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Despertó sobresaltado, nervioso tomó del buró su reloj de bolsillo, de antemano sabía que el reloj marcaba la media noche, como ayer, como todas las noches desde hace dos años. Rutinariamente se despertaba a la misma hora, pero esta rutina no dejaba de ser aterradora.
Angustiado encendió un cigarrillo tratando de controlarse, en la oscuridad los rayos de luna se filtraban por la cortina permitiendo distinguir sobre el buró el atado de cigarros de hoja y la botella de anís, sus compañeros nocturnos, lo único que le obsequiada un poco de tranquilidad durante sus noches en vela. Al observarlos emitió una mueca que intentaba ser una sonrisa. El tabaco y el alcohol enemigos que combatió en los tiempos de guerra, eran sus aliados en la paz. La Paz, ironizó en voz alta, para él esta paz es solo la ausencia de batallas, pero no la tranquilidad.
Ya se están tardando espetó en voz alta, hablar solo se convirtió en una costumbre de sus horas de insomnio, disminuía su angustia y disipaba la soledad. Que ya lleguen, que ya empiece esto, así se acaba más pronto murmuró el General para sí mismo.
Ya son más de dos años de este infierno del que no me puedo acostumbrar. Infierno ironizó, en las primeras semanas de su tormento llegó a pensar que había muerto y que de esta manera pagaba por sus malas acciones, pero su vida durante el día era muy distinta, incluso la disfrutaba.
Disfrutaba tener a sus hijos en la hacienda, sus diarias visitas a la escuela que instaló para los hijos de los jornaleros, las comidas comunitarias en la casa grande, sus cargas de trabajo acompañado de sus fieles dorados, arreglando tractores, sembrando, barbechando, atendiendo al ganado, toda esa febril actividad que le permitía ocupar sus días y olvidar sus noches.
Desesperado por la tardanza aventó la colilla, con tan buena puntería que cayó dentro del lavamanil. Tomó la botella de anís y le dio un prolongado trago, la dulce calidez del licor mejoró momentáneamente su ánimo.
¿Qué quieren estos cabrones? No se puede razonar con ellos, lo que pasó fue un daño colateral, en su retiro el general se aficionó a leer libros de estrategia militar. Yo no actué de mala manera, no busqué el lucro, solo buscaba eliminar la desigualdad, solo quería un México feliz para mis muchachitos.
Como todas las noches el general por medio de este soliloquio buscaba justificarse, sin reparar en las miles de víctimas inocentes de la guerra, ni en el hecho de que el caudillo revolucionario terminara siendo un hacendado que se oponía al reparto de tierras en el estado de Durango, donde fijó su residencia.
Pálido y a punto de soltar el llanto el caudillo murmuró ¡Ay Dios! Ahí vienen…
Y uno a uno fueron apareciendo en la habitación los espíritus de los hombres y mujeres asesinados durante la Revolución por el General Francisco Villa.

© Miguel Treviño Rdz. Monterrey, México Junio 2013

Texto agregado el 06-06-2013, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-06-2013 interesante visión, me gustó mucho su narración. Carmen-Valdes
 
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