, que su nuevo entorno social podría beneficiarla enormemente a su salud, a su problema con la bebida, cosa que Stefano nunca se lo había mencionado, ya que el también comprendía y experimentaba a diario la sensación y las ganas de apaciguar los tormentos de la vida cotidiana por medio del alcohol. También pensó en Belen, su compañera, su amiga, y casi sin darse cuenta, su amor. Así paso Stefano gran parte de la noche, pensamiento tras pensamiento, vaso tras vaso, y cigarro tras cigarro.
El joven ahora ya relajado por la cerveza, recordó unas cuentas líneas desordenas de el poema Las Campanas de Poe, y fue sorprendido por una extraña pero hermosa melancolía, melancolía que oscuramente besaba su corazón, mas tarde sus brazos y piernas, y finalmente su espalda y su nuca, el muchacho se encontraba casi hipnotizado, y había dejado de lado sus nervios y su ansiedad, otra vez el trance de calma producido por esa deliciosa combinación que es la noche y el alcohol. Pero la calma no perduro por mucho tiempo ya que el viejo Raul que merodeaba por todo el bar, silbando y cantando con su vaso de vino en la mano, se situó detrás de Stefano y mirando a El ruso dijo en voz alta

-¡Hoy no trajo a su animalito, creo que no solo son las mujeres, sino también los perros. Ni los animales lo siguen, hasta los perros lo echan!.
Stefano suspiro e intento calmar su enojo, ya que su ira se había convertido puramente en odio, asco, y rechazo. Casi sin darse cuenta, y sin pensarlo, el muchacho tomo su porrón de cerveza que estaba casi vació y lo estrello con fuerzas en la cabeza del viejo y malviviente Raul, haciéndolo caer al piso de inmediato, en ese instante un revoloteo de personas y una serie de gritos e insultos se hicieron presa del bar. Stefano estaba paralizado y antes de que pudiese mover su esqueleto del banco, noto como Raul se levantaba y se acercaba a el. Tomándolo del cuello, el viejo hombre que en su juventud había llegado a alcanzar cierto nivel de fama en el boxeo amateur de la ciudad (cosa que Stefano ignoraba completamente, y cuando supo de los atributos como boxeador de su contrincante de aquella noche, riendo aseguraba que jamás cometería una locura como esa en la vida). Una vez desplazado como un papel en el viento, Stefano cayó en la vereda y al intentar levantarse recibió un puñetazo en el pómulo derecho, el golpe lo hizo caer nuevamente, pero al segundo intento por incorporarse, fue víctima de una serie de golpes en las costillas por parte de Raul que miraba a su joven enemigo con unos grandes y abiertos ojos que se asemejaban a los de una bestia en éxtasis. Stefano aturdido por los golpes y por la misma situación noto que algo había caído cerca de rostro, y girando la cabeza para un costado vio una billetera de cuero negra, que en el momento del hallazgo creyó que tal vez se le había caído a cualquiera de los hombres del bar que habían salido a la calle a ver la pelea, pero enseguida se dio cuenta que le pertenecía al viejo Raul, ya que este se encontraba inclinado golpeándolo. En ese mismo instante el ruso interfirió en la pelea tomando al viejo de los hombros y retirándolo de encima de Stefano. El joven aprovecho esta oportunidad tomando la billetera y guardándola en uno de los bolsillos interiores de la campera de jean que llevaba puesta. Se levanto rápidamente y escucho los insultos que recibía por parte de Raul, pensando únicamente en su robo, Stefano miro a los ojos al dueño del bar, y le pido disculpas, lo que este asintió con la cabeza haciéndole entender que no habría luego bronca ni desprecio por lo ocurrido. Stefano salió corriendo del lugar tan sobrio como había llegado, y en las cuadras que paso corriendo tan rápido como un rayo, reflexiono sobre su acción, sintiéndose mal por el robo, luego, y ya más relajado, recordó lo miserable, repulsivo, envidioso y conflictivo que era Raul y se sintió mejor y tranquilo, freno en una esquina deseando que la billetera del viejo tuviese dinero para pagar la operación de Byron, rogó que al menos esta llevase consigo una suma considerable, y al abrirla se encontró con un fajo de billetes de cien que parecían desbordar la billetera, por primera vez en su vida Stefano sintió placer y alegría al tener dinero en sus manos, nunca le había importado el dinero, salvo para poder vivir lo más cómodamente posible y ayudar a su madre en la casa. El joven continuo revisando la billetera y encontró el documento y el carnet de conducir del viejo, y como haciéndole un favor los tiro en el cordón, luego sintió ansiedad por ir al Hospital Veterinario, pero debía esperar hasta la mañana a que llegara el doctor Alvarez. Para hacer tiempo Stefano paso un buen rato tendido en una plaza mientras que miraba el cielo, encendió un cigarrillo y recordó la experiencia de lo vivido tan sola unas horas atrás, sintió satisfacción al haber partido el porrón de cerveza en la cabeza del viejo Raul. Luego de aburrirse comenzó a caminar paso lento hasta el hospital.
Las Nubes se desplazaban lenta y despreocupadamente atreves del un nuevo cielo, Stefano las observaba sentado en los escalones del Hospital Veterinario. Se encontraba exhausto, tanto mental como físicamente, pero de buen humor, lleno ansiedad, una ansiedad agridulce por momentos insostenible pero también cargada de vida y de sentimientos.
En un abrir y cerrar de ojos, Alvarez había llegado a su trabajo, saludo al agotado joven que había permanecido más de dos horas sentado, esperando su parecencia, esperando que ayude a su pequeña mascota del dolor del que había sido presa.
A media mañana, Stefano, que ahora dormía recostado en una fila de bancos dentro del Hospital, fue despertado por el médico.
-¿cómo fue la operación?, ¿mi perro está bien?
-Si mi amigo, por suerte pudimos agarrarlo a tiempo, de lo contrario, todo se hubiese complicado.
Los ojos de Stefano se iluminaron y recobro las energías, se mostró muy agradecido con Alvarez,
y decidió a pagarle en ese momento su trabajo. “Después de todo el viejo Raul sirvió de algo en todo esto” pensaba el joven mientras salía del Hospital, quería ver a su mascota, pero no podía, debido a que aun se encontraba en un profundo sueño producto de la anestesia. Fue entonces que decidió ir en busca de Belen, que se encontraba trabando, ya se acercaba el medio día por lo que solo tendría que esperarla poco tiempo hasta que cerrase el café. En el camino el muchacho pensó que la joven estaría preocupada por el, ya que no se había presentado a trabajar, y sintió un fuerte cariño al pensar en la hermosa muchacha de pelos castaños.
Belen se alegro al ver a Stefano esperándola en la calle, este se encontraba apoyado en un palo de luz mientras fumaba.
Luego de comunicarle los hechos acontecidos la noche anterior los dos jovenes salieron rumbo al Hospital Veterinario, Belen se mostraba preocupada por Stefano, ya que ahora estaba informada sobre la pelea del bar, sobre la larga y dura noche que le joven había pasado, también tenía la necesidad de ver al pequeño y valiente Byron que había salido victorioso tras la operación.
Al llegar, Stefano le dijo a la joven que lo esperase un momento, tenia que confirmar primero si su mascota ya había despertado y en que condiciones estaba, Stefano poseído por un gran valor y una alegría jamás antes sentida tomo la mano de Belen, esta lo miro sorprendía, y antes que el joven pudiese abrir la boca, la muchacha lo beso tierna y dulcemente. Stefano como en un sueño, recordó la noche que había dejado atrás, pero todo se había desvanecido, no existían las mentes cuadradas de hombres como Raul, ni la sucia y fusiladora rutina, ni el monótono trabajo, ni los oscuros pensamientos de cada noche de insomnio, pero si existía un beso, una sensación de contento, un cielo azul y fuerte sobre sus cabezas y un ser de cuatro patas, bondadoso y leal como ningún ser humano.
Una vez dentro el joven vio a su perro que lo miraba con los mismos ojos vivaces de siempre, Stefano se acerco y beso al animal en su cabeza, sabiendo que en pocas horas se lo llevaría otra vez a su hogar. Byron se encontraba en mejores condiciones pero aun no podía moverse, quería levantarse, pero no podía pero estaba bien, se recuperaba lentamente y eso era lo importante. A Stefano se le llenaron los ojos de lágrimas al saber que tenía a su amigo de regreso. Al salir del Hospital este se dirijo a Belen que lo miraba detalladamente.

-¿ahora queres entrar a verlo vos? Pregunto el muchacho.
Claro, aunque pensándolo bien podría esperar que lo lleves a tu casa, ya ha tenido suficiente y necesita descansar. Belen balbuceo un momento.
-Te cambio la mirada. Dijo la joven con una sonrisa.- ¿Ese perro significa demasiado para vos verdad? Me gusta eso. Stefano la miro y la miro más hermoso que nunca, luego encendió un cigarro y después de una pausa contesto.
-Claro que significa demasiado, como no sentir tales sentimientos ante un ser tan admirable, tan leal, tan demostrativo aun sin poder omitir palabra alguna, tan hermoso y virtuoso, como no sentir esto ante un ser que le ha salvado la vida a uno.

Texto agregado el 23-05-2013, y leído por 193 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-05-2013 Me gustan tus descripciones y la manera apesadumbrada como lo haces edam
 
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