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2.

CHIP Y CHOP


Como ya relaté en alguna otra ocasión anterior, mi relación con las mascotas ha sido siempre algo poco menos que desafortunada, por no decir desastrosa.

En contraposición a mi carácter metódico y ordenado, la posesión o el cuidado casual de alguno de estos animalitos siempre me ha ocasionado numerosos disloques en mi orden cotidiano, deparándome cuando niño esta falta total de atención y empatía para con las mascotas algunas peloteras o incluso, en ocasiones, algún castigo (personalmente creo que inmerecido).
Y es que aún esforzándome no logro conectar con ningún tipo de animal casero – ni por supuesto salvaje – y mis actuaciones, por muy buena fe que les imprima, invariablemente finalizan en una terminación desastrosa con respecto a mis primeras buenas intenciones.
Digamos, por definirlo de algún modo, que no tengo “mano” con las mascotas.

Recuerdo que en una ocasión, debido a un largo viaje al extranjero de mis progenitores por motivos laborales, hube de alojarme por un par de meses en casa de mis abuelos maternos de los que conservo muy buenos recuerdos, omitiendo el infortunado episodio que seguidamente les relataré.
El caso es que a mi abuelo Antonio, que así se llamaba aquel hombre recio, de carácter fuerte y dominador, le encantaban los periquitos y poseía en la galería de su casa dos hermosos ejemplares, Chip y Chop, en una jaula con su correspondiente caja de cría, (supongo que macho y hembra, ya que uno/a tenia el pico naranja y el otro/a azul...o al revés. ¡Quien sabe a simple vista que sexo tienen los periquitos!).

Lo que está claro es que sobrestimaron mi escasa responsabilidad por entonces, recién cumplido mi noveno cumpleaños, y a modo de gracia mi abuelo me consignó como guardián y cuidador de sus amados pájaros, encargándome de la tarea de revisar diariamente su alimentación, provisión de agua y un palito blanco que con el tiempo averigüé con sorpresa que era el asqueroso resto óseo de un esqueleto de calamar, al que Chip y Chop se pasaban las horas muertas dándole feroces y enloquecidos picotazos hasta consumirlo por completo.

En principio se me componía como una sencilla tarea que, bajo supervisión, acometí con gran interés y detenimiento y que en los primeros días cumplí con diligencia y pulcritud; Pero fuera debido a que mi abuelo no le importara un comino dedicar los minutos de mantenimiento y cuidado de los pájaros justo a la hora de los dibujos en la tele, o a que no había otro momento más oportuno para cambiarles los papeles sucios que cubrían el fondo de la jaula, precisamente cuando los amigos llamaban desde la calle para jugar a la pelota, que comencé a sentir una tirria irrefrenable hacia aquellos dos bichos emplumados.
Sumémosle a estas circunstancias que en una ocasión, que estaba subido a una silla para alcanzar convenientemente la jaula mientras les rellenaba generoso el recipiente de alpiste, el llamado Chop (el del pico azul) me propinó un tremendo y violento picotazo en el dedo que me sorprendió tanto por su rapidez que perdí pie y me caí estrepitosamente de la silla, añadiéndome un terrible coscorrón al dedo anteriormente herido.
Mi abuela Esperanza se ocupó de ambas lesiones con una tirita y un “cura, cura sana, si no cura hoy cura mañana” como letanía imprescindiblemente milagrosa y curativa, prometiéndome firmemente no relatar el suceso a mi abuelo para que mantuviera así su confianza con mi proceder.

Pero aunque, efectivamente al otro día, como por arte de magia estuviera recuperado de mis lesiones, esto era un hecho que no interfería en mi recién adquirido odio hacia Chip y Chop, que me miraban desde su jaula, con sus pequeños ojos vivarachos ubicados a los lados – como en todas las presas – y asustados, como si yo fuera un terrible depredador, cuando en realidad era su proveedor de alimentos, mantenedor de su higiene y diversión, (recuerden el repugnante esqueleto de calamar).
Esto era algo que me hacia sentir aún más ofendido y a la vez perplejo de tanta violencia y rencor contenidos en seres tan pequeños y tan lindamente coloreados.

Así que tomé secretamente la decisión de vengarme de aquellas bestezuelas resentidas y aunque en presencia de mi abuelo me comportaba con corrección y cumplía a rajatabla con el ritual del aprovisionamiento, en cuanto se daba la vuelta rociaba generosamente a Chip y Chop (más a Chop que a Chip) con un difusor que hallé en el mueble de limpieza de mi abuela, que contenía un producto que olía a limón, por lo que deduje que era natural e inocuo y que les producía una serie de estornudos, hipos y toses muy graciosas a aquellos infelices, con los que yo me reía mucho. (Si no han oído nunca toser, hipar o estornudar a un periquito no sabrán de qué hablo.¡Es desternillante!)

Lo cierto es que al cabo de un par de días ejecutando este plan - quizás debido a algún extraño remordimiento – me desperté más temprano de lo habitual y, suponiendo que mis abuelos aún dormían, me acerqué sigiloso a la jaula de mis enemigos para observarlos y, si fuera el caso, darles una saludable ducha matutina con delicioso aroma de limón.
Pero cual fue mi sorpresa que hallé a Chop sospechosamente muy quieto, panza arriba en el suelo de la jaula, mientras Chip me miraba con ojos acusadores desde el interior de la cajita de cría en la que astutamente se había atrincherado.

¡Los nervios hicieron presa en mí!
Aunque yo era muy joven no era tonto y al ver al pájaro con las patas estiradas y panza arriba, más tieso que una mojama, deduje con rapidez que, de algún modo, Chop había fallecido repentinamente y que seguro sería yo injustamente declarado culpable de su inexplicable óbito.
¡Con lo limpio que olía a limón su jaula... y el desagradecido va y se muere!

Pensando en todo instante con pavor en las enormes y curtidas zarpas de hombre de campo de mi abuelo, me apresuré a extraer el cadáver de Chop- mientras Chip graznaba y aleteaba enloquecido dentro de la caja de cría – y como precaria solución provisional, modelé en plastilina de mi estuche de manualidades del mejor modo que pude (haciendo gala de mis innatas dotes artísticas) la forma, tamaño y extremidades del infortunado periquito; Seguidamente, armándome de valor, le arranqué todas las plumas al difunto y las fui añadiendo a mi modelo de forma que al rato tenia en la mano un simulado e inerte periquito azul, bastante aparente para haberlo elaborado en unos minutos.
Después, me deshice de los restos desnudos de Chop tirándolos por la ventana y sencillamente abrí la jaula, aparté a Chip de un manotazo e introduje al simulado Chop dentro de la caja de cría, asegurándome de que quedara con la cabeza bien asomada por el agujero de la caja, para que mis abuelos evidenciaran que todo transcurría con la normalidad cotidiana.

De pronto un sonido proveniente del dormitorio de mis abuelos me puso en alerta y pensé salir disparado hacia mi habitación, pero justo abandonaba la galería donde estaba la jaula cuando tropecé de bruces con mi abuela;

“José Miguel, ¿Qué haces levantado tan temprano?” – me preguntó somnolienta.

“... ¡y bueh!...estaba oyendo a los periquitos y como parecían revueltos pensé que querían comer o algo” – dije modulando la voz, apartando sinuosamente con el pie los restos de plastilina azul que quedaban en el suelo.

Mi abuela miró con sospecha la jaula, mientras Chip que sufría un ataque de pánico, se arrancaba a picotazos con saña su plumaje amarillo.

- ¿Qué les has hecho José Miguel? ¿Por qué esta Chip histérico....y Chop tan parado dentro de la caja...?

- Emm...estarán criando... ¡Qué se yo! – dije buscando apresuradamente la posibilidad de una vía de escape por detrás de mi abuela.

- Pero... ¡Como va a estar Chop criando en la caja si es el macho!...Y demasiado inmóvil está... – dijo mirándome inquisidora.

Ahí si que no supe que decir y sintiéndome atrapado alcé las manos a modo de pregunta y conteste:

- ...! Cómo quieres que sepa!...¡Será que es mariquita... y está posando!

Justo en ese momento mi abuelo, que venia de la calle de comprar el pan, asomó por la puerta con los restos despojados del difunto y verdadero Chop en la mano.

- Me ha caído esto en la cabeza mientras venía. No se que ha pasado – dijo con voz cavernosa – pero alguien va a recibir hoy...

En realidad, no poseo demasiados datos de lo que sucedió y de que cosas me estuvieron increpando durante largo tiempo, después del primer impresionante y sonoro bofetón de mi abuelo.
Digamos que por los nervios de lo sucedido se me generó una especie de nebulosa en la mente sobre aquellos minutos posteriores, en los que mi abuelo gesticulaba y gritaba airosamente con el pelado cadáver de Chop en una mano y mi magnifica imitación emplumada en la otra; Y aún es un misterio que no he podido esclarecer con qué mano consiguió sacudirme el segundo bofetón sin soltar a ninguno de los dos.

Pero por supuesto, sigo conservando un excelente recuerdo de mis abuelos y nunca he relacionado este hecho, en absoluto, con que dos días después casualmente se me desprendieran los dos únicos dientes de leche que me quedaban.

Chip falleció una semana después, al parecer atragantado por un violento ataque de hipo del que, les prometo, mi difusor de limón y yo no tuvimos nada que ver.



Texto agregado el 29-05-2013, y leído por 243 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
30-05-2013 Yo con 8 años maté el jilguero de mi casa porque persiguiendo a una mosca con un aerosol y por accidente lo rocié con él . Pero nunca se me ocurrió desplumarlo . Por cierto espero que nunca te hayan dejado niños a tu cuidado . autumn_cedar
29-05-2013 Ya se donde acabaron los dientes de leche!!!, que bueeeno!!!! sandalo
29-05-2013 Ja, Ja, Ja, Me he reido muchisimo, muy bien narrado el relato, me he imaginado la escena una a una, eres increible describiendo las escenas. Un 10!!! sandalo
29-05-2013 Un relato muy bien construído, entretenido y ágil. Sólo lamento las muertes de los periquitos y espero que jamás te den un animalito para cuidar, amigo.***** MujerDiosa
29-05-2013 La gocé con los distintos momentos que presenta el relato, especialmente con la escena en la que se descubre el "delito". Todo, ágil y ameno. ***** simasima
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