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Inicio / Cuenteros Locales / malomo / Sueños blancos - Historias del taxi I

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- ¿Cuánto le debo? Me pregunta mi pasajero
Le cobro el importe marcado y dándome las gracias desciende del taxi, subo la bandera de libre y comienzo a transitar las calles en busca del próximo.
Me detengo en un semáforo en rojo en Millán y Raffo; tamborileando mis dedos en el volante miro distraído el entorno, hasta que de pronto veo atónito que delante de mí, la larga bajada de la calle Millán que en la distancia termina repechando en la avenida Garzón, desaparece por completo y en su lugar comienzan a alternarse paisajes como si estuviera cambiando los canales de un televisor, o como si hubiera un dios bromista proyectando diapositivas tridimensionales en mi parabrisas: ora veo imágenes de extrañas autopistas, ora campos verdes con montes arbolados, ora playas con palmeras al mejor estilo caribeño. Miro asustado hacia los lados pero ahí todo permanece en su sitio: A la derecha las puertas del sanatorio de Casa de Galicia devoran y escupen gente a ritmo constante, a la izquierda el bar y la comisaria están donde siempre, por el retrovisor veo un auto detenido que espera mi movimiento para avanzar. Vuelvo a mirar ansiosamente hacia adelante y el paisaje no cambiaba más, todo el alcance de mi mirada se habia convertido en un parque costero.
Me quedo estático mirando todo ese verde con su horizonte de mar; me toco la cara pensando que tal vez estuviera alucinando por alguna fiebre repentina.
Siento que el coche de atrás me toca bocina. Delante de mí sigo viendo el parque pero ningún semáforo por lo que prefiero permanecer detenido; finalmente y apremiado por los estridentes bocinazos comienzo a avanzar lentamente por el propio césped del parque. En el momento en que cruzo el lugar donde debería estar la esquina, una sensación desconocida me produce un escalofrío, miro por el retrovisor y el coche que tenia detrás y todo el entorno de Casa de Galicia habían desaparecido también remplazados por el verde..
Me detengo luego del breve avance y desciendo del taxi para explorar el sitio.
Una mirada alrededor me muestra un paisaje bellísimo de una pradera bañada por el mar hasta donde alcanza la vista. No reconozco el lugar.
Una gran estatua, colocada en el lugar de donde supuestamente yo venía, me llama la atención, me acerco caminando por el césped para observarla mejor y veo que es el monumento a la carreta, en homenaje a los primeros colonizadores. Este bello grupo escultórico se encuentra en Montevideo en el parque Batlle, en las inmediaciones del estadio Centenario.
Ahora mi desconcierto es grande, hacía unos segundos yo estaba al norte en Millán y Raffo, el mar está al sur, el monumento a la carreta en el centro, ¿cómo se juntó todo aquí?
Continuo mirando a mí alrededor y confirmo que el lugar es completamente nuevo para mí, no es un simple rejunte de lugares de Montevideo, es algo completamente original de una belleza tan sosegada que me siento feliz de estar aquí.
Observo a la gente paseando tranquilamente por el lugar; sus atuendos son un poco anacrónicos, por aquí una pareja vestida a la usanza del 1900, mas allí unos muchachos de bermudas rodaban en skate, a la distancia un hombre con aspecto de funcionario municipal parecía custodiar la entrada próxima de una escollera que se adentraba en el agua.
El lugar me entrega una paz que me hace olvidar todos mis cuestionamientos de dóndes, porqués y cómos. Mi única pena es estar solo en este momento; me gustaría que mis familiares y amigos estuvieran aquí conmigo viendo todo esto.

Desde mis inicios como taximetrista me he visto en estos predicamentos: al rodar la ciudad llevando gente o buscando gente para llevar, siempre tomo instantáneas mentales de lugares y momentos bellísimos que casi nunca puedo compartir con nadie ¡cuanto más bella es la belleza compartida!.
A veces trato de hacer notar a mis pasajeros algún detalle especialmente bonito: un niño jugando con su perro en la playa, o la silueta de dos enamorados besandose en el maravilloso escenario de una apacible puesta de sol en el mar, pero los humanos estamos muy condicionados y es difícil que un pasajero de taxi tenga otra cosa en mente además de llegar seguro y rápido a destino, por lo que ante estos ejemplos en particular, solo obtengo frases como: “cierto... que bonito atardecer” e inmediatamente miran hacia adelante para prestarle atención al tráfico y descontar las cuadras que les quedan para llegar, sin relajarse un instante para observar en detalle ese espectáculo sin par, al que por cotidiano no le prestamos atención.
Tenemos una cultura de 30 cuadros por segundo, el bombardeo de imágenes a ritmo vertiginoso al que nos ha acostumbrado la televisión hace que nos resulte difícil apreciar una simple puesta de sol de colores hermosos pero muy lentamente cambiantes, como si cada segundo fuera igual al anterior y a pesar que todos quisiéramos sacarle una foto para después admirar el instante en cartón, pocas veces nos da la paciencia para detenernos a observar todo el milagro en vivo y en directo.
Cuando tengo la suerte de encontrarme con el crepúsculo en la rambla montevideana observo a la gente que camina por ahí sin prestarle atención al espectáculo que está ocurriendo a su costado. Estoy seguro que si alguno supiera que ha de quedarse ciego se detendría a memorizar cada instante, cada reflejo dorado en las nubes, cada destello de sol en el mar. Pero como todos contamos con que seguiremos viendo y que seguirán habiendo niños jugando con perros y enamorados besandose al atardecer entonces no lo miramos con el debido respeto y dedicamos esta hora mágica a mirar las falsas desventuras amorosas de una mujer bonita en algún teleteatro, conducir un auto sin detenernos, o aun a escribir cuentos en una computadora sobre lugares que se transforman y ocasos en el mar.

Un hombre que se aproxima desde la estatua de la carreta me distrae de mis pensamientos. Acercándose me pregunta:
- ¿Usted es el del taxi?
- Si.
- ¿Está libre?
Paseo con pena mi mirada silenciosa por la belleza del nuevo paisaje, le digo que sí, casi inaudiblemente, y nos subimos los dos en el coche rumbo a un destino que todavía no conozco...



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Gustavo Malomo 31/7/2004


Gracias a Neftali por las apreciaciones.
Volví al final original despues de los comentarios acertados de ella y de Doro.

Texto agregado el 15-08-2004, y leído por 1412 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
29-05-2007 Que estas**************************************************** te iluminen amigo... nilda
29-01-2006 La belleza de las cosas... y seguimos siendo estúpidos, y seguimos sin verla... Menos mal que de vez en cuando alguien grita desde algún lugar. Montevideo, por ejemplo... LaranadeShalott
06-04-2005 Muy bonito e interesante. Hay que saber darse el tiempo para contemplar las puestas de sol. Felicitaciones y van mis 5* jorval
24-03-2005 Todo un placer leer este texto, comparto cada una de las palabras en que te refieres a la falta de tiempo para gozar con una puesta de sol o unos niños jugando, no me gusta la cultura de "30 cuadros por segundo". Me gustó mucho, de verdad. maitencillo
05-03-2005 El cuento me hizo sentir liberación, la magia de ser transportado a un lugar tranquilo donde admirar la belleza. No me convence tanto el sermón del taxista, me parece excesivo. El final bueno y justo. Gatoazul
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